Encontré a alguien que apenas había seguido el caso de los atentados en Boston, ni siquiera en televisión. Sí, yo pensé lo mismo, hay gente para todo, pero esa no es la cuestión. El caso es que el sujeto se había quedado con el titular de las bombas, pero no había seguido la detención del sospechoso Dzhokhar Tsarnaev. Le leí un par de titulares (“Las lesiones del sospechoso del maratón de Boston obstaculizan investigación del FBI”, “Las heridas del sospechoso superviviente impiden que se comunique eficazmente”) y los párrafos destacados de los acontecimientos que condujeron a la captura de Dzhokhar y la muerte de su hermano Tamerlan Tsarnaev. La primera pregunta del sujeto de mi experimento fue: ¿Heridas? ¿Qué le pasó a Tsarnaev? ¿Por qué “está tan enfermo Dzhokhar que no puede ser interrogado”? ¿Y su hermano? ¿Qué fue de él?
“Tamerlan cayó abatido”, le contesto, leyéndole el artículo. Y las heridas de Dzhokhar, que le impiden hablar y ser cuestionado por el FBI, “parecen proceder de un balazo en la garganta”. En palabras del senador republicano Dan Coats, a la cadena de televisión ABC: “La información que tenemos es que hubo un tiro en la garganta. Esto no significa que no se puede comunicar, pero ahora creo que está en un estado en el que no podemos obtener ninguna información de él en absoluto”. Curiosa construcción de la frase, “hubo un tiro en la garganta”.
Curioso uso del sujeto impersonal, también, en general. Aparece en todas las informaciones relacionadas con el caso. Alguien cae abatido, hubo un tiro. Después ese alguien no puede ser interrogado por “su estado”. Este lenguaje es absolutamente necesario cuando las informaciones son confusas –cuando aún no se sabe quién hizo qué-, pero tras las aclaraciones pertinentes, si siguen ahí se convierten en ejercicios algo pantanosos. Y, sobre todo, ya nos resultan conocidos. ¿A qué nos recuerda? Hagamos un ejercicio de memoria: “Muere Bin Laden”, fue el titular que copó las portadas más allá de las horas necesarias hasta que quedó claro que no fue un caso de muerte natural en el desierto. “Muere Bin Laden” se distancia bastante de “El ejército estadounidense mata a Bin Laden y le entierra en el mar”. La opacidad sigue.
Estamos ante un nuevo caso de lenguaje colateral aplicado a las noticias, muy habitual cuando entra en juego el terrorismo y la violencia/defensa estatal en la narración de los hechos. El término, acuñado por Noam Chomsky, señala la utilización del lenguaje para crear una pauta opinativa según la cual los términos utilizados cargan ideológicamente la información que se da. De esta manera, no es lo mismo “morir” que “matar”, ni las heridas surgen de la nada. Así, el lenguaje colateral se convierte en un medio indudable de la creación de consenso.
Pero el lenguaje colateral, en su opacidad, contiene varios problemas. Uno es evidente: la sustitución genera un problema ético de base. Pero hay más. El enmascaramiento del lenguaje con eufemismos, simplificaciones y frases deslavadas oculta una evidencia: ante un sospechoso, el Estado actúa. Y yo me pregunto, ¿por qué taparlo? ¿No está claro que para detener a un posible terrorista se usan balas? ¿Quién cree, realmente, en lo aséptico de una persecución de ese tipo? Y ahí entra otro problema derivado, que hemos podido avistar en estos días. Hay quien piensa a pies juntillas que el lenguaje colateral genera políticas demasiado suaves. Y como ejemplo, el senador Greg Ball, que -no contento con la posibilidad de que a Dzhikhar no se le lean sus derechos, como apuntaba su colega Lindsey Graham- animó públicamente al uso de la tortura para que Dzhokhar Tsarnaev hable.
Pero no nos olvidemos del problema más grave, que sigue siendo el más evidente: conejillos de indias aparte, el lenguaje colateral -tan opaco- no contesta las preguntas de nadie.