Lo que Podemos (afortunadamente) aprendió de Venezuela
Quien visitase Caracas, por ejemplo en 1997, y volviese cinco años después descubría un cambio sorprendente. Millones de personas de origen humilde, que vivían en suburbios de infraviviendas en grandes ciudades, que no se interesaban por la política, ni por las elecciones, sobreviviendo en la miseria, la droga y la delincuencia, ahora, al grito de movilización de sus líderes vecinales, bajaban por miles al centro de Caracas a defender una opción política esgrimiendo en la mano como principales argumentos y armas, un libro y un líder, la Constitución venezolana y Hugo Chávez.
Si paseásemos ahora por Lima o México DF, nada más alejado de la realidad esa escena que señalo de Caracas. Sin embargo, así era Venezuela antes de la llegada de Chávez y su revolución venezolana. ¿Qué había sucedido para desencadenarse esa mutación social? Sencillamente que miles de ciudadanos que no se sentían reflejados en su sistema político habían descubierto una luz, una esperanza de cambio radical y absoluto. La historia se encargaría de mostrar si estaba fundada o no, pero ellos así la vivieron.
Sin duda esa es una de las cartas a las que están jugando los líderes de Podemos. Saben que, como en Caracas, miles, millones de personas no se creen el sistema, no se movilizan, pero están en condiciones de levantarse si ven una esperanza. Por eso Pablo Iglesias no mostró signos de triunfo con cinco eurodiputados y un millón de votos. Su discurso, a diferencia del de la izquierda tradicional es maximalista, no habla de conseguir dos o tres puntos más de porcentaje de voto o doblar los resultados. Como Chávez, Podemos habla de ganar, de arrasar, derrocar al sistema. No voy a entrar en si es viable o no. Se trata de insuflar ilusión porque saben que los ciudadanos votan porque quieren ganar, no para aumentar un diputado.
De la misma manera, la ambigüedad del discurso de Podemos, tan efectista para unos como irritante para otros, también es una lección aprendida del proceso bolivariano. Chávez llegó a la presidencia de Venezuela esgrimiendo como propuesta electoral una “tercera vía”, algo que nadie sabía lo que era. Solo varios años después se atrevió a hablar de socialismo, socialismo del siglo XXI, que tampoco nadie sabía lo que era.
La historia está llena de políticos que llegan al poder esgrimiendo posiciones de izquierda para después abandonarlas, ¿por qué no podía suceder lo contrario? Llegar al poder con un discurso moderado y ambiguo para después ir profundizando cambios de izquierda. Es lo que sucedió en Venezuela, en Argentina o en Ecuador. Mientras nuestros partidos socialistas hacen lo contrario del socialismo, en América Latina, sin llamarse socialistas ni obreros, están haciendo más por el socialismo y por los obreros que aquí. Evidentemente, confiar en que un político de discurso moderado al final se atreva con propuestas de izquierda requiere una gran dosis de fe por parte del electorado, ¿pero acaso la experiencia no nos ha demostrado que esperarlo de quienes se dicen de izquierdas también lo requiere?
Planteemos algunas incógnitas provocadoras: ¿no podría ser una opción aspirar al poder con unos principios básicos –Julio Anguita ha llegado a decir que bastaría con reivindicar los derechos humanos– y progresivamente demostrar que la salida del túnel está en políticas de izquierda? ¿Acaso la derecha no llega al poder esgrimiendo valores y principios universales e indiscutibles (justicia, libertad, derechos, sociedad civil...) para luego ponerse al servicio de una oligarquía económica y financiera? ¿Por qué los líderes de Podemos no podrían evitar un discurso de extrema izquierda para llegar al poder y, progresivamente, mostrar un camino con la radicalidad que sea necesaria?
Los portavoces de Podemos también han adoptado una forma de acción que los políticos de la izquierda tradicional española nunca se atrevieron. La apuesta por la audacia en la confrontación en el escenario mediático. Podemos ha ignorado el formato recatado y diplomático dominante en los políticos europeos cuando se encuentran en un plató o frente a un micrófono para lanzarse a la locuacidad valiente que caracterizó a Hugo Chávez o a Rafael Correa.
Así nos sorprendió Pablo Iglesias llamando a Sánchez Dragó bufón de la derecha a los dos minutos de empezar su conversación en una radio de máxima audiencia. Apenas Julio Anguita se había atrevido a una contundencia similar en su comportamiento público o ante los medios. Todos los días vemos a nuestros políticos de izquierda soportando con una pachorra infinita a unos pseudoperiodistas que les agreden en las tertulias con una impunidad absoluta. La gente quería ver a otros políticos pagándoles con la misma moneda. Y lo veían en Pablo Iglesias frente a los halcones de la derecha mediática.
El discurso rupturista de Podemos también emula la ruptura del proceso bolivariano con el pasado. Chávez esgrimía el entierro de la denominada IV República (el sistema político venezolano anterior a la llegada del proceso bolivariano) y Juan Carlos Monedero insiste en el fraude de la Transición y la necesidad de superarlo. Un discurso difícil para una Izquierda Unida con un PCE que seguía siendo percibido como parte de ese fraude por muchas personas.
No se trata de si el despegue de Podemos y las claves tácticas de su éxito suponen una injusticia para los modos de trabajo de la izquierda tradicional. Es, sencillamente, algo que funcionó en Venezuela y en otros países de América Latina, mientras aquí pocos sectores de la izquierda entendían algo porque se limitaban a ver chistes y canciones de Chávez.
También, al igual que en Venezuela, el papel de la ciudadanía es fundamental para presionar a Podemos –como hicieron los venezolanos con Chávez salvándole de los golpistas- para que se mantenga firme y radical en sus propuestas de cambio de régimen, de enfrentamiento a los poderes financieros, de defensa de los derechos sociales y del papel del Estado como garante de la soberanía económica del país, de lucha contra la corrupción y cooperación con todas las organizaciones de izquierda que compartan ese proyecto de cambio. Muchas lagunas y ambigüedades de su programa deberán ir madurando en esa línea netamente revolucionaria. Porque en España, también como en Venezuela, se necesita una revolución democrática y ciudadana.
Y al igual que le sucedió al presidente venezolano, ahora viene la reacción de los medios. También en eso en Podemos deben aprender de Chávez a mantenerse firmes y no ceder a las presiones. Ni siquiera de esos medios que, sin saberlo ni quererlo, han ayudado a crear a la bestia. O a la bella, según se mire.