Miles de personas empezaban a concentrarse en los alrededores del Congreso de los Diputados, en Madrid, mientras en Barcelona el president de la Generalitat, Artur Mas, convocaba elecciones anticipadas para el próximo 25 de noviembre.
Desde la manifestación del 11 de setiembre, cuando colectivos nacionalistas convocaron una marcha para que Cataluña se convirtiera en nuevo estado europeo, Artur Mas ha empleado diversas formulaciones para plantear su exigencia política, entre ellas la del Estado Libre Asociado, denominación en la que caben realidades políticas muy distintas.
Bien, la convocatoria de elecciones autonómicas es una ocasión perfecta e insoslayable para que Mas nos diga claramente con qué programa electoral va a presentarse ante los catalanes. Si va con la independencia, si va con la autodeterminación, si va con la reclamación de un concierto económico como el vasco, si quiere ser un Estado Libre Asociado y, en su caso, de qué tipo; si, en fin, quiere una formulación ambigua que le permita gestionar el miedo a la independencia, pero sin llegar a ella y mejorando su financiación.
Cuanto más claro a este respecto sea el programa electoral de Artur Mas, y del resto de partidos, mejor sabremos lo que en realidad piensan los catalanes. Si los programas electorales son claros, no se podrá, luego de acabado el recuento, especular con lo que piensan o dejan de pensar los catalanes, ni tampoco hablar en nombre de todos. Sabremos los apoyos exactos que tiene cada reclamación.
Es necesario decirles a los ciudadanos qué planteará el ganador al día siguiente de votar, para que nadie pueda llamarse a engaño, para que nadie pueda sentirse traicionado; para que cada político hable, estrictamente, en nombre de los votantes que ha tenido él y su exigencia concreta y no lo haga en nombre de toda Cataluña, como se hace de forma sistemática. De esta forma sabríamos cuantos catalanes, de verdad, quieren la independencia y cuantos prefieren otras opciones.
Sabemos, aunque no con precisión, cuantos catalanes salieron a la calle el pasado día 11. Salió una multitud que consiguió que la reclamación de independencia pasara a un nivel distinto al que tenía antes de la marcha.
Artur Mas, que animó el clima de la manifestación, pero no fue a ella “por responsabilidad institucional” -¿era irresponsable asistir, o se cubría por si no salía bien?-, no ha sido un independentista en origen. Artur Mas es, sobre todo, un político de derechas; un liberal en sus planteamientos económicos, contrario a lo público, y que en el poco tiempo que ha estado en el Gobierno ha dado severos hachazos a la sanidad y a la educación pública.
Baste recordar que en esta breve legislatura, de las 18 leyes que ha propuesto CiU, 16 han salido adelante gracias al apoyo del PP.
Podemos pensar que todos los asistentes a la manifestación están por la independencia, también se puede decir que una porción de los asistentes salieron a la calle porque están irritados por el destrozo económico y que expresaron su indignación contra el resto de España, a la que consideran culpable de sus penurias. Podemos, también, hacer recuento de los que se quedaron en casa, a pesar de la efervescencia. Pero lo mejor, para que cesen las especulaciones, para que sepamos cuantos quieren cada cosa, para que los líderes dejen de hablar en nombre de quien no se sienten representados por ellos; lo mejor es que Mas diga exactamente qué es lo que quiere.
Por cierto, si gana Mas que quede claro que privatizará Cataluña, es lo que tiene ser liberal.