Si quiere ser millonario, tenga una gran idea, luche por ella, con su visión, busque gente que le apoye y que le financie. El éxito premia a las buenas ideas y a la gente que cree en sí misma (luego, si no tiene éxito, es que no tiene grandes ideas ni cree en sí mismo, probatio diabolica). Eso es lo que le dirán a día de hoy si quiere ser millonario.
Resulta enternecedora la impostura con la que los bien nacidos de cuna, y con compañeros de pupitre como nuestra majestad Felipe VI, se presentan a sí mismos como grandes emprendedores. Me refiero al compi yogui, López Madrid, imputado en el caso de las tarjetas Black, dando charlas sobre emprendimiento. Siempre se queda uno con la duda de lo lejos que habrían llegado en la vida de haber nacido en el extrarradio de una gran ciudad, sin tan nobles amigos. No satisfechos con ser ricos, nos quieren hacer creer que se lo merecen.
Podríamos pensar que estamos ante una anécdota, no ante un dato. Pero nuestro Ibex 35, la liga de oro de las grandes empresas, tiene mucho de franquista, si vemos todas las empresas que cotizan que en su momento fueron o monopolio o concesión de la Dictadura, algunas incluso con trabajo esclavo. A nivel internacional, la crisis nos ha mostrado la distancia entre el discurso heroico de los emprendedores y el capitalismo de amigotes que se esconde tras las grandes fortunas de muchos empresarios y directivos.
No deja de ser llamativo que la mística del millonario se basa más en la anécdota que en el dato. El dato es que lo mejor para ser millonario es ser hijo de millonario, o en su defecto juntarse con aquellos que ya lo son. De vez en cuando se cuela alguno nuevo, y esta sangre fresca sirve para mantener el discurso místico del emprendedor. Se nos olvida que para ser emprendedor, además de los atributos individuales excepcionales que exige la nueva mística del héroe, y la suerte, hace falta capital. Precisamente uno de los problemas de los “emprendedores” en España es que no lo son, son simplemente autónomos, es decir, trabajadores sujetos a relaciones mercantiles, en vez de a relaciones laborales. Un “emprendedor” sin un mínimo de varias decenas de miles de euros de capital, es un trabajador precario.
Pero la dominación se basa en ilusiones bien fundadas, que diría Pierre Bourdieu. La ilusión consiste en hacer creer que el principal objetivo en la vida es el éxito económico, y que depende básicamente de atributos individuales, no de la familia en la que se nace ni de las conexiones sociales.
Si hubiésemos preguntado hace quinientos años cómo ser millonario, el consejo habría sido coger la espada, la cruz y el arcabuz e irse a conquistar mundo. Cada época histórica tiene a sus millonarios legítimos, esos que además de tener capital económico, cuentan con el capital simbólico de que su riqueza ha sido acumulada mediante lo que en cada momento se espera que sea una bonita aventura, llena de riesgo y valor. La ambición encuentra ropajes según la época. En otros momentos, el capital simbólico de los ricos se construía a partir de la conquista, es decir, el saqueo y el asesinato del otro. Actualmente, con el emprendimiento, es decir, con la apropiación privada del producto social elaborado de forma colectiva. Del imperialismo al capitalismo. La acumulación de riqueza siempre ha necesitado de una cara amable para ser respetable.