Los resultados de las elecciones del domingo 21 de octubre en Galicia y en el País Vasco han tenido tres consecuencias inmediatas. La primera es que el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, a pesar de perder votos, ha salido más que reforzado con su reelección y ha ampliado su mayoría absoluta, lo que se ha interpretado como un cierto aval a las políticas de recortes de Mariano Rajoy. La segunda es la sorprendente irrupción con fuerza inusitada de Alternativa Galega de Esquerda (AGE), la formación de Xosé Manuel Beiras, de 76 años, que apenas tiene un mes y medio de vida. La tercera es que en el País Vasco ha vuelto la situación previa a la nefasta y desigual ley de partidos y los comicios han demostrado que el escenario ha cambiado: la sociedad vasca no está dividida al 50% entre los autodenominados “constitucionalistas” –PSOE, PP y UPyD–; dos tercios del Parlamento de Vitoria son soberanistas; y, sobre todo, el PSOE ha confirmado que se encuentra en la peor crisis de la historia de la democracia que amenaza con una debacle que se lleve por delante al partido.
Aún queda una cita electoral, dentro de un mes, en Cataluña, y todo parece indicar no sólo que CiU, con Artur Mas a la cabeza, obtendrá la mayoría absoluta gracias a su giro soberanista y su anuncio de celebrar un referéndum de autodeterminación, sino que tanto ERC como ICV-EUiA pueden dejar también dos tercios del Parlament en manos soberanistas si el PSC se hunde como prevén todos los vaticinios y el PP obtiene un resultado similar o notablemente inferior al que tiene ahora.
A corto plazo, las conclusiones son fáciles: Feijóo ha logrado la reelección con nota y, pese a que Galicia es lo que en física se conoce como una singularidad –el PP ejerce no sólo de representante del partido nacional, sino como derecha propia de Galicia, algo que sólo ocurre en Baleares–, ha permitido al Gobierno de Mariano Rajoy poder presumir de haber obtenido un aval en las urnas a sus políticas de recortes.
Nadie esperaba que en el País Vasco ni en las próximas autonómicas catalanas el PP obtenga resultados significativos. El gran perdedor, sin embargo, es el PSOE, que agrava de forma preocupante su crisis sin que haya en el horizonte alternativa alguna a la fracasada dirección de Alfredo Pérez Rubalcaba. Y sin tiempo. Porque el PSOE, y dentro de un mes el PSC lo sufrirá en sus carnes, está en arenas movedizas: cada día que pasa se hunde más en el barro.
A priori, es un escenario altamente favorable para el PP, que asiste como espectador al agónico proceso en el que está inmerso su eterno adversario. Pero no es así a medio y largo plazo. Si lo que marcan los resultados de los últimos comicios es realmente una tendencia, parece claro que la desafección que siente la ciudadanía por la clase política se ha extendido a España.
En las comunidades históricas es evidente que el PSOE ha desaparecido como alternativa y son las fuerzas nacionalistas las que se ofrecen como contrapropuesta al modelo clásico del PP. Ya sean mayoritariamente de derechas, como en el País Vasco y Cataluña, o de izquierdas, como ha ocurrido en Galicia. Y no hay que olvidar que en el Parlamento de Vitoria la alternativa al PNV es EH-Bildu, heredera de la izquierda abertzale, y que en Cataluña Esquerra e Iniciativa son fuerzas progresistas.
De momento, en Euskadi, el PNV se ha mostrado más que prudente a la hora de asumir la victoria. Íñigo Urkullu no parece tener prisa por emular a Artur Mas. Por dos razones, el País Vasco ya tiene el concierto económico al que aspira CiU, a pesar de que lo llama pacto fiscal, y teme que una reedición del café para todos acabe con esa particularidad, y porque ya que Mas ha empezado el proceso, parece más inteligente esperar a ver qué pasa en Cataluña antes de ponerse al frente de una iniciativa que ya tiene un precedente, el plan Ibarretxe, que obligó al lehendakari a volverse con el rabo entre las piernas.
Pero lo cierto es que en este escenario centrífugo, al PP no le conviene en absoluto la extrema debilidad por la que atraviesa el PSOE. Porque a pesar de las declaraciones de federalismo que han venido haciendo en las últimas semanas diversos dirigentes socialistas, es evidente que la corriente dominante en el PSOE es la centralista, de un jacobinismo, en ocasiones, mucho más radical que el de la derecha.
Así pues, si se confirma la tendencia, el PP se puede acabar viendo como la única fuerza unionista en España, en contraposición a la jaula de grillos que supone el PSOE. Un escenario en el que el PP puede verse solo enfrentado a una alianza de fuerzas soberanistas que despierten el fondo de armario de los conservadores, los sectores más próximos a la ultraderecha. Algo que sería muy perjudicial para los populares.
Una eventual descomposición del PSOE puede no sólo dividir a la derecha de manera definitiva, sino contribuir a que la experiencia Beiras se extienda al resto de España. Si en un mes y medio AGE ha logrado nueve diputados, con un poco más de tiempo y con un mensaje más elaborado una nueva plataforma puede acabar por dinamitar el sistema de partidos si es capaz de integrar a los movimientos ciudadanos como el 15M, que no se sienten representados por el actual sistema de partidos y que utilizan un lenguaje y unas armas (políticas) que el PP no domina.