El sucedáneo de periodismo patrio ha vuelto a dar una nueva lección de bochorno en la erupción de La Palma. Frente a informaciones rigurosas que nos han ido dando cuenta de la catástrofe, se han plantado allí numerosas estrellas de la tele para evidenciar la noche cerrada en la que vive la cúspide de la fama en este medio audiovisual. Sobre el dolor de los afectados, se han atusado la melena sacudiéndose la ceniza o han usado a la policía para abusar de sus privilegios. Tantos más acumulan, cuanto menos rigurosos y creíbles son. Vergonzoso espectáculo que da otra vuelta de tuerca a lo conocido, anunciando y temido. Desde 1940, el cine ha venido mostrando la historia del sensacionalismo cruento que creció al límite desde Luna nueva de Howard Hawks (1940), basada en una obra de teatro de 1931, a Primera Plana de Billy Wilder (1974) a Interferencias de 1988 y a la realidad de hoy que parece querer echar la sangre y las lágrimas sobre la audiencia.
Pero este viernes La Palma pasaba a segundo plano, porque en el primero estaba la detención de Carles Puigdemont en Cerdeña, Italia. Ríos de tinta, de micrófono, de tecla, para especular rociados de la saliva voraz de esa derecha impúdica española que ve Golpes de Estado y atentados a legalidad constitucional mientras destrozan con sus prácticas el derecho y hasta la propia convivencia democrática. Del desenlace –previsible- bebían todos o la mayoría. En un nuevo circo en el que no ha faltado ni el revolucionario Bella Ciao convertido en música pachanguera. A lo largo de la jornada el asunto ha ido sufriendo interpretaciones cargadas de los más dispares “peros”, como veremos.
Hablar de una nueva vuelta de tuerca no es un notición de parar las máquinas. Lo que alarma es la suma, la constatación de otro estrechamiento más al cuello de la convivencia y la democracia, a manos de la desinformación y la mala política que ya son vasos comunicantes. Y con éxito de público. Esa mezcla, malsana, que ha logrado sembrar y hacer germinar la estupidez en amplios sectores de la sociedad y, con ella, meter a la ultraderecha en las instituciones, con todas sus nefastas consecuencias.
Con la desinformación asentamos los cimientos sociales sobre suelo pantanoso y, lejos de atemperarse, va en aumento. Un perturbador del periodismo confiesa que mintió al publicar una PCR del ministro Salvador Illa que era falsa y seguro que seguirá participando en tertulias. Y no será el único de similar calaña. Desde la COPE, Carlos Herrera “duda” si no participaron PSOE y Podemos en la manifestación nazi, como la ultraderecha. Mienten sin el menor empacho. Una deriva que contamina gravemente a un número insoportable de medios.
Lo peor es cuando la desinformación se sirve hasta en la televisión pública. La excelente cobertura de las erupciones en La Palma en RTVE se va al traste en la información política. En un Telediario dan voz al portavoz de Ayuso para que diga que si la policía no actuó en la marcha neonazi fue probablemente para que sacara rédito político el Gobierno. De nuevo la opinión de la ultraderecha sin un solo matiz. Días atrás, usaron los verbos malditos: “La ministra de Igualdad acusa a Vox de estar detrás del discurso del odio, los de Abascal se defienden...”. ¿Cómo que se defienden? Este jueves en el Telediario de las 21.00 sueltan a Cuca Gamarra hablando de dudas sobre el caso Gali, sin decir que el líder del Frente Polisario es ciudadano español desde 2004. Eso sí, el PP envía a twitter un corte idéntico al que ha dado la televisión pública. No es información, no es completa ni veraz. Ninguna ley obliga a privar a los ciudadanos del derecho a recibirla. Las cuotas en las noticias han convertido a ciertos medios en oficinas de prensa de los partidos.
Entretanto, Ayuso tritura Telemadrid aliada con Vox y sigue sin pasar nada. Mientras a Pablo Casado se le va el PP de las manos sin que él deje de pontificar sobre cuanto le place. En La Palma, adonde fue a hacerse la foto, los periodistas no le preguntaron nada al acabar su disertación. No había nada noticiable que aportar. Pero las televisiones sí le siguieron entrevistando. Entretanto su Convención personal de partido le hace aguas. Ya no viene nadie relevante, ni acuden siquiera Rajoy y Aznar. Y presume de haber logrado la asistencia de Fidalgo, Girauta y Vidal-Quadras , el venezolano Leopoldo López, Vargas Llosa y Kurz, el canciller austríaco.
Es la ultraderecha hacia donde camina el PP, es ultraderecha lo que gobierna ya Madrid. La de Ayuso y la de Vox. La que incendia el Parlamento con su actitud. La que insulta periodistas sin que las asociaciones gremiales defiendan explícitamente, dando un comunicado ambiguo y tardío. O la que se permite amenazar con demandas a quien le acuse de instigar la violencia en tanto Abascal pide “abofetear” a Aragonés, el president de la Generalitat.
Madrid es una de las comunidades -con Murcia, Aragón, Castilla-La Mancha y Extremadura- en la que no notificaron ningún aborto en la red sanitaria pública en 2019. Y una mujer que pidió eutanasia ha acabado suicidándose en un hotel de Madrid tras las trabas sufridas para acogerse a la ley. No quería llegar a ese extremo del suicidio, según explicó en una entrevista en El País. Sufría desde los 14 años “una patología crónica osteomuscular incurable, agravada por su intolerancia a los opioides, a la que se había añadido hace poco un cáncer de vejiga invasivo y de alto grado”. El relato de su dolor largo y crónico y de la respuesta de la sanidad madrileña refleja mejor que nada lo que está ocurriendo. Y casi nadie le da importancia. Madrid (y otras comunidades) dificultan aplicar -parece ser- la eutanasia y abortar de acuerdo a leyes aprobadas por el Congreso, pero ahogan a recortes a la Sanidad Pública con resultados trágicos pero acordes con su “moral”. El Defensor del Pueblo acaba de denuncia un “déficit crónico de financiación” de la sanidad pública. Son políticas homicidas en la práctica. Y no mueven grandes alborotos. No como lo que se ofrece en las pasarelas del espectáculo mediático.
Los libros calificados como de autoayuda han aumentado sus ventas en un 40%. Y medio mundo se pregunta cómo han invadido la sociedad las teorías conspirativas y los bulos. Una sociedad bien informada no permitiría infectarse de esta manera. Sería mucho más fuerte ante los ataques de las diversas caras de la codicia mediática y política.
La Palma irá bajando escalones de actualidad, como ha hecho ya Afganistán redoblando su daño en la oscuridad informativa. Y eso que los talibanes anuncian ya “castigos estrictos” como “cortar las manos” o ejecuciones, que, eso sí, no se practicarán en público para no dejar en mal lugar a los financiadores del régimen. Ahora toca desmenuzar el caso Puigdemont en todas las implicaciones que quieran usar. Los jueces italianos lo han puesto en libertad sin medidas cautelares, y sin restricción de viajar, solo deberá declarar el 4 de octubre, una vez hayan estudiado la documentación. Las interpretaciones mediáticas se han disparado a tres pistas: en libertad, en libertad pero se queda, en libertad pero se ha iniciado la extradición, como se ha aventurado a decir la enviada especial de TVE con cierta precipitación posiblemente. Y finalmente libre, sin excusas por los errores en la información.
De temer serán las reacciones posteriores. Si termina en liberación sin extraditarlo a España, asistiremos a una explicación parecida a la que usaba Franco: es la conspiración judeomasónica internacional frente a la Reserva Espiritual de Occidente que es España y su unidad de destino en lo universal. Porque así parece vivirlo todavía gran parte de la derecha y más acá.
Ya no sé si serviría de algo pedir por favor a los informadores que manipulan u otras formas de degradación del periodismo que hagan un esfuerzo por servir la verdad a los ciudadanos. Y a estos, que apaguen la basura y busquen cielos estrellados en la noche y el día mediáticos y que todos utilicemos suelo firme de realidades sobre el que construir nuestros días. Dudo que se puedan soportar más vueltas de tuerca sin asfixiarnos.