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Nuestras vidas chiquitas

Una mujer se hace un 'selfie'

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Trato de recordar otros años de elecciones y se me mezclan. Tengo claro el 2019, también el 2015 y el 2011 del 54 por ciento. De ahí para atrás se me desdibuja todo, e incluso los años que tengo claros me cuesta recordar las conversaciones que teníamos, la televisión que mirábamos o qué pasaba en las redes sociales. Me da la impresión, sin embargo, de que nunca tuve menos amigos entusiasmados que este año, para bien o para mal, quiero decir, entusiasmo en el sentido de involucrarse libidinalmente con algo; y eso que creo que conozco gente que aunque socialmente es bastante parecida es suficientemente diversa como para votar cosas bastante diferentes. Ya no parece haber sueños disponibles allí. Fui adolescente y universitaria durante los gobiernos de Néstor y Cristina. Había ilusiones y odios para nosotros, pero la sensación era que eran los de treinta y pico quienes lo estaban viviendo, quienes estaban construyendo el mundo que íbamos a habitar mientras nosotros aprendíamos cosas. Ahora somos los de treinta y pico, pero nadie está construyendo nada. Nada que nos exceda, al menos. 

Se habla tanto del fin de la vida privada, pero creo que es una confusión muy grande: ya no hay otra cosa que la vida privada, cada vez más no hay otra cosa que la vida privada. Que se la exhiba, de hecho, que se la pueda vivir privada pero para afuera, nos confunde. Nos hace olvidar la ausencia de lo público, el modo en que lentamente nos hemos retirado de ahí. No sé qué hacer con ese tiempo pasado: quizás lo que tengo es una visión romántica de cómo era la vida en otra época, cómo eran los proyectos, cómo eran las ambiciones. Pienso en los mundos en los que yo vivo, los mundos del teatro o de la literatura. Pienso en lo poco que ponemos de deseo y de conciencia en ser parte de una generación, de una discusión, de un presente: es casi como si fuera anticuado, sigloveintista, querer constituir un presente y producirlo para la posteridad. Lo lógico en esta época es mitad estar de paso y mitad estar para uno.

Lo más importante del asunto es que nadie tiene ninguna idea brillante para sacar adelante este país y ya ni siquiera tienen el decoro de disimularlo

Todo lo que no sea superficial se ve viejo. Quien no quiere ser un cínico, aunque sea un cínico alegre de esos que dicen ser felices —lo son, me parece— con una obra o una vida sin significados, es un solemne, alguien que vive como en otra época y quizás hasta para otra época. Nunca me gustó eso de la posverdad, pero es la palabra que usaría en este caso. No para hablar de fake news, que eso es lo que no me gustaba, la idea de que antes los diarios sí nos decían la verdad; la usaría para hablar de lo que creo que ha desaparecido, que no es la verdad, sino la lealtad hacia ella, hacia su posibilidad, hacia la posibilidad de construir algo que nos importe más allá de nuestras propias familias, nuestras propias carreras, nuestras propias cositas. No hablo de consignas, ni de hacer un arte o una vida con banderas, porque eso también son nuestras cositas, las buenas causas terminan siendo solamente elementos que agregamos a nuestras identidades, a nuestros colores, incluso a nuestras obras, pero solamente desde el enunciado.

Pienso en las vidas que llevamos para Instagram como existencias casi monacales. Pienso en la ropa de entre casa que usaba antes y la que uso ahora, cómo ahora ando linda por mi casa un poco para mí pero fundamentalmente para sacarme una foto, y que esa sea una forma de estar en el mundo y que no haya que salir ni encontrarse con ninguna persona de verdad para entrar en la dialéctica del reconocimiento es una parte de toda esta sensación de que una versión pública de lo privado ha reemplazado eso que llamábamos lo público, lo colectivo, las verdades que compartíamos o que podíamos compartir. Ya sé que la desilusión con la política no se trata solo de eso; ya sé que lo más importante del asunto es que nadie tiene ninguna idea brillante para sacar adelante este país y ya ni siquiera tienen el decoro de disimularlo.

Pero no es la primera ni la última crisis, y quizás sí hay algo especial, algo nuevo, en nuestra forma de llevarla, de ignorarla, de intentar vivir la vida al margen de ella, en la medida en que cada uno puede negarla según sus condiciones de existencia. Pienso en cómo esto se extiende al arte y a todas nuestras vidas laborales en general, a pensar el trabajo como algo personal, la carrera como un logro personal, como cosas separadas de participación en un mundo, no ya al trabajo como el modo en que una se funde con un mundo que la excede. Me quedo un segundo con esto de lo que me excede, es una expresión que ya usé. Me doy cuenta de que la estoy usando como algo positivo, y que quizás esa es una parte central del asunto, el lugar en el que se anudan la hiperextensión de lo privado y esa especie de ansiedad de baja o mediana intensidad en la que parecemos vivir constantemente.

Lo que nos excede, hoy, todo lo que excede a nuestro control, no es más que angustia; pensar en algo que nos supera como algo contenedor, como una esperanza, es eso lo que se está haciendo cada vez más imposible, es eso lo que ya no sabemos hacer, lo que nos deja en estos mundos chiquitos, con nuestras obras chiquitas, nuestras carreras chiquitas y nuestras vidas chiquitas, que ojalá fueran humildes, porque de humildes no tienen nada, en la humildad habría algo de esa verdad que ya no sabemos cómo hacer; son solo eso, chiquitas.

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