Acabo de rellenar la encuesta para el estudio EVA que realiza hace varias semanas la Universidad de Granada en relación a los cambios sufridos en la menstruación debido a la administración de la vacuna contra el covid. Qué me queda, soy parte de ese aún incierto porcentaje de personas a las que la vacuna afectó su ciclo menstrual sin que nadie le advirtiera nada en lo absoluto, a la que no le llegó ni un solo folleto al respecto, ni pudo leerlo en un poster pegado en la pared del centro de salud, ni escucharlo decir a un médico youtuber, ni a nadie que nos dijera, al menos, que entre los dolores de cabeza y la fiebre podía sufrirse todo tipo de desajustes menstruales, como adelantos, retrasos, ausencias y hasta sangrados en plena menopausia. El proyecto EVA empieza a aportar resultados: al menos seis de diez mujeres han sufrido estas alteraciones.
Porque no solo a mí, también le pasó a mi pareja y a varias amigas. Concretamente nos bajó la regla tras la primera dosis y en cuestión de horas y hasta de minutos. Es decir que se nos adelantó: yo tuve dos reglas en un solo mes –con solo veinte días de diferencia–, la primera el 3 de junio y la segunda el 23 de junio, de hecho el mismo día que fui al 12 de octubre a que me pincharan la Pfizer. Mi novia, a la media hora de haber sido inyectada, empezó a tener fuertes dolores de ovarios y al llegar a casa del hospital descubrió con horror que ya estaba sangrando. Se le adelantó al menos dos semanas. Aún no sabemos por qué ocurre –dicen que podría tener un origen vascular y no hormonal–, qué componente de la vacuna causa esta variabilidad, tampoco si enderezar el ciclo toma dos o tres meses, si es transitorio o no, y si puede tener consecuencias más drásticas en nuestra salud sexual y reproductiva. ¿Qué les pasa?
En casa estamos muy cabreadas. El desarreglo impacta en lo emocional y en nuestra vida cotidiana, pone en riesgo nuestra salud y calidad de vida. La información que nos llega, muy tarde, es que no se evaluó el impacto que podía ser diferenciado respecto al sexo biológico. Entre los casos también se encuentran los de aumento de pecho y la aparición de bultos o ganglios inflamados. La falta de perspectiva de género en salud es clamorosa y esta crisis sanitaria no ha sido la excepción.
Una vez más, a la hora de evaluar la vacuna, no se pensó en las mujeres y otros cuerpos con útero. Según la Agencia Española del Medicamento, de las notificaciones de todos los efectos secundarios de las vacunas registradas por ese organismo, el 80 por ciento fue reportado por mujeres. Gran parte de los estudios en salud no están desagregados por sexo. He oído decir a un médico que detrás de “esta asignatura pendiente” hay “una visión paternalista de proteger la fertilidad”. Está probado que en la mayoría de estudios que se han realizado a lo largo de la historia para probar la eficacia de medicamentos no se incluyó a mujeres y solo se daban cuenta del error cuando los efectos secundarios empezaban a afectarles solo a ellas. Entre 1997 y 2000, el 80 por ciento de los medicamentos retirados del mercado en Estados Unidos fue a causa de los efectos secundarios en mujeres.
Ese sesgo de género se refleja en el enorme desconocimiento de la complejidad de nuestros cuerpos y los problemas particulares que padecen, y por tanto, en la forma de abordarlos. Pero para muchas esto también trata de violencia, violencia obstétrica, en un espectro que va desde no decirte que van a pasar cosas con tu menstruación por una vacuna, pasando por provocar cesáreas innecesarias y partos hipermedicalizados, hasta crímenes de lesa humanidad como las esterilizaciones forzadas y racistas. No hace mucho nomás, recordemos, nos enteramos de que las mujeres con infartos presentaban síntomas muy distintos a los de los hombres, que hacían más difícil el diagnóstico. Esto antes no se sabía, no se decía y cuántas mujeres habrán muerto por tantos vacíos de información.
La vacuna ha servido para alejar los contagios y algunas nos hemos vacunado con la sensación agradecida de que estábamos un poco más a salvo, pero también para confirmar el enfoque machista que aún persiste intacto en muchos sectores de la medicina. Por eso las mujeres y activistas menstruales han salido en masa a dar sus testimonios en redes sociales o acercándose a los centros de salud donde, por cierto, han minimizado estos efectos porque no lo dice en ningún lado. Esa desigualdad en la atención y en la investigación atenta contra nuestra salud. Mientras no se dé una transformación radical de las estructuras sanitarias y políticas públicas, si no lo contamos nosotras, no cambian las cosas para nosotras.