En este blog publicamos los artículos y cartas más interesantes y relevantes que nos envíen nuestros socios. Si eres socio/a puedes enviar tu opinión desde aquí. Consulta nuestras normas y recomendaciones para participar.
¿Deben vivir las personas de izquierda en la miseria para seguir siendo de izquierdas?
Sabido es que las cosas buenas de este mundo han sido hechas para las gentes de derechas, y que por esa razón su vocación es privar de ellas a los demás.
El mundo es suyo, y dado que ostentan por derecho propio el monopolio del mismo, lo que quieren para sí, no lo quieren para los demás, y de ahí su entusiasmo por poseer y acaparar, en vez de compartir, y que los demás doblen el lomo para ellos a cambio de un salario irrisorio, lo más bajo posible.
Arriba o abajo. Negro o blanco. Nacido para sufrir, o nacido para abusar. Estar en el bando de los buenos, colmado de títulos, honores, premios y medallas, o remar encadenado al duro banco del galeote. No hay más.
Sucede, sin embargo, que, aunque las personas de izquierdas no han renunciado a ninguno de los bienes de este mundo, ni hecho voto de castidad material, de sacrificio, o de pobreza, las personas de derechas se rasgan las vestiduras escandalizadas, como si aquellas estuvieran cometiendo un delito imperdonable y conculcando todos sus principios, cuando con el dinero ganado trabajando honradamente (con leyes de derechas, que no existen otras), tienen la mala idea de comprarse un chalet, un buen coche, o incluso se atreven a comer marisco.
Por culpa de un percebe cualquier persona de izquierdas deja al instante de serlo, y si encima tiene piscina y jardín en su casa se convierte automáticamente en un magnate. Desde ese fatídico momento, nada puede salvarlo, ni redimirlo de su falta, ni evitar que sea lapidado en la plaza pública para general escarmiento. Todo lo que supere una humilde choza, o el nivel chusma, constituye un exceso para cualquier persona de izquierdas, que le está vedado por definición.
Vara de medir que las gentes de derechas no aplican a las fechorías y desmanes del rey emérito, por poner un ejemplo, ni al lujo y magnificencia que imperan en el Vaticano, con los que demuestran tener mucha más manga ancha, y no les duelen prendas, aunque represente la antítesis de lo que estipula su credo. Algo que, sin duda, hacen por el bien de su alma, puesto que el de su cuerpo ya lo tienen garantizado.
Nadie niega que los comportamientos de bastantes líderes de izquierda, resultan censurables y rechazables. Pero hay que decir que, en parte, se deben a haberse dejado deslumbrar y arrastrar por el ambiente que les rodea, al haber entrado a formar parte de una “casta” sobornada con múltiples privilegios. Y ya Ulises nos previno de lo difícil que era hacer oídos sordos a los cantos de sirena.
No en vano todo el sistema está diseñado para separarlos de su base, e impulsarlos a cambiar de lealtades y de bando. Se les paga un generoso estipendio, para luego poder criticarles por gastárselo. Y cuando no puede comprarlos, acaba con ellos manipulando, engañando y arrojando toneladas de basura sobre su persona. El pelotón de ejecución mediático, judicial, policial, fiscal, etc., está siempre listo, con el dedo puesto en el gatillo, dispuesto a fusilar a quien le ordenen.
- ¡Marx mío, han descubierto que tengo un reloj de marca, y estoy perdido. Tendré que fugarme como Puigdemont, o exiliarme!
Y todo esto sucede, a la vez que callan, y pasan interesadamente de puntillas, sobre el hecho de que, al concluir su carrera política, la puerta giratoria del líder comunista Gerardo Iglesias fue volver a la mina de carbón, y la de su sucesor en el cargo, Julio Anguita, jubilarse con una pensión de maestro, renunciando a la de diputado, mucho más generosa, que le correspondía.
Son cosas que ocultan para no dejar retratados a los suyos, y que jamás ha hecho ninguno de los políticos de derechas de este país, que, cuando no acaban entre rejas, suelen retirarse en algún consejo de administración o chiringuito creado exprofeso. Porque se pretende meter con fórceps a todos en el mismo saco, sosteniendo que son iguales, aunque no tengan nada en común.
Las personas de derechas, como su propio nombre indica, tienen derecho a vivir en espléndidas, mansiones, y disfrutar de yates, aviones y sirvientes a su servicio, porque se lo merecen y se lo han ganado a pulso, a diferencia de los de izquierdas que, si tienen algo, es porque lo han robado, o se lo han regalado.
Pero deberíamos fijarnos menos en lo que cada cual posee, y más en cómo lo ha obtenido. Averiguar cuantas de las grandes fortunas, no proceden de la explotación, la corrupción, y en definitiva de un gran robo a la sociedad, como manifestaba Balzac, o han sido heredadas sin esfuerzo alguno, como caídas del cielo.
Porque, a poco que escarbemos debajo, encontraremos esclavitud, especulación, trampas fiscales, tráfico de influencias, chanchullos, pelotazos, información privilegiada, comercios ilícitos, prostitución, narcotráfico, crímenes y estafas de toda índole: todo un variado catálogo de edificantes prácticas a cual más honorable.
La riqueza es el fruto podrido de todo ello. Que apenas una docena de personas posean para vivir lo mismo que la mitad de habitantes del planeta, así lo demuestra. El sistema que promueve ese colosal despojo, constituye una aberración, aunque, en ocasiones, beneficie y recompense también de forma desmedida a quienes no sólo no creen en él, sino que luchan por cambiarlo.
Algo que la derecha no comprende, ni les perdona, poniéndoles en la picota.
La única manera de contrarrestar esa campaña insidiosa, sucia y machacona, es no jugar al asceta, ni imitar al rico.
Sabido es que las cosas buenas de este mundo han sido hechas para las gentes de derechas, y que por esa razón su vocación es privar de ellas a los demás.
El mundo es suyo, y dado que ostentan por derecho propio el monopolio del mismo, lo que quieren para sí, no lo quieren para los demás, y de ahí su entusiasmo por poseer y acaparar, en vez de compartir, y que los demás doblen el lomo para ellos a cambio de un salario irrisorio, lo más bajo posible.