Siento que siempre supe que la poesía de Cecilia Pavón estaba llena de teoría, pero creo que no lo entendí hasta hora, leyendo todos sus libros de poemas juntos en su Diario de una persona inventada: Poesía reunida (2001-2023). Es difícil explicar la importancia de Cecilia Pavón en la poesía argentina sin que parezca que una exagera: toda la poesía que vino después le debe tanto a ella y a sus compañeras de generación que casi me animaría a decir que inventaron el tiempo en que vivimos, al menos el tiempo en que vivimos en esas lecturas en antros que todavía suceden como si los celulares nunca hubieran matado al indie y que encima no se sienten como un museo de otra época sino que eso, encima de todo, siempre se sienten como si fueran lo nuevo. Lo escribe Cecilia en un poema que está en este libro: “El rock es el arte del capitalismo, la poesía es el arte de lo que viene después”, igual que fue el arte de lo que vino antes, agregaría yo, porque me parece genial que diga eso de una de las formas del arte más antiguas que conocemos y que encima tenga razón.
Pero como a todas las escritoras tan influyentes, siento que a Cecilia la terminamos leyendo mal. Terminamos recordando sobre todo las cosas que le han copiado y no las que la hacen única, ni siquiera el modo único y especial en que ella hace todas esas cosas únicas que después le copiaron. Por eso es tan necesaria esta poesía reunida: en ella se hace evidente todo lo que hay de eterno en estos poemas. Porque las referencias cocoliches, las canciones de la radio, las imágenes que hablan de ropa una y otra vez, todo eso que Cecilia dejó como miguitas de pan dispersas en esta ciudad para que otras decenas o cientos de chicas escribamos nuestros propios poemas está, pero acá, en la poesía reunida de tantos años de gente, está donde tiene que estar, inserta en el contexto de las teorías de Cecilia sobre la poesía y sobre la vida, que son el núcleo de su arte.
Los vestidos con lentejuelas mal colgados en perchas de Once no aparecen solo para poder decir la palabra “lentejuelas” (aunque también), aparecen porque están en el centro de las teorías de Cecilia sobre la subjetividad y la magia, sobre el poder infinito que tiene un solero brillante de transformarte en otra persona y convertir ese día y ese lugar que estabas habitando en otra cosa: la poesía como la forma de transformar al mundo entero en un teatro, un teatro entendido como el lugar en el que el más viejo y reutilizado de los vestuarios se convierte en un atuendo de princesa, el lugar en el que la magia sucede gracias a la realidad y no a pesar de ella, un lugar donde no nos encerramos, como en un cine de shopping, a que la película nos lleve con los colores más saturados y el volumen más fuerte que se pueda, a que nos lleve de manera irremediable, sino la vida como un teatrito en el que para que el arte nos pueda llevar tenemos que hacer mucho trabajo, un trabajo de la fe.
De eso se trata para mí la obra de Cecilia, una especie de camino budista de convertirse en la clase de persona que puede hacer ese trabajo de la fe, que es para cualquiera y es para todos y es muy fácil pero, al mismo tiempo, no es tan fácil, porque es cierto que la fe en eso que viene después del capitalismo no está tan a la mano.
Estoy cansada de tener miedo a humillarme, eso pienso mientras leo a Cecilia y entiendo el sacrificio que hizo para darnos estos poemas, el sacrificio de hacerse cada vez más sensible y no menos en un mundo que es espectacular en parte porque es un mundo de dolor. “Escribir desde los sentimientos te enseña que no hay problemas en realidad, los problemas son siempre no poder sentir”, eso pone Cecilia en un poema, y pienso que es bellísimo eso que dice pero que también es sufrido vivir así y sin embargo hay que hacerlo, o yo tengo que hacerlo, quiero hacer el mismo sacrificio aunque las cosas me salgan mal. No tengo tiempo de ser canchera, realmente, estoy muy ocupada en ser elegante, pero no en el sentido de la elegancia en el que cree la gente desafectada que usa ropa beige, en el sentido en que es elegante la seda fría de los camisones, la seda fría del camisón de una vieja que baja a tomarse un café a cualquier hora de la noche y a otra gente le da pena, pero ella está bien. No puede haber nada más elegante que eso. Cecilia lo sabe. Es una poeta de la elegancia verdadera, la elegancia nietzscheana del amor fati, amar tu destino, saber que las transformaciones subjetivas no vienen de los paisajes lejanos o las conquistas impresionantes sino de quien sabe, como Cecilia, que la magia va a suceder en mi barrio y que a todos nos pasan las mismas cosas, que no se trata de vivir una vida especial ni de ser mejor que nadie sino de tener los ojos muy abiertos ante esas mismas cosas que nos pasan a todos, eso, el eterno retorno de Nietzsche, estar dispuesta a vivir la misma vida una y otra vez y entender su belleza todas las veces, porque no hace falta ser la primera chica que se fue de su ciudad y se hizo poeta en Buenos Aires para ser la primera chica que se fue de su ciudad y se hizo poeta en Buenos Aires.
El otro día, un muchacho me dijo que él vivía para el presente, como mucho para los próximos seis meses. Yo le dije que yo también siento que vivo para el presente, empecé diciéndolo, supongo, para ser moderna, para que quedara claro que no me importaba casarme o algo así, empezó por ahí pero como esas oraciones que una empieza a decir sin saber cómo van a terminar terminó en algo cierto, que es que yo también vivo para el presente, pero si a veces no quiero drogarme demasiado ni tomar demasiadas decisiones estúpidas es porque quiero poder vivir el presente en el futuro también. No le temo a la vejez ni al fin del proyecto, pero necesito estar suficientemente entera para poder habitar el presente en el futuro de alguna forma que tenga sentido. Trato de construir una subjetividad que me haga posible hacer eso, entusiasmarme siempre más con el libro que estoy escribiendo que con el que ya escribí o el que estoy por escribir. Disfrutar de la comida que tengo servida y de las personas que están aquí esta noche, antes que de cualquier otra cosa, no es renunciar a la fantasía, es saber vivir en la fantasía, dejar de confundirla con la insatisfacción.
No se trata de conformarse ni de ser feliz: la felicidad no tiene nada que ver con todo esto, la felicidad es un estado, estamos hablando de experiencias, de enriquecerse, de sumarse nutriciones y colores. Pensé todo esto después de haber leído unos versos de Cecilia que hablaban sobre los poemas que te cambian la vida, pero antes de reencontrarme con el poema Agatha Costure que termina con estos versos: Un poema que empieza con la palabra recuerdo / de alguna forma ya está muerto. / ¿Existe el arte del recuerdo? / Solo creo en el presente puro. / Presente perfecto, creo que se llamaba / la primera novela de Gabriela, / que en ese momento era mi mejor amiga. / Ojalá que Juliana nunca deje de ser mi amiga, / ojalá que el presente nunca deje de existir. Ojalá que el presente nunca deje de existir: eso que pensé que era mi filosofía de vida en realidad me lo había enseñado Cecilia Pavón, the Cecilia Pavón way of life, porque los poemas pueden cambiarte la vida, te la cambian incluso sin que te des cuenta, y así cambiaron mi vida los poemas de Cecilia.