Ya no me siento independentista
Hola, me llamo Lolita y ya no me siento independentista (¡hola, Lolita!). Es una sensación que se ha ido. Durante muchos años la independencia de Catalunya era algo en lo que apenas pensaba, pero tras la primera sentencia del Estatut (tal y como les ocurrió a miles de personas), el independentismo creció en mí. Así, tal cual. Me creció dentro. Políticamente hablando era algo que me parecía fascinante. La oportunidad de hacer una nueva república sin rey (y a ser posible sin ejército) era un sueño que abrazó mucha gente de izquierdas. Yo, entre ellas. Yo había votado siempre a partidos de izquierda españoles hasta que me defraudaron (a mí, como a tantas personas en todo el Estado) y la política se fue tensando y convirtiendo en una pelea que ha desembocado en esta nueva pelea que ha dejado de interesarme.
Fue un deslumbre, me dicen algunas amigas y amigos. No lo creo. Lo sentí posible. De verdad pensaba que era posible hacer un país nuevo: más feminista, más inclusivo, más abierto y más lejos de esta monarquía que se nos repite en el estómago desde hace tantos, tantos años. Y durante años este país no tuve la sensación de poderlo construir con el apoyo de ningún partido español. De hecho, el cambio radical que se proponía desde Catalunya, en aquel entonces, no se proponía desde España. Así que dejé de ver aquel sueño como una posibilidad para España y me sentí independentista: sí, quise independizarme de España aunque manteniendo la ciudadanía española (tal y como he contado en más de un artículo en este diario).
Ese deseo se fue. Tras meses infames de juicio contra el procés, tras las penas de prisión y el exilio, tras años de salir a la calle, tras haber protestado con los Jordis en la Conselleria de Economia y en muchos otros lugares, el independentismo se me fue. Sigo queriendo una república, sigo queriendo un país más feminista y abierto, sigo queriendo quedarnos sin ejército y sin fábricas de armas. Quiero dejar de ser súbdita y eso en mí es fundamental. Pero lo que ha ocurrido en Catalunya me ha alejado de aquel deseo.
Y creo que ocurrió el día que leí a Quim Torra. Le respeto a Torra haber dado un paso adelante cuando nadie más quiso hacerlo. No deja de sorprenderme la voluntad de muchas políticas y políticos inderrumbables. Admiro su capacidad de resistencia y su trabajo de hormiga, constante, de hace años. Pero una independencia con este presidente no la quiero. ¿Lo han leído? Aparte de sus opiniones (que no, no están sacadas de contexto, lo he leído completo) sobre los españoles (que estoy segura de que han dado una terrible sensación de impunidad); Quim Torra escribió que el 15M fue lo peor que le pasó al país tras el 23F. Yo creo que no. Que al contrario. Es de lo mejor que hemos vivido. Pero creo también que en aquel momento una multitud de personas que habíamos abrazado el independentismo como proyecto político (y no nacional, resumiendo) empezaron a ignorar declaraciones o a pasar por alto opiniones que no parecían xenófobas ni prácticamente racistas porque se decían desde Catalunya. Lo fueron. Lo siguen siendo.
Esta impunidad para hablar de España como el país enemigo desde un país cuyo proyecto respetuoso e inclusivo entusiasmó a tanta gente que salió a defender la democracia y el derecho a decidir, me parece espeluznante. Así, espeluznante. Las cosas que nos estamos diciendo no son verdad. Los insultos no son verdad. Las opiniones tajantes no son verdad. Y si alguien cree que lo son, no acepto que me represente. Y hay políticas y políticos que admiro y siguen siendo independentistas; hay personas a las que quiero que lo son. Pero yo he decidido cambiar de opinión: esta independencia no la quiero. No es por lo que he trabajado y no me representa. Es más, me menoscaba.
Seguiré trabajando por la libertad de las presas y los presos, el retorno de los exiliados y exiliadas, el derecho a decidir de los pueblos, la necesidad de detener y resistirse al totalitarismo del Estado. Pero ha llegado un punto en el que he dicho basta. Este camino no lo quiero recorrer. Me hago a un lado. Porque no. Ya no me siento independentista. Lo que estoy dispuesta a sacrificar por un país nuevo y con más esperanza no pasa ni por el desprecio, ni por la impunidad ni por la diferenciación constante. No hay lados, otra vez. De nuevo estamos miles de personas en esta sensación que nos llevó a ocupar las plazas y cada vez estamos más convencidas de que necesitaremos hacerlo de nuevo. Que eso sí es lo urgente. Lo digo y lo asumo con todas las consecuencias. Y creo que somos muchas, muchas personas que nos hemos visto aceptando algo contra lo que habíamos luchado siempre. O no. O quizás es una sensación íntima. Pero reclamo mi derecho a cambiar de opinión. Y lo ejerzo. No, no estoy hablando de fascistas y víctimas; ni de xenófobos y personas más sanas. Estoy preguntándome, desde hace tiempo, a qué he dicho que sí en nombre de la independencia que va en contra de mis opiniones republicanas y de izquierdas. Y creo que es algo que se debería pensar en profundidad desde muchos ángulos; no sólo desde el independentismo sino también desde la izquierda española hablando impunemente y con una tristísima ignorancia emocional de Catalunya.
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