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Primer aviso para Feijóo

23 de mayo de 2022 22:44 h

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Ni piedad ni indulgencia. A Isabel Díaz Ayuso no le basta con que Pablo Casado haya dejado de ser presidente del PP. Quiere el oprobio. La humillación y la vergüenza pública. Si de ella dependiera, lo enviaría más lejos que al emérito. Además del ultraje del que ya dio muestras cuando pidió que lo expulsaran del partido, ahora llega la negación de la historia. El borrado.

La presidenta madrileña ha tenido el congreso regional que le negó la anterior dirección nacional, y se ha resarcido. Con gran éxito de crítica y público. Ya tiene todo el poder que quería. Su liderazgo es completo. Al institucional suma ahora el orgánico en el principal feudo electoral del PP. En Madrid, desde Parla hasta Boadilla,  no se moverá un dedo sin que lo ordene ella. Hasta José Luis Martínez Almeida, que la tarde anterior al ya célebre Comité de Dirección de las deserciones juró lealtad eterna a Casado en casa de María Pelayo y en presencia de García Egea y Montesinos, parece ahora el más entregado al ayusismo. No sabe aún el alcalde de Madrid que Roma no paga traidores, por mucha teatralización que se haga de momento del buenrollismo. Ayuso no entiende de clemencias.

En su ceremonia de entronización eliminó de los vídeos oficiales  a Casado, como si jamás hubiera existido. Hay que tener mucho desparpajo y muy poca vergüenza, por muchas que hayan sido las luchas intestinas, para reivindicar los legados de Cifuentes o Aguirre y ni siquiera mencionar de pasada al inventor de su candidatura. La una tuvo que dimitir por la vergüenza de encadenar mentiras sobre un falso máster y por aparecer en un vídeo robando cremas de un supermercado y la otra fue la máxima responsable de un largo historial de casos de corrupción durante años de impunidad y poder absoluto.

Lo de matar al padre es una figura metafórica que usaba Freud para expresar el momento en el que las personas maduran y se apartan del progenitor, pero lo que ha hecho Ayuso con Casado es mucho más. Es un ejercicio de rencor insano, la manifestación de un resentimiento profundo que puede llevarla a perder el control por mucho que presuma de partido callejero y pandillero.

Ahora todo es armonía con Feijóo, pero antes de que el gallego se dé cuenta tendrá que bajar al barro en el que tan bien se mueve la política madrileña si quiere mantenerla en su sitio. Ayuso va a por todas. Y además lo dice. Madrid se le ha quedado pequeño porque tiene alrededor una cohorte de aduladores a sueldo que cada mañana le susurran al oído que es la más grande entre los grandes, aunque muchos sostengan que su talla no llega ni para ser concejal de distrito.

Ella presume de ser la única política de España capaz de frenar el avance de Vox. Y lo reiterará de nuevo tras el 19J, cuando los ultras dupliquen, como se espera, el número de escaños que hoy tienen en Andalucía y Moreno Bonilla se vea obligado a formar gobierno con ellos. Por algo será que la voz de la presidenta madrileña es cada día más indistinguible de la de Olona, Monasterio, Espinosa o Abascal.

En estos días, desde su entorno han cargado con dureza, aunque entre bambalinas, contra el nuevo presidente nacional -por mentar la “nacionalidad catalana” en su última visita a Barcelona- y contra su coordinador general, Elías Bendodo -por hablar de la “España plurinacional”. La literalidad del artículo 2 de la Constitución -con sus nacionalidades y regiones- es una cuestión que, aunque esté escrita negro sobre blanco desde hace 40 años, no todo el mundo entiende en un PP donde mayoritariamente se respira nacionalismo español y cuanto más español y más nacionalismo, mejor. 

De ahí la rectificación de Bendodo, la matización de Feijóo y el empeño en negar la existencia de tres naciones -no estado- dentro del Estado español. Y lo peor es que desde la Puerta del Sol ya advierten, sin disimulo, de que el gallego solo tiene una bala, la de las generales de 2023, y que si no gobierna en año y medio, saltará Ayuso a la escena nacional. Esa es su intención y esa es su obsesión.  Primer aviso, pero habrá más.