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Unidos en la desgracia

15 de febrero de 2021 22:20 h

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La derecha bulle y la izquierda se regodea. Tiempo habrá de lamentarse de la fuerza con la que Vox ha entrado en la escena política y de las consecuencias para la democracia de su indudable éxito tras las elecciones catalanas. De momento, el 14F deja algunas claves inequívocas en el flanco derecho. La primera es que Pablo Casado sale tocado e Inés Arrimadas, moribunda; que ambos se enfrentan a la presión interna de sus respectivos partidos para que asuman la responsabilidad de sus fracasos y que los dos buscan factores exógenos para parapetarse en sus puestos. 

El uno ha culpado a Bárcenas e incluso a Pedro Sánchez de la humillación propinada por los de Abascal, que ha cuadruplicado el resultado de los populares. Y la otra ha encontrado en la baja participación y en la herencia recibida de Albert Rivera la excusa con la que justificar la pérdida de casi un millón de votos y 30 diputados. La bofetada ha sido monumental, pero ni Casado ni Arrimadas están por realizar los cambios en sus equipos que les exigen los barones. Al presidente del PP le reclaman la cabeza al menos de su secretario general, Teodoro García Egea, y a la de Ciudadanos, la de su director de campaña y hombre fuerte en la dirección, Carlos Cuadrado.

Unidos en la desgracia pero resistentes a la autocrítica y a los envites internos ninguno parece dispuesto a reaccionar frente al ascenso imparable de la ultraderecha y tampoco a escuchar lecciones de quienes desde hace tiempos les advertían de lo que se les venía encima. Y eso que ni sus terminales mediáticas han podido ocultar el desastre sin paliativos cosechado en Catalunya. El del PP, por perder un escaño de los cuatro que tenía y no arañar ningún voto proveniente de la descomposición de un Ciudadanos que ha alimentado sobre todo la victoria de Vox. Y el de Ciudadanos, que firma su acta de defunción tras pasar de primera a séptima fuerza política, y parece transitar más a una absorción de sus competidores de bloque que a una refundación drástica para la que ya nunca contaría con los favores y la simpatía de los poderes fácticos que le auparon en sus comienzos. 

Que el mensaje ultra de Vox haya calado más en el electorado catalán da idea de la profundidad de la crisis por la que atraviesan los populares y lo que aún queda de los naranjas, que están condenados inexorablemente a entenderse en su desgracia. La refundación, absorción o fusión llegará. Los rumores son cada vez más intensos. Será con Casado o sin Casado. Con Arrimadas o sin Arrimadas. Pero si el PP quiere revitalizar el partido y volver a ser alternativa de gobierno tendrá que fundir siglas hasta hacer de la suya la casa común de la derecha que fue en sus días de gloria. De lo contrario, no parece que en el horizonte se atisbe la más mínima posibilidad de que vuelva a gobernar. 

Quien más claro lo ha dicho en las últimas horas ha sido el alcalde de Madrid, José Luis Matínez Almeida: “No caben tres marcas de centro derecha. La fragmentación del voto garantiza la permanencia de Sanchez”. El también portavoz nacional del PP sabe bien de algunos nombres de Ciudadanos que, por acción u omisión, ya trabajan más para el PP que para un partido en liquidación y que la desbandada es cuestión de tiempo. Quizá de días. En Madrid, en Valencia y donde encuentren unas siglas que les garanticen la supervivencia. Unos encontrarán cobijo en Génova y otros en el partido de Abascal. Los “matices” nunca fueron un problema para muchos de los que se subieron al carro de un partido más gaseoso que líquido, desideologizado, siempre en metamorfosis y atento a los intereses empresariales. Y Lorena Roldán, la efímera candidata a la Generalitat que Cs sustituyó por Carlos Carrizosa, no será la última de una larga lista que ya tienen en Génova y que les gustaría completar con la propia Arrimadas. 

Mientras se deciden y el gallego Alberto Núñez Feijóo juega como siempre a amagar para no dar o decir una cosa y su contraria, Vox seguirá ensanchando su espacio y Sánchez podrá estar tranquilo muchos años más.