Parecería el de 2017 el primer verano normal desde hace años. Un verano en el que los españoles vuelven a viajar, las ciudades se vacían y la pregunta inacabable versa sobre las ansiadas vacaciones. Un verano en el que no estamos a la espera de gobierno, ni tendremos elecciones a la vuelta. Los políticos se han ido a descansar, lo que implica que las guerras y las alianzas pueden esperar. Las estrellas se han ido de vacaciones y esa es la señal inequívoca de que en agosto no se espera ningún notición decisivo y de que habrá que volver a darle al magín para encontrar temas con los que conformar una agenda de actualidad.
El país parece volver a bostezar, distendido y alejado de su propia realidad mientras sólo la irrealidad acecha a los que aún se afanan por calles desiertas y metros holgados. La normalidad parece haberse instalado de nuevo en nuestras vidas pero ¿acaso no es el ser humano el animal más flexible a la hora de convertir cualquier horror en cotidiano?
Cuando la crisis se encontraba en su peor momento tuve la ocasión de comentar con un importante líder empresarial el agujero negro en el que nuestro futuro se iba diluyendo. Fue taxativo e ilustrativo: de la crisis saldremos, lo que no sabemos es cómo. Me puso un ejemplo: “hemos entrado en un túnel muy oscuro —me dijo— del que desconocemos la longitud y la profundidad, al fondo hay un punto de luz pero es seguro que el paisaje que veremos al otro lado será muy distinto al que hemos dejado al entrar en él”. No pudo ser más certero.
El de 2017 puede parecer el primer verano de vuelta a la normalidad pero es en realidad el primer posverano. Ahora sabemos cual es el paisaje que había al otro lado del túnel y, por mucho que nos empeñemos en ponernos las gafas de sol, no dejará de estar ahí. Ese paisaje recoge un paisanaje nuevo, el de los trabajadores pobres y precarios, esos que no sólo no pueden pagarse las vacaciones sino que ni siquiera pueden cogérselas porque si no trabajan, no cobran y si no cobran no vivirán en septiembre. Es propio de la posverdad esconder esto bajo una polémica sobre la renuncia a las vacaciones de los políticos, “son un derecho”, y es cierto, pero no ya para todos. Ahora hay empleados que no tienen pagas extras y no pueden hacer un extra veraniego, falsos autónomos que si dejaran de trabajar un mes no comerían al siguiente, jóvenes que tienen magníficos contratos de 30 horas mensuales que les impiden dejar la gran ciudad aún teniendo la mayor parte del tiempo libre.
Es un verano en el que las condiciones del que nos atiende en el ocio o nos sirve nos atragantarían la cena. Un estío de bochorno y de calla y aguanta porque hemos llegado a él con el espíritu de trabajadores requemado, con la desunión que nos han vendido y con la mueca de desagrado cuando cualquier sector consigue unirse para acabar con tanta ignominia a través de una huelga que nos molesta.
Un agosto tranquilo, seguro y confiado, según los parámetros de quién nos gobierna. Una vez me dijo el presidente de uno de los tribunales más importantes de este país, “Elisa, en España agosto todo lo cura, todo lo borra, todo lo olvida”. Es curioso cómo te vuelven las frases que quedaron en algún lugar sepultadas por el aluvión de acontecimientos. No me cabe la menor duda de que ese espíritu se filtra en la certidumbre que tiene Rajoy de que su declaración como testigo por la corrupción de su partido se volatizará de nuestras mentes. Calor, grillos, arena y pinos. Nada sobrevive a agosto. Es posible que sea nuestra democracia la que esté tostándose bajo ese sol que es de todo menos de Justicia. Al menos languidece, mientras nos gritan algo sobre Venezuela, sin que podamos evitar que el vecino de hamaca esté dispuesto a sostener todo el tiempo que haga falta a quiénes nos han robado y mentido y han vertido las fosas sépticas sobre nuestra vida pública y nuestra sociedad. Los sostendrá siempre y cuando a él no le falte la hamaca, ni el coche para llegar hasta su apartamento alquilado, mientras pueda pagar las cañas que le sirve quien ya casi no soporta lo que sucede. Les seguirán sosteniendo, sin vergüenza y sin remordimiento.
Así que al otro lado del túnel había un paisaje lleno de manipulación y de desigualdad en el que estamos aprendiendo a vivir como si no pasara nada. Ellos saben que el fragor de la reivindicación se diluye, como todo en esta España de estío y canícula permanente, y que los otoños calientes que temían ya no existen ni en la memoria de quienes los protagonizaban.
A pesar de todo éste no es un verano normal, aunque Rajoy ya esté caminando. Es curioso como llegamos a interiorizar la anormalidad como algo cotidiano. Los propagandistas de Moncloa nos venden la imagen del presidente deportista y ya hasta casi hemos dejado de reírnos. Ahora sólo nos queda interiorizar la injusticia, la desigualdad, la pobreza infantil, los jóvenes expatriados, las viviendas sociales vendidas al especulador, la gente que no tiene dónde caerse muerta cuando acaba de deslomarse, los mayores de 50 que se han quedado en la cuneta del paro para siempre, los que no logran ni un curro de mierda para llevar algo a su casa. En cuanto lo hagamos parte del paisaje podremos seguir caminando al paso post atlético que nos marca el líder que nos ha sacado del abismo.
No es un verano como los de antes, es el primer posverano.
Disfruten lo que puedan.