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Twitter, tú antes molabas (y Elon Musk también)

Elon Musk entra en la sede central de Twitter con un lavabo en octubre de 2022, para escenificar su condición de nuevo propietario

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Tú no te acuerdas porque eres muy joven, pero hubo un tiempo en que Twitter era la red donde todos queríamos estar, donde había que estar, donde no podías no estar, donde estabas incluso sin quererlo, porque Twitter dominaba la conversación pública y acababas leyendo tuits en periódicos y televisiones. Tú eres muy joven y no lo viviste, pero hace años Twitter era una plaza abierta donde conversar, opinar de manera constructiva, conocer buena gente, descubrir, aprender, divertirte, compartir lo que hacías. Todo era inteligencia, humor y creatividad; la gente te deseaba feliz fin de semana y te ayudaban a encontrar trabajo o piso. Los mejores hilos, los mejores memes, las mejores recomendaciones. Ah, también era una herramienta para cambiar el mundo, denunciar, protestar, convocar manis. ¡Nadie quería irse de Twitter!

Vale, me he pasado. Twitter no era eso antes de Elon Musk, lo sé; pero sí era menos ponzoñoso. Tanto, que hasta hemos desarrollado nostalgia: una tuitstalgia que, como todas las nostalgias, es tramposa, idealiza el pasado. Antes de Musk ya había ruido, toxicidad, desinformación, troles, bots, zascas, acoso, anonimato, mercadeo con nuestros datos personales y un algoritmo que nos chutaba dopamina para volvernos adictos. Pero también había gente valiosa, se podían seguir conversaciones, los creadores difundían su trabajo, te reías a menudo y podías ignorar a los capullos. Te servía además para informarte: con sesgos y cámaras de eco, sí, pero circulaba la información.

El deterioro acelerado de los últimos dos años, desde la compra por Elon Musk, ha convertido Twitter (que ya ni se llama así) en un estercolero donde la ultraderecha domina la conversación, el algoritmo favorece la desinformación y la bronca, el timeline se te llena de publicidad y bulos, te cuesta encontrar lo que antes te interesaba, te parece que nadie lee ya lo tuyo, y cada vez que opinas de política te cae encima una tormenta de mierda, de insultos y amenazas. Sé de lo que hablo: hace tiempo que apenas tuiteo más que para compartir mis artículos, y cada vez que tratan sobre ultraderecha, políticas sociales, inmigración, memoria democrática y cualquier otro tema que moleste a los valientes soldaditos de la guerra cultural, me cae encima un chorreo.

El último esta misma semana, por un artículo sobre la xenofobia de las derechas. Otra tormenta de mierda. Llevo años encajando, pero hasta aquí hemos llegado, no hay necesidad, no compensa y no le hago más el juego a Musk. Después de años dudando, asomándome cada vez menos, pero aguantando porque “hay que estar en Twitter”, he desactivado mi cuenta. Chao Twitter, chao X, chao Elon.

Tú eres muy joven y etc., pero hace unos años no solo molaba Twitter: ¡también Elon Musk! Era un visionario, el hombre del futuro, fabricante de coches fascinantes, impulsor de proyectos inverosímiles, prometía robots y chips cerebrales mientras conquistaba el espacio con sus cohetes y sus satélites que llevarían Internet a toda la humanidad. ¡Algún día colonizaría Marte!

Ahora ya sabemos que era un bluf: el que parecía un Tony Stark se ha destapado como un villano de serie B, un megamillonario caprichoso que explota a sus trabajadores y persigue a los sindicatos, no oculta sus ideas ultraderechistas y difunde bulos y conspiraciones; un trumpista que usa la red para sus intereses, y que supongo acabará siendo presidente de Estados Unidos a no mucho tardar.

Desde que la compró, la red social pierde usuarios, ingresos y valor bursátil, sin que a Musk le importe. Lo que demuestra que no se compró Twitter para ganar dinero, ni siquiera para no perderlo. Como los empresarios que se compran un periódico y no les importa palmar millones, porque buscan otra cosa: influencia y poder, para sus intereses ideológicos y empresariales. Elon Musk es ya el principal motivo para irse de Twitter: porque es su juguete. O su arma.

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