El Estado ha iniciado un proceso constituyente. Se inició en 2012, con la reforma constitucional exprés, cuando en un plis-plas se cambió el sentido de la Constitución del 78, y el Estado, en minutos, dejó de ser garante del Bienestar para pasar a ser garante del pago de deuda. Hasta ese momento, por otra parte, el sentido de aquel texto, escaso de soberanía –hasta el punto de ser reformado con rapidez y más allá del deber, ante indicaciones externas– estaba determinado por unos marcos, una lógica de la interpretación, que había mantenido sin estrenar interpretaciones más sociales de la cosa.
Como consecuencia de ese rapto del sentido desde una cultura determinada, se había eliminado, por los hechos, también el título territorial del texto, hoy sin función, en opinión de Javier Pérez Royo. Cabe suponer que ese proceso constituyente, asumido por las regiones menos ensimismadas del PP, suplicado por CiU, animado por el PSOE y sugerido reiteradamente por alguna empresa del IBEX –subsector financiero, que ya ha alertado de que urge una solución territorial al asunto–, tomará cuerpo en breve, y se centrará en la opción federal. Un Estado catalán –y, previsiblemente, otro vasco– diferenciado, y la oficialización del carácter plurinacional de la federación resultante.
También se tendrá que adecuar la Carta a la reforma exprés, y eliminar así los fósiles textuales que aluden aún al Bienestar, para no crear contradicciones. Igualmente se retocaría el título de la Monarquía, de manera que una mujer o un trans pudieran ser jefes de Estado habiendo nacido antes que su competidor directo. Es posible que también se asuma, sin desarrollar, algún derecho, ya existente implícitamente en la sociedad, siempre que no cueste un euro al Estado. Y poco más. La nueva Constitución, como la vieja, se cerrará dejando como discutible, para los próximos 35 años, el tema territorial. No es complicado. Ya se hizo en el 78.
Es posible que el rol del autonomismo –canalizar conflictos y ser el centro de la discusión política de todo lo posible–, los siga realizando un autonomismo2.0, que se llamaría independentismo, y un nacionalismo español2.0, que se llamaría federalismo. Todas las demás tensiones estarían, otra vez, sobreseídas con este nuevo texto, la Constitución que nos dimos a todos nosotros, un/otro gran éxito democrático, que volvería a fijar qué y quién es demócrata –es decir, sobre todo qué y quién no lo es–, realizado –ya lo estoy viendo– gracias a un loable ejercicio de responsabilidad del pueblo español que bla-bla-bla...
Frente a esa proceso constituyente, esta prórroga del Régimen para otros 35 años, hay otro, iniciado un año antes, en 2011. Empezó en el 15M, si bien nadie lo sabía aún. Con el paso de los años, se ha ido formulando. Se está dibujando en el mismo sitio en el que el que lo hizo el 15M. Es decir, no se sabe dónde, fuera de los medios. Es un proceso constituyente con una agenda diferente al que está esbozando el Régimen. De hecho, supone una ruptura con él. ¿En qué consiste ese proceso y esa ruptura? Por lo que oigo e interpreto, en un itinerario legal diferente al propuesto por el Régimen. De hecho, es su ruptura, a través de un itinerario legal que, sucintamente, les esbozo a continuación.
¿En qué consiste ese proceso constituyente? ¿En qué consiste la ruptura? En una sociedad con un gran porcentaje de ciudadanía en riesgo de exclusión, el proceso y la ruptura pasa por garantizar -es decir, formalizar, desarrollar, ampliar y dotar de sentido-, el derecho a la vivienda, a los alimentos, al acceso a la energía y al agua, al trabajo o, en su defecto, a la renta básica. Pasa por garantizar el Bienestar -es decir, la sanidad y la educación-, con nuevas fórmulas que garanticen su pervivencia e imposibiliten su privatización. Tal vez, introduciendo y ampliando el concepto de comunes. Tal vez cambiando la titularidad pública, para que deje de ser del Estado –ese sujeto que no ha garantizado la existencia de lo público– y pase a ser del conjunto de la sociedad.
La ruptura pasa por someter la territorialidad a votación. Es decir, por garantizar como derecho la autodeterminación. Y –-la vida es muy larga; quién se va puede querer volver; a otro sitio– por establecer mecanismos para la federación de nuevos territorios que así lo deseen. Pasa por que el Estado pierda centralidad frente al Estado federado y el municipio. Pasa por votar la forma del Estado. República o Monarquía. Eso sería un sello de que, en el nuevo Estado, no sólo todo es discutible, sino que se va a discutir. Pasa por ampliar la democracia. Reformular la representatividad, implantar diversos tipos de democracia simultáneos. Por la democracia directa, por la adopción también de la tecnología en los usos democráticos. Incluso en la redacción misma de la nueva Constitución. La ruptura consiste en la separación el Estado y la empresa, establecer mecanismos legales para que la empresa regulada no regule, a su vez, el Estado, por establecer mecanismos de defensa de la sociedad frente a la empresa. Pasa por poner límites legales a la empresa financiera y a sus productos. Pasa por el impago de la deuda una vez auditada.
Es decir, la ruptura consiste también en un duro enfrentamiento con la UE, esa organización no democrática con la que es difícil enfrentarse, pues no se sabe dónde ni cómo hacerlo. Quizás, a través del Estado. Quizás a través de los Estados del Sur endeudados. La ruptura pasa por establecer la Justicia en el Estado. Es decir, en primera instancia, separar la Justicia del poder ejecutivo, depurarla y refundarla. Y pasa por llevar a la Justicia el conflicto con la democracia que este país arrastra. Es decir, juzgar a los autores vivos del Franquismo. Juzgar a los autores de la corrupción sistémica en una economía y un Estado extraños, cuyo IBEX35 esta integrado por 29 empresas reguladas. También pasa por investigar y juzgar a los autores del fin del Bienestar –la forma de la democracia en Europa– y de las contrarreformas antidemocráticas desde la reforma exprés, y que en opinión del politólogo Joan Subirats, conformaron una reforma constitucional encubierta.
En esta etapa de franco colapso del Régimen, en breve el Régimen sólo hablará de su reforma constitucional, ante la imposibilidad de hablar de otra cosa. Es de prever que el tema tomará cuerpo y cierto aspecto sexy. Será la agenda explícita o implícita. Será el grueso de la política y de la información. Llevar a cabo este recauchutado federal y postdemocrático de un Régimen del 78 en caída libre, por otra parte, no tiene por qué ser complicado. Basta con enmarcarlo como una reforma necesaria, positiva y radical. Y basta, para gestionarla, con una Gran Coalición, posíblemente la opción de gobierno más verosímil tras las próximas elecciones generales. El dato menos comentado del último CIS es, en ese sentido, que el PP y el PSOE, aún sin ganar, siguen siendo mayoría, una mayoría que será distorsionada y aumentada por el sistema electoral. No obstante, esa reforma no se podrá hacer si se hace (aún más) en falso. Es decir, si no participa el nuevo sujeto político emergente, si la nueva política que está naciendo a través de objetos como Podemos, o los diferentes Guanyem o Ganemos, no juegan esa Liga.
Jugar en la Liga BBVA –nunca mejor dicho– de la política es tentador para, como su nombre indica, un político. Por otra parte, el Régimen'78, tiene como característica fundacional saber tentar a quién sabe que, de ser tentado, modulará poco en cualquier proceso. Sería, pues, importante, que los representantes de los nuevos sujetos políticos dominaran sus tiempos. Que aplazaran su acceso a la política hasta que no sea su política. Que fueran conscientes de que accedieron a la política después de un 15M que jubiló por igual a partidos y a movimientos sociales, precísamente por la imposibilidad contratada de hacer política y cambios perceptibles desde la política, tal y cómo la había dejado el Régimen. No acceder a la política del Régimen es, por otra parte, algo rentable: nuestros amiguitos de la UE, en los dos últimos años, ya han aplazado recortes en España por 25.000 millones, sin duda por la mera existencia de una sociedad desligada de la cultura de la política oficial, y por la progresiva formación y aceptación de Podemos. Por temor a una ruptura, vamos.
El Régimen, es decir, la política, una vez congelada la austeridad gracias al post15M, ya empieza a ser sólo ese proceso constituyente con el que quiere salvar la vida. Participar o no en él será la diferencia entre practicar la vieja política y la nueva, empezada a formular en 2011, y que no tiene como objetivo participar en la política, ponderar lo mejor o lo peor en la política. Su objetivo es ganar. Defender la democracia en esta gran crisis de la democracia, acabar con el Régimen del 78, establecer una ruptura efectiva. Y crear un marco para el 99% de la sociedad.
La ruptura, en fin, es el aliento que debe de sentir el Régimen y su reforma constitucional en la nuca. Continuamente. Y, con ese aliento, debe de sentir miedo. Pues ese aliento es su muerte. Ese aliento es el fin de un Régimen y de sus usuarios, que ya han perdido importantes atributos, como la capacidad de hacer, o el respeto social.