La violencia pública
Hace unos meses, en El Mundo, se produjeron cambios que, los que creen en una prensa independiente, celebraron con vítores. Casimiro García Abadillo dejaba de ser su director para que David Jiménez ocupara el cargo. Este cambio prometía de verdad una mayor independencia en el diario. Poner a alguien como él, un periodista joven, crítico, independiente, que había pasado los últimos años de su carrera profesional como corresponsal, parecía ser el principio de un viraje necesario en un medio que no paraba de obtener pérdidas tras pérdidas.
Prometía aún más que, nada más ocupar el cargo, David Jiménez se deshiciera de colaboradores como Salvador Sostres, periodista misógino donde los haya, que tenía como único reclamo una provocación de lo más simplista que todos conocemos. En su momento creímos (me incluyo) que podía tratarse de una declaración de intenciones pero, en las últimas semanas, esta sensación se ha diluido, por usar un eufemismo.
Después de la manifestación feminista masiva que inundó el centro de Madrid con decenas de miles de personas, la portada de El Mundo al día siguiente era ésta:
Ni un rincón de su portada nombraba dicha manifestación masiva contra las violencias machistas que se saldan con 50-70 mujeres asesinadas al año en nuestro país. No deja de ser sorprendente que se invisibilice en uno de los periódicos de mayor tirada, cuando hace tan sólo unos meses, un grupo de fascistas ocupaba gran parte de la portada del mismo diario por otra manifestación:
Tan sólo unos días después de que la manifestación feminista se produjera y de que muchas de las asistentes reclamaran su invisibilización al director, El Mundo da espacio a Arcadi Espada, uno de los fundadores de Ciudadanos que, lejos de reivindicar la importancia de dicha manifestación, cargaba contra ella.
Comienza así: “El sábado pasado se celebró en Madrid una absurda manifestación contra la violencia que llaman de género. Sería de esperar que pronto se celebraran otras contra el cáncer de próstata o contra los suicidios”.
Entendemos que un artículo de opinión se publica en un periódico por dos motivos: porque existe la libertad de expresión y porque no se sale de unos límites establecidos acordes a la línea editorial del diario en cuestión, por lo que entendemos que El Mundo no rechaza lo escrito por Espada, quien considera que hay que equiparar enfermedades como el cáncer con un lacra como la violencia de género.
No sólo utiliza Arcadi en su argumentario una falacia sino que le imprime un matiz de inevitabilidad. Al equipararla con los suicidios (como si las personas que toman la decisión de acabar con su vida estuvieran motivadas por lo mismo), no sólo argumenta de forma falaz, sino que hace que la violencia de género parezca algo contra lo que no se puede luchar. Niega así también que la violencia de género tenga un denominador común: el patriarcado. Y no sólo lo niega, sino que lo renombra y crea confusión sobre el problema con frases como: “Los crímenes de pareja forman parte de una obstinada violencia privada cuyas raíces son casi insondables”. Cuando Arcadi dice “violencia privada” está diciendo “no te incumbe, no te metas” y cuando asegura que sus raíces son insondables, está asegurando “vete tú a saber por qué pasa”.
Esto, señor Jiménez, es permitir la desinformación y la confusión sobre un problema nacional (y mundial) en su propio medio. Entendemos que los medios de comunicación tienen una responsabilidad para con la sociedad, que es la de informar y la de visibilizar, pero su periódico no sólo está invisibilizando (relegando a las páginas interiores manifestaciones masivas), sino que está desinformando. La violencia de género no tiene raíces insondables, sus raíces están perfectamente localizadas y analizadas, y usted lo sabe (o eso quiero creer, al menos).
La violencia de género se produce por una clara situación de poder del hombre sobre la mujer, que se manifiesta de muchas formas, siendo la punta del iceberg los feminicidios y, la base, personas como Arcadi Espada o medios como el suyo, que los minimizan y hacen parecer sus motivos algo confuso, oscuro, privado, insondable.
Negar que la violencia tiene género es violencia en sí; su medio está fomentando la violencia.
El artículo que El Mundo ha tenido a bien publicar continúa con una falsedad: “España es un país azotado por esa forma de crimen a niveles de tipo medio, lejanos de las altas cifras que alcanzan, por ejemplo, la mayoría de las sociedades nórdicas, caracterizadas desde hace tiempo por niveles mucho mayores de igualdad sexual”.
Realmente desconozco si el autor hace demagogia o directamente ha decidido escribir sobre un tema que desconoce por completo porque “España no tiene menos incidencia de violencia de género que Suecia porque aquí sucedan menos casos, sino porque salen menos a la luz”.
Arcadi Espada prosigue en su ataque con lo que no sé si es lenguaje inclusivo o simplemente misoginia, refiriéndose a los presentes en el 7N con el plural femenino: “Las manifestantes de Madrid pretenden hacer de esa violencia una causa política. Para que su objetivo tuviera algún sentido deberían demostrar, sin embargo, que esos crímenes son desatendidos por la instituciones. Por la política, por las leyes, por los jueces, por la policía e incluso por los medios. No parece que, salvo errores aislados, sea el caso de España. Y si no tuviera un lado repugnante, me gustaría comparar la atención institucional y social que reciben los crímenes de pareja respecto de los accidentes laborales o el suicidio”.
Señor Espada, la violencia de género no son accidentes por mucho que usted se empeñe y por muchas veces que El Mundo se lo publique. Pero aun así, le resolvemos la duda: la atención institucional sobre los accidentes laborales es un hecho: los cursos de prevención de riesgos laborales son obligatorios para las empresas españolas, es decir, hay formación para evitarlos, no así para luchar contra la violencia de género. Jamás nosotras hemos recibido un curso formativo durante nuestra vida escolar, universitaria y/o laboral sobre la concienciación del patriarcado; ni ellos formación sobre cómo no hacer uso del poder que la estructura patriarcal les concede.
Queda patente con esta reflexión de Espada que todavía existe gente en España que piensa que los feminicidios no son una causa política. Y hablamos de personas que supuestamente tienen una visión ampliada de la sociedad. Espada parece alegar que no hace falta que las instituciones tomen partido porque, al ser una violencia privada, ha de quedarse dentro de unos límites que nadie debe rebasar.
“El crimen de pareja no es un crimen político que implique organizaciones y colectivos, ni es un crimen de sexos. Es un crimen de individuos, cuyo tratamiento y persecución ha de corresponder a sus características. La desvergonzada instrumentalización de estos crímenes que hacen las mujeres de izquierdas solo tiene como objetivo identificarlos con las prácticas o al menos con la ideología de los hombres de derechas”.
Las mujeres de izquierdas son (somos) muy nuestras, de hecho una cosa que solemos a hacer es preguntar al maltratador qué vota. La verdad es que nunca había oído que la violencia de género fuera una cosa de hombres de derechas, pero de lo que no hay duda es que la minimización de la violencia machista siempre viene de la mano de articulistas como usted, claramente de derechas. Pero sí, las desvergonzadas somos las feministas; está claro que elevamos nuestra protesta hasta puntos desquiciados porque está claro que no es un crimen de sexos, sino que se trata de una casualidad. Puede ser, qué sé yo, a veces pasa que, cuando te quieres dar cuenta, la serindipia deja más de 800 mujeres asesinadas por sus parejas masculinas en una década. No es una cuestión de sexo, claro, es una cuestión de clara aleatoriedad. En plata: que lo mismo podrían haber sido 800 hombres y no mujeres, pero por H o por B, la cosa se ha dado así. Y ya está. Y esto las mujeres, en especial las de izquierdas (?), o no lo vemos o no lo queremos ver.
Acaba el texto Espada con un glorioso punto y final: “Es decir, y dicho con toda la brutalidad que merecen: su única intención real es la de hacer negocio con el crimen” (y te imaginas a Arcadi Espada dando un golpe en la mesa, coño ya, tanta maldad es inaceptable, malditas hembristas).
Arcadi explica por qué la violencia machista no es machista, sino insondable y privada. Y lo paradójico es que lo hace públicamente y de forma agresiva y violenta, ejemplificando con un simple texto irreflexivo que esto ni es privado ni insondable ni cosa de mujeres, sino público, localizado y de hombres.
Y éste no es el único artículo misógino que El Mundo nos ha dejado leer, hoy también García Abadillo titulaba el suyo como “La Lolita de Mas”, una pieza imperdible sobre Anna Gabriel, sexualizando de nuevo a una mujer aunque se esté refiriendo a su actividad política, haciéndonos parecer una especie de manzana prohibida y fortaleciendo la creencia de que la mujer es un ser impío y malvado que puede jugar a su antojo con hombres usando su sexualidad, por muy poderosos que éstos sean.
En resumen, en tan sólo unos días, en El Mundo hemos podido ver más razonamientos y acciones misóginas que en ABC en el último año. Y esto, David Jiménez, sí que es un cambio, pero me temo que no el que la sociedad merecía.