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Y va y aparece un loco

A pesar de las inevitables procesiones con militares, tambores y encapuchados la evidencia más clara de que vivimos en un tiempo y lugar donde la religión ha desaparecido de un modo efectivo es que cuando ocurre una catástrofe como la del avión estrellado en los Alpes, en lugar de aceptar esa desgracia, nos rebelamos contra lo que ya ha ocurrido. El estado español hará otra vez un funeral católico por las víctimas pero nadie cree realmente que eso influya en el destino de las personas muertas ni vaya a evitar otras muertes. Los funerales hoy no son para que nadie vaya al cielo sino para confortar a los vivos y, en este caso, hacer la política de un estado confesional.

Somos modernos, somos consumidores exigentes a quienes se les ha prometido que no ocurrirían cosas así y, por tanto, exigimos soluciones. Queremos estar a salvo de imprevistos tales, que no vuelva a ocurrir una cosa así y podamos viajar en avión con confianza nosotros y las personas que queremos. Que muramos de muy viejos y, mejor aún, que no nos muramos. Pero lo que tiene estar vivo es que nos podemos morir y nunca podremos controlar completamente la vida. Podemos aceptarlo a través de alguna fe religiosa o bien a través del sentido común de las personas adultas.

Sin embargo, buscamos soluciones y también culpables y hemos encontrado uno: un copiloto que estaba loco. En realidad, nos hemos encontrado con “los locos”. Algo de lo que no se habla desde hace mucho tiempo resulta que existe: las enfermedades mentales.

¿Cuándo desaparecieron los locos y, por tanto, la locura? Las personas afectadas por un trastorno o “poseídas” por la locura existieron siempre debido a distintas causas, en ocasiones fueron malditos y en otras elegidos de los dioses, pero las culturas urbanas acabaron creando un lugar de encerramiento para esas personas caóticas, los manicomios.

A fines de los años sesenta y durante los setenta emergió una crítica a las prácticas psiquiátricas, muchas terribles, y a la institución del manicomio. Dejo aparte el debate acerca de si la locura y la enfermedad existe, pero constato que, como ocurre tantas veces, la necesaria crítica que pretendía un trato humano a las personas afectadas por trastornos fue utilizada de modo perverso por el poder establecido. Cuando se planteó abrir los manicomios que mantenían personas presas y reconocer a los enfermos mentales como personas el estado aprovechó para, simplemente, abandonarlas.

Vivimos en una realidad pretendidamente impoluta, la locura finalmente ha desaparecido y los enfermos mentales son invisibles. Hoy el estado y el sistema sanitario se desentiende de las personas que padecen trastornos, las enfermedades mentales pasaron a ser un problema familiar, algo privado. Se cerraron los manicomios cárcel y se nos oculta, y nos ocultamos, que sigue habiendo personas, y familias, que viven arrastrando una bola y una cadena.

Es por eso, porque hemos abolido la locura, que no sabemos como tratar el que la causa de una desgracia tan grande como la del avión fue causada por un loco.