¿Y si el nuevo fascismo fueran las fake news?
Hubo un tiempo en el que el mundo se estremeció ante la locura de unos que decían que su raza aria era superior a las demás, y que debían limpiarla de otras razas. Eso requería crear nuevos arios y sacar de la circulación, en nombre de la higiene racial, a aquellos que presentaran defectos. Es evidente que esa gente vivía una paranoia, según la cual había que recuperar la pureza de la raza y para ello se necesitaba eliminar las razas supuestamente degeneradas que contaminaban, desde gitanos a eslavos y judíos. Todos ellos debían ser exterminados en campos de concentración.
Ahora suena como lo que es, una absoluta y estúpida barbaridad, pero hace menos de cien años era defendido por millones y terminaron provocando el mayor genocidio de la era moderna. En realidad era lo que hoy llamaríamos una conspiranoia, con sus fraudes científicos y sus correspondientes fake news, vías de difusión y grupos de apoyo.
Hace unas semanas hemos asistido al momento culmen de la ultraderecha estadounidense que supuso el asalto al Capitolio. Y fue también el resultado de toda una confluencia de fake news, desde que el resultado electoral fue un fraude a la famosa teoría QAnon.
La teoría QAnon se fundamenta en una supuesta trama secreta organizada por un supuesto “Estado profundo” contra Donald Trump y sus seguidores. El planteamiento es que existe una maquinación de actores progresistas de Hollywood, políticos del Partido Demócrata y funcionarios de alto rango que participan en una red internacional de tráfico sexual de niños y realizan actos pedófilos. Como Trump les está investigando y persiguiendo para prevenir un supuesto golpe de Estado orquestado por Barack Obama, Hillary Clinton y George Soros, pues lo han derrocado. La teoría nace en 2017 en un foro norteamericano casposo de internet del estilo de Forocoches. Tiene su antecedente en una versión llamada Pizzagate, que decía que había una red de pedofilia del Partido Demócrata que operaba en una pizzería de Washington, con sus ritos satánicos incluidos. Todo esto fue ampliamente difundido por redes sociales y webs de noticias falsas. Un día un tarado se presentó en la pizzería a tiros y se comprobó que solo había pasta, tomate y mozzarella.
Todo esto tan absurdo levanta carcajadas la primera que vez que se escucha, pero quizás debería alarmarnos un poco. ¿Acaso no nos hubiera dibujado una sonrisa escuchar en 1930 que había una raza superior aria que requería que las mujeres arias fueran inseminadas por hombres puros de esa misma raza y eliminar a las demás porque la contaminaban?
Pues hoy estamos viviendo una situación en la que varios de los asaltantes del Capitolio son líderes de la difusión de esta teoría QAnon y Marjorie Taylor Greene, otra defensora de esta alucinación, consiguió en 2020 un puesto en el Congreso por el Estado de Georgia. Y no solo eso, una encuesta de septiembre de Daily Kos/Civiqs reveló que un 56% de los republicanos cree que la teoría de QAanon es parcial o totalmente cierta.
Ya la asesora de Trump Kellyanne Conway, cuando se desmontaban sus mentiras, afirmaba que ellos “manejaban hechos alternativos a los que habían mostrado los medios”. Es decir no mienten, simplemente manejan hechos alternativos. Los expertos han comprobado que las políticas de los medios y periodistas de desmentir los bulos y falsedades de los seguidores de Trump no han resultado eficaces. Al contrario, cualquier desmentido les confirma a los conspiranoicos que son víctimas de una persecución y de unos medios que quieren ocultar la verdad a la ciudadanía.
El periodista Marc Amorós, autor de ¿Por qué las fake news nos joden la vida? (Lid Editorial) destaca “la capacidad de las narrativas falsas como pegamento social, como manera de aglutinar a mucha gente y muy diversa alrededor de una idea o un líder”. Además, muestra el poder del tribalismo, cómo las culpas y las posibles consecuencias de la teoría de la conspiración se disuelven al formar parte de un colectivo o una comunidad. El resultado es similar a las sectas, se entra en una burbuja mental donde todo se percibe a través del cristal de esa paranoia: todo un grupo viendo lo mismo, interpretando lo mismo, sacando las mismas conclusiones, sintiéndose todos acosados y perseguidos, convencidos todos de poseer la razón y ser víctimas de una persecución. Es el mejor caldo de cultivo para desconectarse de la realidad, pero también para sentirse acompañado, apoyado, luchando por algo, con una misión mesiánica. Todo un potencial tan peligroso como imparable. Precisamente lo que fue el fascismo el siglo pasado.
Las conspiranoias actuales de las que se nutre la ultraderecha poseen también otra pata muy eficaz, los nuevos movimientos religiosos evangélicos y sus predicadores. No hay más que comprobar su utilidad para la llegada a la presidencia de otro demente que reniega de la ciencia como es Bolsonaro en Brasil.
En España, el periodista Ángel Munárriz, señala que “el movimiento negacionista incorpora elementos del marco de Vox, a su vez vinculado al lobby integrista: ”élites globalistas“, Soros, ”nuevo orden mundial“... Por su parte, los círculos ultracatólicos coquetean con las tesis conspirativas en plena pandemia, con campañas que mezclan la denuncia de oscuras agendas políticas y la manía persecutoria”. “Medios ultracatólicos como Actuall, vinculado a Hazte Oír, han difundido el bulo de que las vacunas contra el covid-19 emplean células de fetos humanos abortados. El cardenal Antonio Cañizares llegó a amplificar esta teoría en una homilía”, recuerda Munárriz.
En uno de los grupos españoles de Telegram de seguidores de QAnon hay ya más de 4.000 personas. Según la policía, en el mundo de la ultraderecha española hay alrededor de 300 activistas “que podrían prestar oídos para posteriormente seguir sus actos”. Un ideario que es un potaje de discurso antivacunas, amenazas satánicas, liberticidio de gobierno comunista y feminismo castrador. Todo ello en la olla exprés de las redes sociales y las fake news.
Ese fascismo que supone Trump o Vox es indiscutible que se ha fundado y desarrollado mediante las fake news y las mentiras. La bola de nieve de su discurso ya ha salido del marco del argumento y la razón, de nada sirve el debate político ni las instituciones ni procesos democráticos ante una marea que ni siquiera cree en la ciencia. Sin embargo, mucha de la izquierda que pide no blanquear ese fascismo y combatirlo sigue reacia a que los poderes públicos tomen medidas contra las fake news. Incluso aplauden que esas medidas las tomen empresas privadas como Facebook y Twitter en el caso del cierre de la cuenta de Donald Trump, pero ponen objeciones que las medidas las adopten los poderes públicos.
Pensábamos que en esta era de la información y libre circulación de las noticias íbamos a estar mejor informados, pero la realidad es que tenemos a la gente discutiendo si la nieve es plástico. Y es que más información no es estar mejor informados. Si la información no se filtra ni por instituciones valiosas, ni por buenos profesionales, ni por un mínimo nivel cultural de la ciudadanía, el resultado es una sociedad tan desinformada y a merced de cualquier superchería como en el peor momento de la Edad Media.
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