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Salvadla

Maruja Torres

Maternidad, maternidad, cuántas atrocidades cometen en tu nombre los megamachos que, como no pueden parir, tienen a gala defender a la mujer y al feto obligando a consumar el embarazo a las niñas violadas. Contemplando el cabezón alopécico y mandibular de Antonio Barrios, ministro de Salud de Paraguay, rematado el escote de su viril camisa entreabierta por un pedazo de crucifijo de oro desteallante, una se pregunta qué diferencia a este representante de lo cerril de los cernícalos de Boko Haram o de los miserables barbudos de Isis. Nada. Él también se cree superior, y cree que aquello que supone que existe y presume de representar, la Rectitud, habla por su boca.

Machismo, patriarcado del más rancio, cruel y asesino, es lo que ha sellado el destino de la pequeña de diez años que, embarazada de cinco meses como producto de la repetida violación a que la sometió su padrastro, se ve obligada a parir, su menudo cuerpecito deformado y encadenado, después de sufrir tantas sevicias. La madre había denunciado el acoso de que era víctima la niña cuando aún se hallaban en la fase del manoseo. Imagino a los policías encogiéndose de hombros, quizá dándose codazos o pensando en la nena que, horrorizada, les esperaba en casa. No pongo la mano en el fuego por ninguno. Patriarcado rancio, cruel.

Nadie hizo nada. Casi 700 criaturas dieron a luz el año pasado en el país latinoamericano, la mayoría como resultado de violaciones. Nadie hizo nada.

La infancia de esta niña, interrumpida por la más zafia y grosera expresión de la sexualidad dominante, merece un aborto terapéutico, merece que la rescatemos y merece que castiguemos a sus verdugos, del padre -que, tan tranquilo, se dio a la fuga-, al ministro de Salud. Si no hacemos eso, ¿para qué estamos?

A mí lo de la nena paraguaya me recuerda que harían si pudieran los del crucifijo colgante de aquí, aquellos que consideran el sexo un pecado pero la explotación un deleite y una obligación religiosa. Es una versión brutal de esa perversa ley que obliga a nuestras mujeres menores de edad a someterse al juicio de sus padres para interrumpir los embarazos. Una forma de aplastar, de colocar en la pelvis femenina el sello basto de su mierda de discoteca.

Resulta muy indignante, muy lacerante, que estemos tan preocupados por si se arregla o no en las siguientes horas la huelga de astros del fútbol, o si a Susanita la dejan o no arreglar lo de los andaluces y las andaluzas. Y tantas otras cosas.

Por la pequeña nadie hace nada, salvo las mujeres que salen a la calle, en Asunción y puede que en algún otro lugar, a sabiendas de que es la punta de un iceberg funesto y potente, el de los hombres malos y las sociedades incultas y pasivas.

En Paraguay, gracias al trabajo de las mujeres se conserva la lengua guaraní. Y en guaraní, en inglés y en todos los idiomas hay que gritar: ¡Basta! Salvadla de vosotros mismos.

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