De tanto en tanto, es común toparse a media mañana con alguien que dormita en su coche, detenido en el aparcamiento de algún polígono industrial. No le damos importancia. No hay porque pensar en Jean-Claude Romand, el protagonista del libro El adversario, en el que el escritor Emmanuel Carrère relata la historia de este falso médico que durante años engañó a su familia y a su entorno con un empleo inexistente. O, al igual que en El empleo del tiempo, película de Laurent Cantet, en la que un asesor pierde su empleo e inventa un puesto en Naciones Unidas al que se supone que acude regularmente.
Hace poco, una crónica de Esteban Hernández en El Confidencial, muestra otro aspecto, muy distinto, de quienes lejos de ver pasar sus horas sin conseguir articular con ellas ningún sentido, están obligados a tributar su tiempo para facilitar el compromiso laboral. Cuenta Hernández que, en la Avenida de Bruselas de Madrid, en el polígono industrial del Distrito Telefónica, buena parte de quienes allí trabajan, llegan sobre las siete de la mañana, aparcan el coche y, arropados con una manta, duermen hasta la hora de entrar a trabajar. Llegar a las siete y media, advierte la crónica, implica no conseguir donde dejar el coche.
Estos trabajadores, al contrario de los protagonistas de las obras antes mencionadas, no han perdido el sentido del uso del tiempo, están, por el contrario, entregando un capital que amplia la brecha de las diferencias de clase.
El cardiólogo e investigador Valentín Fuster, director del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares, ha impartido este martes una ponencia sobre la protección jurídica del paciente como consumidor en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), en Santander, donde también ha recibido el Premio a la Trayectoria Internacional Investigadora en el ámbito del Derecho a la Salud, concedido por el Instituto de Investigación de Valdecilla. En su exposición, Fuster sostuvo que el crecimiento de la sociedad de consumo ha superado los alcances conquistados por la tecnología, en términos de salud, con resultados negativos para esta. El cardiólogo señala a la obesidad, la presión arterial alta, la diabetes, el colesterol elevado, fumar, la falta de ejercicio y la mala alimentación, como hábitos perjudiciales, impulsados por el consumo desmedido. Según Fuster, aquellos que vemos corriendo por las calles son apenas un dos por ciento de la población.
La marca Nike lleva décadas alentando a las voluntades. Just do it (Sólo hazlo) no deja de gritar desde sus camisetas, sudaderas, pantalones, shorts y todo el inmenso arsenal de accesorios deportivos que produce y vende. Just do it tiene casi tres décadas de existencia, pero se trata de un vector de comunicación tan formidable que con el paso del tiempo, en lugar de erosionarse, cobra aún mayor sentido. ¿Qué mejor mensaje para un emprendedor? ¡Sólo hazlo!
El problema que, para hacerlo, por un lado, hace falta tiempo. Como señala Hernández, la participación de los ejecutivos españoles en las maratones de las principales ciudades del mundo es una tendencia en alza. Pero para correr 42 kilómetros hace falta, antes que nada, tiempo. Tiempo de esfuerzo, de entrenamiento y dedicación, más tiempo de descanso. El tiempo libre es un valor y su exhibición es ostentosa y contrasta, obviamente, con los cansados durmientes de la Avenida de Bruselas.
La alimentación, por otra parte, que recomienda Fuster, atiende a un paradigma cultural que se da solo bajo condiciones preferenciales y en las que cabe la distinción que hace el psicoanálisis entre placer y goce. La enajenación, la ausencia de tiempo de ocio y realización mínima, lleva al consumo desmedido para obtener un placer rápido y de ínfima duración; el goce, en cambio, es el resultado, la consecuencia de poder disfrutar buenos alimentos que, en tiempo y espacio, gratifican y nutren. No come bien quien quiere, sino quien sabe y puede. Quien, una vez más, tiene tiempo. Y el tiempo es poder. Para cumplir con el imperativo de Nike, Just do it!, hace falta una disponibilidad temporal.
El tiempo tiene un papel central en nuestros días, afirma Richard Sennett: “El tiempo racionalizado permitió a la gente pensar su vida como relato, no tanto como relato acerca de qué ocurrirá forzosamente, sino cómo debía ocurrir, es decir, sobre el orden de la experiencia”. Esa experiencia que permitía pensar una vida, con tiempo y espacio, ha sido reducida por el capitalismo financiarizado a una sucesión de derivas permanentes, de un trabajo a otro, muchas veces sin planificación posible, y en condiciones difíciles de sostener.
Comemos mal, dormimos peor, trabajamos más. El tiempo no alcanza. El doctor Fuster tiene razón. Lo que no tiene es remedio.