Es cierto que en este país nunca pasa nada. Es verdad que de tanto gotear el grifo de la corrupción, nos hemos quedado sin aire y sin capacidad de sorpresa. Pero, como en el cuento del rey ensimismado, Rajoy está desnudo. Al presidente del Partido Popular ya no le queda crédito de ningún tipo y si tuviese la más mínima capacidad de crítica, debería abandonar la política antes de que usted acabe de leer este artículo. Porque una cosa es la diferencia ideológica o de modelo político o social que se pueda tener con un partido o sus dirigentes. Eso forma parte de la democracia. Pero otra cosa es la responsabilidad y la capacidad que debe tener un líder político para solucionar problemas. Y Rajoy hace mucho tiempo que no ha arreglado ninguno, ni siquiera con el Código Mariano con el que Antón Losada tan bien le define. Hay muchas razones por las que el número uno del Partido Popular debería echarse a un lado, pero aquí van cinco que, no necesariamente en orden, son flagrantes:
Corrupción
El Partido Popular es el epicentro de la corrupción en España. No es el único partido manchado, pero sí el que más casos y más graves acoge en sus filas. Por su sede, parcialmente remodelada con dinero negro, han desfilado todos los investigados o encarcelados por robar dinero público que podamos imaginar: Rodrigo Rato, Luis Bárcenas, Francisco Camps, Carlos Fabra, Alfonso Rus, Francisco Granados, Marcos Martínez, Álvaro Lapuerta, Arturo García-Tizón, Arturo González Panero, Francisco Correa, Jesús Merino, Álvaro de la Cruz, Alberto López Viejo, Ricardo Costa, Pablo Crespo... Otros no han sido encarcelados y ni siquiera investigados, lo que dice mucho de como funciona la Justicia del país que preside Rajoy, pero también se han lucrado 'jugando' con sus cargos, sus contactos y la información que poseen. El caso más sonrojante es el del expresidente José María Aznar y su negocio con las desaladoras, que publicó eldiario.es. Los casos de corrupción se agolpan en la puerta de Génova: Gurtel, Púnica, caja B... La misma puerta que esconde a quien rompió a martillazos los discos duros de los ordenadores de Luis Bárcenas en los que habría información relevante para aclarar el caso de financiación ilegal -¡ilegal!- del Partido Popular. No de uno o dos miembros, financiación ilegal de todo el partido.
Ante esta situación, Mariano Rajoy solo puede tener dos alternativas: ser conocedor de lo que pasaba o no saber nada. Si Rajoy sabía solo alguna de las gravísimas operaciones que han ejecutado sus compañeros de partido, no ha hecho nada para arreglarlas. Nada más allá del famoso “Luis, sé fuerte” en el que apoya y anima a alguien que está en la cárcel por corrupto y que era su hombre de confianza en las finanzas del partido. Pero todavía hay una situación peor para Rajoy: que no supiese nada. Si una persona que es responsable del partido más votado no se entera de todo lo que sucede a su alrededor, y que no eran precisamente unos finos hilitos de plastilina ni “todo es falso excepto alguna cosa”, no está capacitado siquiera para dirigir la asociación de padres y madres de su colegio.
Incapacidad política
Rajoy ha ganado las elecciones. Ha perdido 3,6 millones de votos y 63 escaños, pero es la primera fuerza. A pesar de ello, Mariano Rajoy no es capaz de llegar a acuerdos con nadie. Su interlocución con el resto de fuerzas es nula. Por mucho que él insista en una Gran Coalición para gobernar con PSOE y Ciudadanos, los socialistas no quieren ningún acuerdo con él y Ciudadanos se aleja cada vez más. Rajoy no ha sido capaz de tender puentes ni llegar a acuerdos con nadie en el Congreso. Su soberbia mayoría absoluta de la última legislatura ha roto la interlocución con todos y le ha llevado a tener la agenda muy libre y vivir en la más absoluta soledad política. Un dirigente tiene que ser capaz de aunar esfuerzos, de sumar acuerdos y de incluir a los diferentes. En la España actual, más fragmentada que nunca, especialmente. Pero Rajoy está solo. Nadie quiere unir su siglas a un hombre rodeado de corrupción y de un halo de lejanía con la ciudadanía.
Economía
La gran baza electoral, y casi la única, que puede y ha esgrimido Mariano Rajoy ha sido el 'milagro' de la recuperación económica. Cifras, cifras y más cifras para asegurar que de no ser por su actuación, España estaría rescatada. Pero la gran parte de esas cifras, incluso decir que ha evitado el rescate, son verdades a medias. Decir que solo se ha rescatado a la banca es como decir que solo se está un poco embarazada. El rescate al sistema financiero, en el que las reuniones del Banco de España se celebraban en inglés y dirigidas por la Troika; tener que enviar los presupuestos generales del Estado a Bruselas para su aprobación; asumir todos los recortes que la UE ha impuesto; ajustar el déficit a las cifras que ordenaba la Comisión; ceder gran parte de la soberanía económica... quizás no sea un rescate, pero se parece tanto que toda la prensa internacional sí lo ha considerado como un rescate.
La otra parte por la que saca pecho Rajoy es el crecimiento económico. Es verdad que España ha crecido, pero-entre otros- hay dos grandes factores que son los causantes de ese crecimiento: la coyuntura internacional y el abaratamiento de los costes de los productos españoles. En la primera causa, la coyuntura internacional, poco o nada ha hecho Rajoy. La bajada de intereses, la inyección de capital del BCE para sujetar la prima de riesgo, el descenso del precio del petróleo, la devaluación del euro... son medidas que el presidente popular ha visto pasar por delante de su puerta y que han contribuido a que las exportaciones crezcan y los costes bajen. Y la otra gran razón, ganar en competitividad, ha sido en parte gracias al terrible empeoramiento de las condiciones laborales y salariales de los trabajadores españoles. Si que tu ciudadanía viva peor es motivo de orgullo, es que no deberías estar al frente de la nación. Es obvio que en tiempo difíciles todos debemos hacer esfuerzos, pero con Rajoy esos esfuerzos han caído exclusivamente del lado de los más débiles y han salido ganando los más ricos.
La otra gran cifra que esgrime Mariano Rajoy es la del número de parados. Otra mentira. El empleo apenas ha crecido durante la legislatura popular. De hecho, durante casi todo el periodo, han sido muchos menos los españoles que estaban trabajando. Pero la Encuesta de Población Activa (EPA) refleja que el porcentaje de trabajadores es mayor. Claro, hay más porcentaje trabajando porque hay menos gente activa, pero el número total de personas con nombres y apellidos que trabaja es menor. Y encima, el trabajo es de peor calidad.
Catalunya
Con Rajoy, los independentistas se han multiplicado. Cargar toda la responsabilidad al presidente no sería justo ya que hay varios factores. Uno de ellos ha sido la incapacidad del PSOE, y del PSC, de ser coherentes entre los hechos y las palabras respecto a Catalunya. El “cepillado” al Estatut que hizo el Congreso de los diputados es uno de los grandes detonantes de la espiral de dimes y diretes, manipulaciones, campañas nacionalistas de todo signo y tergiversaciones que de una y otra parte nos han traído a donde estamos. Otro de los detonadores ha sido la situación económica de la Generalitat y la corrupción de CDC, que han lanzado a los de Artur Mas a buscar una distracción para evadir su responsabilidad. Y, por supuesto, muchos factores más, legítimos y no, anclados en la sociedad, la cultura y la forma de ser catalana.
Sea como fuere, una parte importante del país se quiere separar de la otra y eso, guste o no, es un problema que hay que abordar y solucionar. Y la forma en que Rajoy ha afrontado este problema ha sido no hacer nada. No sentarse a hablar, no negociar, no buscar soluciones, no sumar prescriptores. Nada. Amenazar con los instrumentos del Estado, lanzar como candidato de las catalanas al perfil menos dialogante -Xavier García Albiol-, y cerrar toda vía de comunicación. El Partido Popular es muy amigo de llamar al sentido común, a la responsabilidad y a la visión de Estado. En este caso, como en muchos, Rajoy no ha tenido ninguna de ellas y ha enarbolado una máxima muy infantil: dos no discuten si uno no quiere. De un presidente se espera que solucione los problemas y no que sea una parte de ellos. De Rajoy, a estas alturas, ya no se espera nada. Al menos, nada bueno.
Falta de respeto a la ciudadanía
Hay varios ejemplos, pero con solo dos es suficiente para comprobar que para Rajoy solo hay un objetivo: conservar el poder. A él le importa mandar y los mandados son una consecuencia incómoda del ejercicio del poder. El primer ejemplo es el archiconocido del plasma. Una de las tantas veces que su partido ha estado en el foco de la corrupción, Mariano Rajoy eludió dar la cara ante la ciudadanía y se escondió detras de una pantalla de plasma para dar su visión de los hechos. Una comparecencia en la que soltó un discurso que fue retransmitido a la prensa a través de un monitor. Sin preguntas. Sin aportar pruebas. Pruebas que, quizás, estuviesen en el disco duro destrozado en la sede de su partido a martillazos y por el que ahora están siendo investigados. Nunca antes un político había sido tan desconsiderado con sus votantes. Pero lejos de enmendar el error, hace unos días su partido ha sido imputado por destrozar los discos duros de Bárcenas. Ni una palabra, ni un comunicado, ni una explicación.
El segundo ejemplo es menos descarado, pero demuestra hasta donde le interesa a Rajoy lo que pase con sus ciudadanos. Cuando renunció a ser investido presidente, en uno de los actos más ridículos de la historia política, ofreció una rueda de prensa suplicando de nuevo la Gran Coalición que le mantuviese en el poder. Su argumento no fue el deber de mejorar la vida de los ciudadanos. No. Su gran motivo era y es que su presencia en La Moncloa mandaría un mensaje a los mercados y a los inversores. Esos que dominan su política, aunque no estemos intervenidos. Los mismos que piden más sacrificios a los trabajadores. Los que quieren aplicar más recortes para empeorar la vida y reducir los servicios de la ciudadanía. Los mercados y los inversores que son, al fin y al cabo, para quienes ha gobernado.