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Sánchez manda, Feijóo molesta

Sánchez y Feijóo, en el Congreso, en diciembre pasado.

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El líder del PSOE domina la escena política como nunca lo ha hecho en sus cinco años de mandato, mientras su homólogo del PP está más desdibujado que nunca y se le ve incapaz de transmitir un mensaje que dé sentido a su propuesta. Siendo, como son, muy importantes las imágenes y sensaciones que proyectan hacia la opinión pública los máximos dirigentes de los partidos, se podría concluir que los socialistas tienen ganada la partida al PP. Pero todavía hay demasiadas incógnitas en la escena, y pueden venir otras nuevas, como para sacar conclusiones precipitadas sobre el futuro resultado electoral.

Lo que sí está claro es que los furibundos y constantes ataques que la derecha ha venido lanzando contra Pedro Sánchez, su Gobierno y su partido prácticamente desde que éstos llegaron a la Moncloa no han tenido resultado práctico alguno. Y las encuestas revelan, en efecto, que las perspectivas de voto siguen siendo las mismas, punto arriba, punto abajo, que las que existían en vísperas de las últimas dos elecciones generales.

Y mientras Sánchez ofrece un perfil cada vez más sólido, Núñez Feijóo da la impresión de que se está apagando poco a poco. A la vuelta del verano ha dejado de salir tanto como lo hacía hasta el mes de julio: sus asesores han debido comprender que era una locura sacarle todos los días, y sólo para dar caña como si el mundo se estuviera acabando. Porque así cualquiera comete errores y estropea su figura, que es lo que ha pasado. Ahora habrá que ver qué se les ha ocurrido para tirar hacia adelante.

Pero, más allá de la figura de Feijóo, el PP sigue bloqueado en un único objetivo: el de competir con un Vox que no cede en las encuestas y que amenaza con volver a ser el motivo de que la derecha no consiga acceder al gobierno. Para los dirigentes del PP, y para Feijóo mismo, debe ser desesperante comprobar que por mucho que hayan radicalizado su discurso y por mucho que hayan acercado sus posiciones a las de la ultraderecha, el partido de Santiago Abascal sigue manteniendo su fuerza de partida y se permite incluso el lujo de abandonar los gobiernos regionales de coalición porque el PP había osado que menos de 400 menores inmigrantes ilegales fueran acogidos por éstos.

Feijóo calló ante tamaño despecho y el mismo PP que cada día se llena la boca con insultos y denuncias contra el PSOE y su líder no se atreve ya desde hace mucho tiempo a expresar la mínima crítica contra su rival en la derecha. Poco se puede esperar de un partido y de un líder que se encuentra maniatado de manera tan ignominiosa. Si encima, y para repetir situaciones ya vividas, la otra rival de Feijóo, Isabel Díaz Ayuso, vuelve a asomarse a escena desafiando a la dirección de su partido y pidiendo a los demás barones del PP que no acudan a reunirse con Pedro Sánchez porque éste “les va a sobornar”, se concluirá que la situación del primer partido de la oposición es mucho peor de lo que sus poderosos y omnipresentes corifeos mediáticos pretenden hacer creer.

El que los máximos dirigentes de los grandes bancos hayan aplaudido el nombramiento de José Luis Escrivá mientras los tertulianos de derecha y no pocos dirigentes del PP se desgañitaban denunciándolo como una ignominia “contra la democracia” es otro indicador, y no precisamente secundario, de lo despistados que andan nuestros dirigentes conservadores. Y el que ninguna de las últimas cien preguntas que el PP ha formulado al Gobierno versara sobre asuntos económicos se añade a lo anterior: o sus dirigentes no saben de esas cuestiones o las cosas van demasiado bien en ese terreno como para permitir lucimientos a los ministros.

Ese, el de la buena marcha de la economía, es uno de los grandes activos de Pedro Sánchez. Es imposible saber si lo seguirá siendo cuando llegue la próxima campaña electoral y también lo es pronosticar si ese buen ambiente económico, que se percibe en la calle, aunque una minoría no pequeña lo siga pasando mal, influirá mucho o poco en el resultado electoral.

Por el momento, la cuestión económica está fuera de la agenda política. Y mientras las cosas vayan bien no entrará en ella. Lo que ahora atribula al Gobierno es la financiación de las autonomías y, sobre todo, que el pacto con Esquerra para investir a Salvador Illa como presidente de la Generalitat catalana no provoque una revuelta de las de derechas y tal vez también de algunas izquierdas.

El asunto es grave. Mucho más que el de la inmigración ilegal, porque alguna solución al respecto se arbitrará a no mucho tardar, aunque al PP le cueste tanto dar su brazo a torcer.

Es grave porque las cifras que mueve la financiación de las autonomías son enormes y porque esas dimensiones y la variedad de situaciones regionales no permite soluciones ni explicaciones fáciles de cara a la opinión pública y sí ofrece carga demagógica disponible para cualquier fin… político, por supuesto.

Existe el riesgo, y ya empieza a ser tangible, de que el viejo argumento de que “los catalanes nos roban” que durante tantos años la derecha, central y regional –particularmente la del sur– ha utilizado contra los nacionalistas se vuelva ahora contra Salvador Illa, que es socialista, y contra su valedor, Pedro Sánchez. La tentación de los dirigentes del PP de Andalucía y Extremadura de convertir esas denuncias en argumento prioritario de cara a las próximas elecciones generales debe ser grande.

Y algún barón socialista, sobre todo el castellano-manchego García Page, el aragonés Lambán y el asturiano Barbón, están también manifestándose en dirección parecida. Porque el sentimiento anti-catalán es fuerte en estas regiones y porque quieren evitar que sea la derecha la que enarbole esa bandera.

Es muy probable que en los próximos meses el asunto autonómico ocupe el centro del debate político y, sobre todo, del trabajo, interno y de comunicación, del gobierno. Y que acallar las disidencias al respecto, con los medios que hagan falta, incluidos los más dolorosos, sea uno de los principales objetivos del congreso socialista de noviembre. Para seguir mandando, Sánchez necesita, para empezar, mandar sobre los suyos.

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