Tiempo de elecciones, tiempo de neologismos. El discurso político es siempre un hervidero de palabras nuevas y en los últimos años hemos asistido al auge de un grupo de términos que sirven para denominar a los partidarios de un candidato político. Son, por ejemplo, los “yolanders”, “ayusers”, “errejoners” o “garzoners”, respectivamente los seguidores de Yolanda (Díaz), Ayuso, Errejón o Garzón.
Que el rifirrafe entre facciones políticas dé lugar a términos nuevos no es nada que no hayamos visto antes. Palabras como “guerristas”, “felipistas” o más recientemente “susanistas”, “pablistas” o “errejonistas” también nacieron de las disputas por el liderazgo político. Y que haya anglicismos en castellano tampoco es novedoso. Lo interesante de términos como “yolanders” o “ayusers” es que, si bien parecen anglicismos, estrictamente hablando no lo son: “yolander” no es una palabra que existiera en inglés y que nos hayamos copiado al castellano. Lo que hemos hecho ha sido construir una palabra nueva en castellano pero a partir de ladrillos que vienen del inglés. Es decir, en este caso lo prestado no es la palabra “yolander”, sino el sufijo “-er”.
No es esta la primera vez que nos traemos sufijos foráneos para acuñar términos nuevos en español. El morfema -ing, por ejemplo, es un elemento claramente anglófono que nos encontramos habitualmente en palabras importadas del inglés, como “marketing”, “phishing” o “branding”, pero que también podemos ver usado de forma productiva en creaciones made in Spain con un punto más o menos festivo como “puenting”, “balconing” o “edredoning”. Estas palabras no son inglesas, pero están construidas a la manera inglesa, al menos para un hispanoparlante. Y es que el fenómeno del anglicismo no es solo el trasvase de palabras de una lengua a otra, es también un modus operandi.
A ojos de un purista, híbridos como “yolander” o “balconing” pueden parecer engendros innecesarios, quimeras morfológicas de cuerpo hispánico y cola de anglicismo que contaminan el léxico. No obstante (y como siempre en lengua), merece la pena pararse a pensar en cuáles son las razones que llevan a los hablantes a crear estas estructuras. ¿Qué mejor estrategia que usar el sufijo inglés -ing (con su pinta guiri y su puntito jocoso) para referirse a una práctica que asociamos con británicos borrachos haciendo el salvaje en Magaluf? Dado su significado, “balconing” es una creación mucho más precisa y comunicativamente más expresiva que “defenestración”, “desbalconamiento” o cualquier equivalente 100% ibérico en el que pudiéramos pensar.
Volviendo a “-er”, es probable que la puerta de entrada del sufijo fuera la afición de las comunidades interneteras de fans de grupos de música por acuñar términos con los que autodenominarse, donde el sufijo -er es ubicuo. Y así, de la misma manera que los entusiastas de Justin Bieber eran “beliebers”, los fans de Errejón pasaron a conocerse como “errejoners”. El simple hecho de venir del inglés y de provenir del ambiente de la cultura de internet ya dota a “-er” de capas de significado extra. Frente al clásico “-ista”, el sufijo “-er” tiene un punto cómico y, quizá debido a su origen vinculado al fenómeno fan, también una posible connotación peyorativa por incidir más en la persona que en la ideología. Mientras que un errejonista es alguien que comparte las tesis políticas de Errejón, probablemente usemos “errejoner” para referirnos al seguidor fiel que apoya ciegamente al líder.
Los sufijos prestados del inglés como -ing y -er no dejan de ser apenas un par de gotas en el océano de anglicismos que se usan en castellano. Y no es sorprendente que sea así. Existe una escala que ordena la prestabilidad de los elementos de una lengua, es decir, cuánto de probable es que se tome prestado un elemento lingüístico según su naturaleza gramatical. Las palabras plenas (aquellas que tienen significado: sustantivos, adjetivos, verbos) son más prestables que las palabras gramaticales (preposiciones, conjunciones, etc). Dicho de otra manera, si una lengua toma prestados términos de otra, es más habitual que esos términos sean sustantivos a que sean preposiciones. Incluso dentro de las palabras plenas es más habitual tomar prestados sustantivos que verbos. No es sorprendente que sea así: en castellano casi cualquier cosa puede ser un sustantivo, pero los verbos son mucho más exquisitos morfológicamente y exigen tener unas terminaciones muy concretas (-ar, -er, -ir) para que podamos conjugarlos y hacerlos funcionar como tal. Esto conlleva que los verbos que tomamos prestados de otras lenguas tengan que pasar por un proceso de adecuación morfológica un tanto costoso por el que los hablantes modifican la nueva palabra hasta hacerla digerible para el sistema de conjugación verbal. Para evitarnos el engorro, es habitual que los préstamos verbales (como “zapear”, “tuitear” o “likear”) coexistan con giros equivalentes más transparentes donde el anglicismo es un sustantivo que va precedido de un verbo ligero en español (“hacer zapping”, “poner un tuit”, “dar like”).
En cuanto a los sufijos, están en la cola de la escala: resultan elementos menos prestables, y por lo tanto son menos habituales. Solo esperaríamos ver una lengua que toma prestados sufijos de otra lengua si el contacto entre ellas es muy intenso. Los sufijos -ing y -er parecen ser tímidos testigos de este hecho. Seguiremos ojo avizor e informaremos debidamente si avistamos nuevos préstamos sufijales.