España siempre ha sido un país con gusto por el paripé. Los problemas por aquí se afrontan cuando no queda más remedio. O se resuelven solos, o no se resuelven. Mientras llega el desastre lo que más nos pone es marearlos, montar más lío y sobre todo dar espectáculo, mucho espectáculo. Aquí la política es una fiesta que nunca se acaba.
Llevamos ya dos años de spanish paripé con el caso Urdangarin y la Casa Real, y la cosa no tiene pinta de acabarse. Tras los intentos de Hacienda, la Fiscalía y el Gobierno para exculparla, a la infanta Cristina la van a juzgar por cooperar y conocer los delitos fiscales de su marido pero no por blanqueo de capitales. Según la Audiencia de Palma sabía que defraudaban pero ignoraba de dónde venía el dinero que ocultaban al Fisco. Ahora ya andamos dándole vueltas a si se le aplicará o no ese paripé jurídico llamado 'doctrina Botín'. Es el enésimo episodio de un sainete real gracias al cual ya no queda alguien en España que no esté convencido de que si se llamase Cristina López, ya estaría juzgada.
A lo catalanes también les han montado un paripé muy a la española donde lo que menos importaba era precisamente que los catalanes pudieran votar y decidir. Artur Mas convocó el paripé para no convocar unas elecciones que perdería y ERC le ayudó porque le falta coraje para forzar unos comicios que puede ganar. Rajoy contribuyó al espectáculo presentando un recurso y mandando luego al ministro de Justicia a decir que iba a hacer como que no se enteraba de lo que fuera que hicieran. El TC remató la faena aceptando suspender no sabemos muy bien qué. Ahora estamos donde estábamos y seguimos desde hace dos años. O votamos o negociamos. Más paripés no, por favor.
Aunque, reconozcámoslo, nadie monta los paripés tan a lo spanish como el Partido Popular. La semana que empezaba con el presidente extremeño, José Antonio Monago, reclamando que se limpiasen las alcantarillas, ha acabado con Mariano Rajoy acudiendo a su rescate y lavándole la boca con jabón. Mientras el Partido Popular se reunía para hablar de buenas prácticas, el antaño bramante Barón Rojo se convertía en un lloroso gatito que primero no sabía muy dónde estaba Canarias ni de qué viajes le hablaban, después siempre había ido allí por trabajo, luego siempre se lo había pagado él y finalmente va a devolver hasta el último céntimo.
El anuncio de Rajoy sobre su comparecencia en pleno para desgranar sus grandes remedios contra la corrupción se antoja el final perfecto para el paripé popular. Ahora que ya sabe todo el mundo en el PP, empezando por Feijóo y acabando por Monago, lo que te puede pasar cuando te pones exquisito y empiezas a darle lecciones de ética a Rajoy, el Congreso de los Diputados ofrece el escenario ideal para contarnos el cuento donde el valiente presidente mató al dragón de la corrupción montado sobre el caballo blanco de Santiago. Si no le gusta este cuento, tranquilo, tienen más.