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No lo sueltes en el embalse

A menudo los desastres ecológicos pueden empezar con pequeños gestos, en apariencia tan triviales como vaciar la pecera del chaval en el embalse para soltar ese pececillo que no hemos podido dejar al cuidado de nadie y que no nos podemos llevar de vacaciones. “No te preocupes –le decimos- aquí vivirá bien”. Y nos vamos a casa con la conciencia de haber hecho un gran acto a favor de los animales cuando en realidad puede que la hayamos liado parda.

Existe una alta probabilidad de que el pececillo desaparezca tras el ataque del primer predador que le salga al paso. Si es así habremos estado de suerte. Pero también puede darse la remota posibilidad de que sobreviva y llegue a formar un cardumen con otros de su misma especie soltados en ese mismo embalse, reproducirse, multiplicarse, colonizar el río, sus afluentes...

Y no, no soy un desalmado, jamás he deseado la muerte de ningún animal, y mucho menos un pez. Soy un ictiólogo apasionado, siento verdadera atracción por ellos, incluso confieso que me encanta observar a esos carpines de todas las formas y colores (mis favoritos son los cometas), al neón chino, los koi, los lochas, el puntius y el resto de peces de acuicultura. Pero en su pecera. Nunca en nuestros ríos, lagos y lagunas.

La proliferación de especies invasoras o alóctonas en los ecosistemas se ha convertido, junto a la pérdida de hábitats, en la mayor amenaza para la biodiversidad del planeta. Se trata de animales o plantas que de manera accidental o, como en el caso del pececillo que nos ocupa, de manera intencionada, aparecen de repente en un hábitat ajeno y acaban por colonizarlo expulsando a las especies autóctonas, lo que resta variabilidad biológica y ocasiona un deterioro del equilibrio ecológico de consecuencias incalculables.

Los ecosistemas acuáticos figuran entre los más afectados por la globalización de las invasiones biológicas. En nuestro país, el Atlas y libro rojo de los peces continentales de España, publicado por el extinto Ministerio de Medio Ambiente y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), identificaba hace más de diez años un total de 70 especies de peces de las que 23 eran ya por aquel entonces exóticas. Desde su publicación la proporción no ha hecho más que incrementarse hasta doblarse, de manera que en algunos tramos de nuestros principales ríos, como el bajo Ebro, la mitad de los peces son ya especies invasoras.

La ONU, a través de su programa para el medio ambiente (PNUMA), y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) desarrollan desde hace años un Programa Mundial sobre Especies Invasoras (GISP por sus siglas en inglés) para hacer frente a la que ellos consideran como la amenaza más grave para uno de los mayores patrimonios de la Tierra: su alta variabilidad biológica.

Para hacerle frente, España cuenta con el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras (http://www.boe.es/buscar/act. php?id=BOE-A-2013-8565) por el que se regula el control de las principales especies alóctonas que están provocando graves daños en nuestra biodiversidad autóctona, los ecosistemas naturales y la agricultura. Recientemente el Tribunal Supremo dictaminaba que se incorporaran a dicho catálogo dos peces introducidos hace muchos años en nuestros ríos: la trucha arco iris y la carpa, ésta última incluida en el listado de la UICN de las 100 especies invasoras más dañinas del mundo (http://www.iucngisd.org/gisd/ pdf/100Spanish.pdf).

La decisión de la alta magistratura se debe a la denuncia presentada por varias entidades ecologistas y por la Asociación para el Estudio y Mejora de los Salmónidos (AEMS), entidad fundada por pescadores dedicada a la conservación de los ríos y la biodiversidad que albergan, para defender a nuestros peces autóctonos, todos ellos en declive y muchos al borde de la extinción por el acoso de las especies invasoras.

De hecho los pescadores de rio que practican la modalidad conocida como “sin muerte” o de “captura y suelta” fueron los primeros en alertar sobre el aumento de peces exóticos en nuestros ríos y aguazales, cansados de llevarse todo tipo de “sorpresas” al echar la caña al agua. Como la que se debió llevar el pescador que estaba disfrutando de su afición en un embarcadero de Sevilla, usando como cebo la clásica masilla de pan rallado y aceite, y tras sentir la picada y recoger el sedal comprobó con horror que lo que colgaba del anzuelo era una piraña. Si, si: una piraña del Amazonas. ¿Cómo llegó aquel pez exótico al Guadalquivir? Pues lo más probable es que fuera por una causa en apariencia tan inocente como la que daba inicio a este apunte: porque alguien lo soltó en el rio.

La cosa se ha puesto tan seria que hasta la ley se ha tenido que adaptar para hacer frente a esta nueva amenaza. Así, el artículo 333 del Código Penal, sobre los delitos relativos a la protección de la flora, fauna y animales domésticos, establece que “El que introdujera o liberara especies de flora o fauna no autóctona, de modo que perjudique el equilibrio biológico, contraviniendo las leyes o disposiciones de carácter general protectoras de las especies de flora o fauna, será castigado con la pena de prisión de cuatro meses a dos años o multa de ocho a veinticuatro meses y, en todo caso, inhabilitación especial para profesión u oficio por tiempo de uno a tres años.”

Poca broma pues con la suelta de peces exóticos en nuestro entorno. Estamos al límite. La situación no soporta ni una imprudencia más. Ya no vale lo de que “yo no sabía qué” o “si solo es un pobre tal”. Todos somos conscientes de este grave problema medioambiental y del peligro que corre nuestra biodiversidad si no logramos atajarlo. Así que si no tienes quien te cuide la pecera y no sabes qué hacer con tus peces ni se te pase por la cabeza soltarlos en el rio, el lago o el embalse, ni mucho menos en el estanque del parque.