Quién sabe –salvo Putin– si habrá invasión rusa de Ucrania y guerra, aunque incluso en ese caso es sumamente improbable que intervenga la OTAN en lo que no sería su territorio. Pero de momento estamos en una extraña campaña semi-pública de inteligencias, o de comunicación estratégica. Guerra de información, con Estados Unidos soltando día sí y día no, que es inminente una invasión de Ucrania por Rusia, proporcionando fotos por satélites –los comerciales tienen cada vez más resolución– e “inteligencia” sobre los despliegues militares en las cercanías de las fronteras de Ucrania con la propia Rusia o con Bielorrusia. Está aún por ver –el tiempo lo dirá– hasta qué grado eso es información o desinformación, o generación de histeria en contra de los deseos del presidente de ucraniano Volodímir Zelenski. La respuesta, hay que insistir, la tendrá básicamente Putin, y la capacidad de la diplomacia estadounidense, de la OTAN y de la UE y algunos de sus Estados miembros, y de la propia Ucrania.
Desde la Administración Biden se han venido desde hace semanas o meses lanzado avisos varios de que Rusia estaba a punto de atacar Ucrania, y se ha pasado información de los servicios de inteligencia a los socios y aliados. ¿Qué hay de real y qué de treta? Es un intento de disuasión, y de suprimir el efecto sorpresa en el adversario, a través de la publicación de (supuesta) inteligencia, hasta entonces clasificada, en un grado para el que hay pocos precedentes, incluidas acusaciones de que Moscú intentaba generar un falso ataque contra tropas rusas por parte de Ucrania para justificar la guerra. Aunque Estados Unidos no ha querido mostrar pruebas, salvo alguna foto, por lo que la Administración ha sido criticada por la prensa estadounidense. La Administración se ha defendido con el argumento de que no podía comprometer “fuentes y métodos”.
Es un intento de obligar a Putin a frenarse en sus intentos bélicos, a sabiendas de que si hay invasión armada será más bien una blitzkrieg rápida por parte de Rusia ante una resistencia ucraniana que probablemente se desmoronaría rápidamente. Aunque Putin sabe que puede alcanzar algunos de sus objetivos, amagando y no dando, por la vía diplomática bajo amenaza de uso de la fuerza: que se le cierre de hecho a Ucrania el ingreso en la OTAN (que nadie quiere ni se plantea realmente) o que la propia Ucrania renuncie a ello dentro de la prolongación de las negociaciones sobre el acuerdo de Minsk. Y que además Occidente, es decir esencialmente Estados Unidos, responda a algunas de las preocupaciones de seguridad rusas, como, de hecho, ya ha empezado a hacerlo, aunque insuficientemente para Putin, con las respuestas a los planteamientos rusos.
Esta treta de exponer los movimientos militares y las intenciones de Rusia en las cercanías de Ucrania, o la retirada de parte de los servicios diplomáticos y consulares (también por parte de Rusia), tiene antecedentes negativos y positivos. El negativo fueron las acusaciones, sin pruebas, de que el régimen de Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva para justificar la invasión estadounidense de Irak en 2003, cuando aquel país ya se había deshecho de ese tipo de armamento. Antecedentes positivos fueron cuando en 1963, la Administración Kennedy hizo públicas unas fotos aéreas de la construcción de bases de misiles nucleares en Cuba. O cuando Rusia, entonces Unión Soviética con el apoyo del Pacto de Varsovia, realizó amenazadoras maniobras militares cerca de la frontera polaca denunciadas por Estados Unidos en 1980 ante la legalización del sindicato Solidaridad. Finalmente, se logró evitar esa invasión, a diferencia de los casos de Hungría en 1956 y de Checoslovaquia en 1968.
No es fácil meterse en la cabeza de Putin y adivinar sus cálculos. Pero uno de ellos es que esta crisis se alargue. Pese al coste del despliegue militar ruso, con el petróleo a 90 dólares el barril cuando el presupuesto ruso se calcula a 40 dólares, Putin tiene fondos y tiempo. Los tiempos los maneja Putin. La propaganda, más, pero no únicamente, Estados Unidos. Cuanto más dure la crisis, de menos servirán las alarmas. Aunque cabe recordar la “drôle de guerre” que se vivió entre septiembre de 1939 (declaración de guerra de Francia y Reino Unido a Alemania) y el comienzo en mayo de 1940 de la invasión alemana de Bélgica, Países Bajos y, enseguida, Francia. Veremos si esto es un pulso que acaba en un nuevo acuerdo paneuropeo de hecho o de derecho, o en un desastre.