¿Cómo sería la relación entre Oriente y Occidente sin el Islam?
Una de las preguntas que podría plantearse tras los atentados ocurridos en Túnez, Francia y Kuwait, en estos dos últimos lugares autoría de Estado Islámico, es cómo benefician a la expansión del mismo. La respuesta es poco, más allá de permitirle poner en práctica su forma preferida de visibilidad: el terror. Lo consigue llevando a cabo las maniobras psicológicas más impactantes y mostrándolas a través de las redes. Algo que, consciente, inconscientemente o por ignorancia, también alimentan una buena parte de los medios de prensa, a través de unos contenidos y retórica determinados, que parecen avalar la profecía de que la guerra de las civilizaciones por fin se ha cumplido.
Desgraciadamente, este miedo justifica muchos de los mecanismos de defensa de seguridad de los estados, los cuales generan recortes de los derechos de los ciudadanos, como han denunciado recientemente organizaciones humanitarias en Túnez, Marruecos y Egipto. Ha llegado la hora de quitar “islámico” al lado de Estado y, en su lugar, añadirle terrorista, pues la profesión del Islam nada tiene que ver con el terrorismo.
Tal y como demuestran las estadísticas, el número más grande de víctimas del terrorismo se ha producido en Oriente y no en Occidente. En el año 2013, murieron 18.000 personas en ataques terroristas. El 82% ocurrió en cinco países: Irak, Afganistán, Pakistán, Nigeria y Siria. Los responsables del 66% de las muertes fueron: Estado Islámico, Boko Haram, los talibanes y Al Qaeda. En Estados Unidos, los datos confirman que, desde septiembre del 2011, las muertes por terrorismo por motivos racistas y extremistas no musulmanes ha sido el doble que las causadas por musulmanes.
Graham Fuller, antiguo agente de la CIA y especialista en Islam, se planteaba una pregunta fundamental en su libro, A World Without Islam (2011). ¿Cuáles serían las relaciones entre Oriente y Occidente en la actualidad si no hubiera existido el Islam? Básicamente las mismas, contestaba, pues las razones que han llevado a la situación actual no tienen nada que ver con la religión. Por ejemplo, el colonialismo, el imperialismo, la búsqueda de fuentes energéticas, el apoyo a las dictaduras, las invasiones y guerras de Estados Unidos…
El papel de Estados Unidos –actual potencia mundial y casi con seguridad de los años que vienen– en la implicación de Oriente es definitivo. Su papel está siendo fundamental en el realineamiento de la región y en lo que los estadistas llaman ahora “conciliación de posiciones contradictorias”, eufemismo que esconde el apoyo o cambio de apoyo de Estados Unidos a uno u otro país en función de los resultados que pueda obtener.
Desde el año 2001, Estados Unidos, con ayuda de sus aliados, ha librado guerras en Afganistán, Irak, Libia y, de forma indirecta en Pakistán, Yemen y Somalia. En la actualidad, el Estado libio ha desaparecido, el iraquí está al borde de la guerra civil, el poder afgano vacila, los talibanes nunca han sido tan poderosos en Pakistán… El caos asuela la región y se forman unos espacios vacíos de poder disponibles para los intereses más extremos.
Estas implicaciones demuestran que Estados Unidos no ha sido capaz de ganar en ninguno de los conflictos en los que ha intervenido. A tenor de los fracasos, decidió comenzar a retirarse militarmente de la región. Lo hizo en Irak, en Afganistán, apenas intervino en los bombardeos de Libia, buscó un acuerdo con Irán sobre el tema nuclear… Sin embargo, una fuerza le ha obligado a reconsiderar su intención de abandonarla. El petróleo.
El desarrollo de la explotación por medio de fracking del gas y petróleo en Estados Unidos ha hecho pensar a Obama en la posibilidad de abandonar el frente de Oriente y centrarse en otros deseos, quizás también coloniales, en otros lugares. Sin embargo, Arabia Saudí, recelosa de que Irán adquiriera poder y se reconciliara con Estados Unidos gracias a las negociaciones nucleares, decidió aumentar su producción de petróleo y abaratar así los precios. La estrategia ha golpeado al fracking llevando a los empresarios a la crisis y prácticamente a la quiebra. De este modo, Estados Unidos ha vuelto su mirada de nuevo hacia Oriente y ha reafirmado su apoyo a Arabia Saudí.
El empantanamiento de Estados Unidos en Oriente debería llevar a la conclusión de que la manera en que ha llevado las cosas no es la mejor y que la posibilidad para avanzar debe ser la política. Es decir, un cambio en su forma de implicación y también en la de sus aliados, lo que conlleva un trabajo de conocimiento sobre los actores de la región básico. No se puede seguir trabajando sobre el miedo al Otro como uno de los adalides principales, ni buscar de nuevo un entente único, un monstruo, sea el que sea, que justifique cualquier acción.