Dentro de esta disparatada carrera, en la que parece dirimirse a ver quién la hace más gorda (catalanada lingüística: me encanta mestizar) en la escalada de la propaganda oficial, este martes se produjo un hito: pareció que doña Soraya y don Mariano hubieran confundido sus papeles con las respuestas.
Vamos a ver.
Si te preguntan cómo te sienta que la EPA nos dé por jodidos, una vez más, con la caída salvaje del empleo, lo lógico es que el presidente Rajoy se exprese así:
-¡En mi puta vida he recibido una noticia peor!
Para, acto seguido largarse, sofocado, sulfurado, dolorido, taconeando y con la barba al viento.
Mas si lo que te inquieren es cómo te sientes por haber supuestamente percibido dineros negros metafóricamente llamados “sobres” (aunque literalmente pueden haberte llegado por cualquier otro ingenioso método barcenasiano, incluido el boca-a-boca o en pincho de tortilla), sería de lo más natural que la interpelada gritara:
-¡Estoy muy contenta! ¡Vamos cada vez mejor! ¡Esto se va arreglando!
Y que invitara a los asistentes a tomar unas copas en el atractivo bar del Congreso.
Desde el punto de vista de la mera estética y de la verosimilitud literaria constituye un error, un inmenso error, que nuestra pequeña hada buena de los Consejos de Ministros soltara un desatino procaz como el que ayer aulló. La funcionaria modelo que puede con todo, que nunca se moja y que, en tantos aspectos –como trabajadora, como madre y como arremangada– representa un ejemplo para la mujer-tanqueta que todas y todos aspiramos a ser, nunca debe ensuciar sus labios con palabrotas. Precisamente yo, que soy ordinaria de nacimiento, me fijaba mucho en ella, antes, para mejorar mi actitud y mi parla. La tenía en un altar. Y eso, querida, se acaba de hacer añicos como un jarrón de la Dinastía Mizi-Fuz.
Por otra parte, pone los pelos de punta la mera imagen de un Mariano Rajoy Muy Contento. Es como si un enterrador se regocijara por tener overbooking, ya me entendéis. Lo que a él le va es la línea sobria, algo entre El Caballero de la Mano en el Marca y un vendedor de alpiste de los años 50 envuelto en bata gris. Ahí debería quedarse, que para lo otro ya tiene a González Pons, hombre cuyo físico admite maracas, alharacas y blusas caribeñas.
Lo malo de estos jocosos sucedidos, que en época preelectoral deberían aliviar tensiones y limar juanetes, es que nos pillan muy mayores, muy fatigados, muy doloridos y muy escépticos. Cierto, disponemos de excelentes dúos circenses en el hemiciclo, incluso en Moncloa y, además, en FAES, pero la repugnancia que sentimos nos impide, ustedes perdonen, apreciar en toda su grandeza el espectáculo de sus puestas en escena y de sus mentiras.
Deberían irse con la música a otra parte.