Fox News, la cadena ultraconservadora estadounidense, se ha deshecho de su presentador estrella, Tucker Carlson. Es por ahora la última consecuencia del escándalo por haber mentido a sus espectadores respaldando los bulos de Donald Trump. El ex presidente difundió ser víctima de un inexistente fraude electoral como causa de haber sido derrotado por Biden en la carrera a la Casa Blanca. La demanda de un particular, Dominion Voting Systems, una compañía de voto telemático, por difamación, concluyó con el pago a los agraviados de 717 millones de euros para evitar el juicio. Pedían mucho más, pero se han conformado con esa cifra. Fox no lo ha contado así a sus espectadores sino como fruto de un acuerdo entre las partes -por lo que la mentira no se ha agostado- pero ha supuesto nuevas demandas a la compañía. La Fox empieza a soltar lastre, un peón de cualquier forma, a ver si lo para.
Cualquier periodista serio sentirá envidia de que mentir a sabiendas a los ciudadanos tenga consecuencias, siquiera mínimas porque el engaño de envergadura desencadena enormes daños a la sociedad, irreparables en muchos casos. El cese de Tucker Carlson es como si en España despidieran -pongamos por caso- a Vicente Vallés de Antena 3, a Ana Rosa Quintana de Telecinco o Eduardo Inda de sus apariciones en La Sexta. Y toda la serie que seguro ustedes añadirían a la comparación.
Ciertamente la mentira tiene un largo historial en los medios, pero desde la irrupción de Trump en la vida política se ha acrecentado al infinito imponiéndose como costumbre. Interesada siempre, que no se olvide. Con Trump se dio el pistoletazo de salida para una nueva fase que encuentra un aliado impagable en las redes sociales y en la credulidad buscada de sus fieles. Recordemos que se llegaron a contabilizar 20.000 mentiras del presidente expuestas en un mural en Nueva York de 15 metros de largo y 3 de alto, distribuidas por temas y colores. Se calculó que mentía en el 69% de cuanto soltaba por su boca.
En España, la mentira se ha impuesto como estrategia política y mediática. Sin el menor pudor. Sin consecuencias. Este martes Javier Maroto, portavoz del PP, se ha quedado mudo cuando una periodista, Silvia Intxaurrondo, ha refutado sus afirmaciones. Pero no pasará de ser una anécdota. En nuestro país no se penaliza mentir, ni en temas de trascendencia.
La FAES de Aznar acusa a Zapatero de ser una de las “causas” de la invasión rusa de Ucrania. Él, precisamente. Las mentiras del entonces presidente del Gobierno español sobre las armas de destrucción masiva en Irak desencadenaron una guerra ilegal, miles de víctimas y el nacimiento del terrorismo de Daesh o ISIS, como contaba con todo detalle la periodista Olga Rodríguez, y siguen impunes. No solo eso, Aznar pontifica, proclama, dirige o suelta improperios paradójicos. El rey de la soberbia sin causa se permite decir por ejemplo que Sánchez “tiene una cara de inútil que no puede con ella”. Su pupila Isabel Díaz Ayuso es la gran exponente española de las mentiras trumpistas: seguramente el 69% de bulos en sus declaraciones se queda corto.
Moreno Bonilla y ya todo el PP se empeñan en hacer creer que no van a terminar de destrozar Doñana con la legalización de los regadíos fraudulentos. Por supuesto que el daño al gran humedal de Europa lo han perpetrado también otros partidos, lo que no da derecho a terminar su ejecución y encima mentir e intentar coartar a periodistas con el aplauso de los fans del PP. Todo ello es la gran demostración del fracaso de una sociedad incapaz de ver que le engañan y de obrar en consecuencia.
Elon Musk, dueño de Twitter, reparte estrellas de verificación al que paga o le gusta, causando graves daños a la verdad e incluso a la estabilidad, y tampoco ocasiona grandes protestas.
¿Somos conscientes de adónde puede precipitarse una sociedad asentada en bases radicalmente falsas? No se entiende la existencia cada vez más numerosa de ciudadanos que renuncian a saber qué suelo pisan, con qué cuentan, qué les roban, hacia dónde van. Y el problema no deja de aumentar.
Al oír que Joe Biden anuncia su candidatura a la relección como presidente de Estados Unidos, con esos 82 años en su caso tan maltrechos, me ha venido a la mente el Príncipe Segismundo de La vida es sueño, la inmensa obra de Calderón de la Barca. Biden no gusta ya ni al electorado demócrata, según encuestas, pero sí a quienes hacen y deshacen en enorme provecho para sí mismos con su actual precariedad. “Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando”. Y he pensado también en la paradoja de quienes creen ser lo que no son, o vivir lo que no viven; quienes al vivir en la mentira, no viven de verdad.