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Relevo generacional

Salvo Fraga (56), los otros seis “padres de la Constitución” española (Cisneros, Herrero, Peces Barba, Pérez-Llorca, Roca y Solé Tura) tenían entre 38 y 40 años, la edad del rey Juan Carlos, cuando se aprobó aquella en 1978. Suárez tenía 46, González 36, y Cebrián, director de El País, 34. Por citar unos ejemplos. Carrillo, con 63, era otra excepción.

El maestro Manuel García Pelayo consideró que la renovación generacional que se había producido con la Transición había evitado posibles violencias y facilitado acuerdos, algo que también analizara Juan Linz. Y en efecto, la Transición barrió a toda una generación para reemplazarla en muchos puestos políticos, mediáticos e incluso económicos, por una nueva cohorte, más joven y con menos ataduras al pasado.

La situación actual requiere muchos cambios, y uno de ellos es el de una nueva renovación generacional, como objetivo y como instrumento de cambio. La generación de la Transición, por llegar tan joven, ha estado más de lo debido en el poder. Y la siguiente, la de la post-Transición, la de Aznar, Rodríguez Zapatero y Rajoy, que creo que es la mía (gente que no vivimos la Transición desde puestos de responsabilidad), también ha sufrido un serio desgaste en razón de la crisis económica, por impulsar sus orígenes (especialmente la burbuja inmobiliaria) y por tener que gestionar sus efectos, con un paro desbordado y los recortes en el gasto y servicios públicos.

De hecho, la renovación generacional está en marcha. En parte la representa el nuevo rey Felipe (46 años), pero llega acompañado por otros, por ejemplo en el PSOE (Díaz con 40, Madina, de 38, o Sánchez de 42), en IU (Garzón tiene 29), o con Podemos (Iglesias tiene 36), mientras que en el PP se tendrá que plantear un relevo (Soraya Sáenz tiene 43, Níñez Feijóo, 52, Alonso, 47). Seguramente veremos también cómo los acontecimientos en Cataluña también llevan a un barrido generacional (Mas tiene 58, Junqueras, 45). ). Aunque a esas edades no se puede considerar que los citados sean precoces ni “jóvenes promesas”.

Estamos viviendo un recambio relativamente normal, no una revolución generacional. No es para tanto. Quizás con una cierta aceleración de los tiempos si consideramos, siguiendo a Ortega y Gasset, que las generaciones son de 15 años y que su periodo de ascenso va de los 30 a los 45 años, y el de su mando de los 45 a los 60. Está llegando la generación de 1989, posiblemente marcada por al fin de la Guerra Fría y por la globalización. Está menos apegada a los logros de una Transición cuyos efectos vivió pero que considera casi parte de la Historia, mientras que la generación de la Transición defiende su herencia a fondo. ¿Será la de 1989 Yin o Yang? Quizás le cueste menos a esta generación la necesaria reforma a fondo de la Constitución y del sistema político, y otras transformaciones.

En la Transición había que barrer a los políticos del franquismo. En la actual coyuntura, España necesita no una revolución generacional, sino un proceso de sustitución, un cambio por acumulación y no por eliminación; el país no se podría permitir perder tanto capital político y otro. Pero la nueva generación debe mirar de cerca a la siguiente, la del Milenio, que ha sido duramente castigada por una crisis que ha roto una idea de progreso que hay que renovar. Una parte de esta generación inició el 15-M –que fue plurigeneracional, como lo es el fenómeno de Podemos- y siente menos apego hacia algunas de las instituciones como la Corona. Estos hijos sienten que van a vivir peor que sus padres. El éxito de una renovación se medirá no sólo en su capacidad de generar cambios, sino también de avanzar en la solidaridad intergeneracional, hacia adelante y hacia atrás.