“La mayoría de los problemas no se pueden solucionar; la mayoría de los problemas sólo se pueden sobrevivir”. Esta lapidaria afirmación procede de un nonagenario Peter Drucker, el padre del management, que había ayudado durante su longeva existencia a empresarios, directivos y políticos a afrontar situaciones que antes de la pandemia calificábamos ingenuamente de complicadas.
A los hombres y mujeres de acción no se les paga porque sean inteligentes, sino para que acierten en sus decisiones y, muy principalmente, en su ejecución. Se la juegan en las acciones, no bastan las buenas intenciones, ni los análisis brillantes. No hay correlación necesariamente positiva entre la calidad de la reflexión, ni el acopio de datos incontrovertibles, con una implantación certera y oportuna de un curso de actuaciones. Vivimos un momento menesteroso de personas prácticas en el sentido más pleno de la semántica.
Hay cosas, advierte Séneca, que para saberlas no basta con haberlas aprendido.
En el mundo de la praxis, que empieza por el aprendizaje siempre conjugado en primera persona, a diferencia de la producción o poiesis, para aprender algo, hay primero que hacerlo, y luego aprenderlo. Para amar, primero hay que amar, y luego se aprende a hacerlo. De ahí la enorme frustración de los que prematuramente leímos en nuestra adolescencia 'El arte de amar' de Erich Fromm, del que ya no se acuerda casi nadie. (Ahora el lector ya sabe mi edad).
Ir a un curso de primeros pasos sin haber tenido hijos no tiene nada que ver con hacerlo cuando el primer hijo ya corre y el segundo gatea.
En estas andamos con el virus de la postdesescalada. Hemos aprendido mucho y bueno aunque, paradójicamente, nos falta aprenderlo de verdad, en la práctica. Ahora se nos presenta una oportunidad teñida de la urgencia de un examen en el que nos jugamos el todo por el todo.
El presidente Torra tiene razón al subrayar que se trata principalmente de una responsabilidad personal e intransferible pero se ha equivocado en su gestión; el poder público no ha estado a la altura, porque va por detrás y eso se paga siempre, lo que ocurre es que sus fallos y los de sus colegas independientemente del color (los colores en la era covid sólo cuentan en el arcoíris natural, ya ni en el social/publicitario) los pagamos todos. La primera andanada nos sobrevino, esta la hemos llamado a pleno pulmón.
Desde que me casé vivo, felizmente, rodeado de médicos. También ayer, contemplando las Islas Cíes que siguen majestuosamente ajenas a nuestras cuitas, le preguntaba a un radiólogo que ha visto por dentro los destrozos que hace el virus qué podíamos hacer, y quiero compartir la obviedad que me dijo, porque yo no la había advertido como ocurre con lo más evidente: “aprender a convivir con él”.
Los problemas que no tienen solución en realidad no son problemas, sino circunstancias que uno ha de mirar de cara y surfear, a las que se trata de ganarlas por la mano. En España, decía Cela, el que aguanta gana. Bastaría con no crearnos más problemas de los que ya tenemos y sobrevivir momento tras momento. Sólo nos queda el futuro que vamos devorando.
Lo que me trae a la memoria la frase de otro premio Cervantes, Fernando Vallejo: “la revolución, y se lo digo yo, que he vivido tanto y tan errada aunque arrepentidamente, la revolución es fina operación que mata al paciente pero salva al médico”.
El que no vaya a ayudar, que se vaya de vacaciones, por favor. Inglaterra puede ser su destino.