Todo indica que el Gobierno sabía hace semanas, o puede que meses, que el proyecto Eurovegas estaba definitivamente muerto. Que el grupo Adelson no tenía el dinero necesario para financiarlo, porque los bancos que habrían de habérselo proporcionado habían llegado a la conclusión de que esa inversión nunca sería rentable. Pero La Moncloa ocultó ese fracaso, porque reconocerlo habría arruinado la desaforada campaña sobre la recuperación económica española en la que el Gobierno lleva meses afanado. La ocultación, o el engaño, tenía en todo caso las patas muy cortas: y ahora que la verdad ha aparecido a las claras, esa campaña se vuelve contra Rajoy. Porque si el nuevo Mister Marshall no ha venido a España, es porque nuestro país sigue en el fondo del pozo y eso no atrae a ningún inversor extranjero, al menos de los de verdad.
El Gobierno, como era de esperar, se agarra ahora a la versión que el grupo Adelson planteó en el último minuto, y por sorpresa, añaden los portavoces de nuestro Gabinete, unas exigencias que no podían cumplirse: entre ellas, unas ventajas fiscales –además de las muy generosas que ya se le habían concedido– que habrían de cubrir las eventuales pérdidas operativas del proyecto de Alcorcón y la eliminación, por ley, de un competidor como es el juego online.
La condición de que la prohibición de fumar no se aplicara en el interior de sus casinos no parece haber figurado en la última lista de peticiones. Pero estaba ahí desde el principio y el Gobierno había buscado, hasta ayer mismo, toda clase de subterfugios para no tener que negarse a aceptarla, sin decir explícitamente que había cedido a esa exigencia. Posiblemente porque que intuía ya desde hace tiempo que la operación podía no salir, y no al pronunciarse al respecto, y menos en sentido afirmativo, tal y como le exigía el presidente de la Comunidad de Madrid, se evitaba el ridículo de confirmar que hasta bajándose los pantalones había resultado despechado.
Lo que no ha explicado el Gobierno es por qué Adelson ha exigido las citadas concesiones de última hora. Y por lo mismo por qué ha ocultado mientras ha podido que hacía tiempo que el sueño se había acabado. Porque los informes de viabilidad de la inversión que para Adelson habían hecho los bancos a los que el grupo había pedido financiación –al menos JP Morgan y el Deutsche Bank, además de la agencia de rating Fitch– concluían que la cosa podía ir adelante sólo si el Gobierno español concedía ventajas como las citadas, que únicamente darían los países más pobres y corruptos del mundo.
En esos informes figuraba el dato de que en España hay 6 millones de parados y otros muchos más de ciudadanos que no llegan a fin de mes. Y que en la Europa de la que deberían haber venido los clientes de Eurovegas, sin estar tan mal como nosotros, la gente no está para esos dispendios. Reconocer esas motivaciones últimas habría implicado asumir que entidades financieras tan poderosas como las citadas tienen hoy de España y de su Gobierno una idea que no se corresponde precisamente con la de un país que está saliendo de la crisis y con sus potencialidades en marcha.
Ahora que el sueño se ha esfumado quedan en el aire unas cuantas cuestiones pendientes que solo podrán esclarecerse con el tiempo y con las pertinentes investigaciones periodísticas o, en su caso, parlamentarias. Aparte de que el fracaso de Eurovegas alimentará seguramente las tensiones entre el Gobierno de la Comunidad de Madrid y el de Rajoy (Ignacio González, curándose en salud, ya ha echado anticipadamente las culpas del fiasco a La Moncloa), quedará por saber cómo y por qué uno y otro se creyeron tan a pies juntillas que un proyecto así podía salir adelante.
A tal fin habrá que identificar qué personas en concreto –y tienen que haber sido de peso– han actuado como valedores de Adelson cerca de ambos ejecutivos. Y si fuera posible, pero seguramente eso aún mucho más difícil, qué contrapartidas han obtenido tales individuos por su gestión. No es de descartar, porque eso suele ocurrir en este tipo de operaciones, que esos intermediarios “excelentes” se hayan llevado su partija, o una buena porción de la misma, aunque el negocio no haya salido bien.
Pero hoy mismo, antes de conocer nuevos detalles, lo que queda claro, aunque se va a hacer todo lo posible por disfrazarlo, es que el Gobierno ha hecho el ridículo. Y el Mariano Rajoy que no hace no mucho aseguraba que Eurovegas vendría a Alcorcón, también. No sólo por haberse dejado atrapar por los manejos de un grupo del que ahora se sabe que era mucho menos sólido financieramente de lo que se decía. O por los de sus intermediarios españoles.
La desgraciada peripecia muestra demasiado a las claras que la recuperación que Rajoy se ha sacado de la manga es, en buena medida, humo y que, hoy por hoy, el dinero extranjero viene a España –y, bien visto, el que llega lo hace en cantidades más bien modestas– sólo para hacerse con gangas que no puede encontrar en otros países de nuestro entorno.
Pero además de hacer el ridículo, nuestros gobernantes han demostrado también que hacen muy mal su trabajo o, si se quiere, que no están a la altura de las circunstancias. En las últimas semanas hemos asistido al desastre de las tarifas eléctricas en el que dos ministros, el de Industria y el Hacienda, han caminado a tientas y sin concierto, para que al final suban los precios de la luz para los consumidores y para el sistema productivo, cercenando así aún más posibilidades de recuperación. Y a la razzia que Montoro y los suyos han hecho en la Agencia Tributaria, cargándose la credibilidad de una institución fundamental en un país en el que son muchos los que se preguntan por qué tienen que pagar a Hacienda y no menos los que ya llevan tiempo defraudándola. Ahora, con Eurovegas, se ha confirmado que este Gobierno no vale para meterse en esos líos, que para eso hacen falta muchas cosas de las que Rajoy y los suyos carecen.