Estoy harta de estar preocupada. Vivo en una constante preocupación que me apabulla, porque no estarlo todavía me hace sentir peor. ¿Cómo sobrevivir sin deprimirte o dimitir de todo, viendo lo que está pasando? El coronavirus, la crisis económica, el cambio climático. Es enero y no llueve, los árboles ya floreciendo en el campo, las macro granjas, los purines. Los coches, la subida de la gasolina. Las agresiones machistas. Los despidos, las crisis de ansiedad. La falta de referentes, la falta de ética y dignidad pública. Cuando la pandemia amaina, aparece la amenaza de una guerra. Y no te da la vida para preocuparte tanto. La espiral de preocupación llega un punto que se pasa de rosca y te desborda. Tu sumidero se atasca. Y así te despiertas cada mañana. Pasas cada día.
Un reciente informe de la ONU dice que el año pasado, pese a las vacunas contra la COVID-19 y al aumento del PIB mundial, la esperanza de vida se redujo 1’5 años a nivel global. “Las nuevas amenazas para la seguridad humana en el antropoceno” se llama, y da directo a la línea de flotación del principio de que, a mayor desarrollo, mayor seguridad. Otro estudio, esta vez en la revista médica The Lancet, elaborado el año pasado, en 10 países con participación de 10.000 jóvenes, dice entre otras cosas que se percibe un futuro que asusta y que la humanidad está condenada. Se habla de “ecoansiedad”. Ya se sabe que la sensación de seguridad es un sentimiento subjetivo, pero la pandemia circunstancialmente y el cambio climático permanentemente, nos recuerdan que nadie está a salvo. Ya tengas una villa en el Lago de Como o un piso en Rentería.
Así están las cosas. Y el colmo es que, como en la Ley de Murphy, todo puede ir a peor porque no parece haber nadie al volante en ningún sitio. Boris Johnson no se da por aludido ante sus fiestas en pandemia y lo más grave es que no haya un clamor político-social que le haga irse con la cabeza gacha. En Estados Unidos, el Partido Republicano no tan solo no condena el asalto al Capitolio de hace un año, sino que lo justifica. En España... en España se pasean candidatos diciendo sandeces que no dejarías pasar en tu vida privada y en lugar de dejarlos en evidencia, por la gravedad del momento, te ríes de los memes y chistes en las redes sociales. Y sabes que eso van a ser votos, porque la gente les va a seguir votando. Los payasos malos parecen cotizar alto en este mundo tan loco. Ya que nadie parece querer solucionarlo, por lo menos nos reímos y votamos al más disruptivo.
¿Por qué nadie nos da una mínima esperanza? Un respiro. ¿Por qué es tan difícil romper esa dinámica, más para las redes sociales, que para la gobernanza en una crisis tan bestia? ¿por qué nadie traza un foso entre esa forma de comunicar y relacionarnos y lo que significa gobernar y hacer política?
No es algo popular, divertido o espectacular recuperar la seriedad de los asuntos públicos, o el respeto a las instituciones. Pero es cada vez más necesario. Me da miedo decirlo así, pero me gustaría que se generase un “patriotismo” democrático despojado de trapos y espíritus ancestrales. Un movimiento político que trabajase por el bien común y aparcase el relato. Porque en política tienen que ser los hechos los que acrediten el discurso y no al revés. Porque en las situaciones complejas, las soluciones fáciles nunca son buenas, aunque suene a frase hecha. Y ahora mismo hay en todos los partidos una legión de “cuñados” proponiendo soluciones magistrales para todo y diciendo sandeces que jamás hubieses imaginado escuchar en tribunas públicas hace unos años.
Pero un día, te levantas y en las noticias escuchas un milagro. Parapléjicos que consiguen caminar gracias a unos electrodos implantados en su columna. Y te sorprendes sonriendo al espejo, imaginando la alegría de esas personas sintiendo la verticalidad de su cuerpo tras, imagino, darlo ya por perdido. Y vuelves a intentar ver el lado bueno de las cosas, aunque sea esperando otro milagro que convierta el agua en vino. Y en lugar de celebrarte el chiste y empezar bien el día, enlazas automáticamente con la imagen del candidato de la oposición diciendo que ha bebido vino a las 11 de la mañana porque hay familias que no tienen agua y tienen que beber vino...Y así se te congela la sonrisa, y vuelve la espiral de la angustia diaria.