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El director de la NASA
Como era de esperar cada nombramiento que lleva a cabo Donald Trump provoca entre sus detractores una cadena de críticas. En el caso del Departamento de Salud el nombramiento ha recaído en Robert F. Kennedy Jr., que, parece ser, es un reconocido “antivacunas”, y esto ha desencadenado una airada respuesta por parte de ciertos sectores científicos. Con la intención de enfatizar la presunta contradicción que dicho nombramiento conlleva se le ha comparado en algunos medios de comunicación con el hipotético nombramiento de un “terraplanista” como director de la NASA.
Como digo, la comparación trata de acentuar la enorme distancia que existe entre una postura acientífica como es el “terraplanismo” y una institución muy relacionada con el conocimiento científico y de renombrado prestigio internacional. No niego que este juego dialéctico me incita a estirar los conceptos más allá de lo que normalmente constituye el pensamiento no lateral cotidiano. En este sentido, me pregunto, ¿qué diferencia hay entre nombrar director de la NASA a un “terraplanista” o a un “cienciólogo”?, pero ¿cuál es el problema si se trata de un “católico”?, es más, ¿qué pasa si se nombra director de la NASA a un “agnóstico”?
El agnosticismo se define en el DLE como la “actitud filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia”. Es decir, el agnóstico cree que hay “algo” pero no se cree capaz de decir qué. El primer problema en esta manera de enfocar un pensamiento es el uso del verbo “creer” que de forma explícita admite hechos sin prueba alguna que los avale. El segundo problema es unir agnosticismo con conocimiento o entendimiento de cualquier tipo. Simplemente, lo que no se puede ver o tocar no existe. Si no puedo registrar en un aparato (científico) alguna magnitud física no hay evidencia de la existencia de nada y nada de “eso” me puede afectar en el Mundo en el que vivo. Conclusión, no existe.
Según se puede leer en Wikipedia, el director actual de la NASA es Bill Nelson, un abogado con una trayectoria política en las filas demócratas y con un viaje al espacio en la lanzadera americana a sus espaldas en la década de los ochenta. En su juventud asistió a iglesias bautistas y episcopales y en 2005 se unió a la Primera Iglesia Presbiteriana en Orlando.
Como era de esperar cada nombramiento que lleva a cabo Donald Trump provoca entre sus detractores una cadena de críticas. En el caso del Departamento de Salud el nombramiento ha recaído en Robert F. Kennedy Jr., que, parece ser, es un reconocido “antivacunas”, y esto ha desencadenado una airada respuesta por parte de ciertos sectores científicos. Con la intención de enfatizar la presunta contradicción que dicho nombramiento conlleva se le ha comparado en algunos medios de comunicación con el hipotético nombramiento de un “terraplanista” como director de la NASA.
Como digo, la comparación trata de acentuar la enorme distancia que existe entre una postura acientífica como es el “terraplanismo” y una institución muy relacionada con el conocimiento científico y de renombrado prestigio internacional. No niego que este juego dialéctico me incita a estirar los conceptos más allá de lo que normalmente constituye el pensamiento no lateral cotidiano. En este sentido, me pregunto, ¿qué diferencia hay entre nombrar director de la NASA a un “terraplanista” o a un “cienciólogo”?, pero ¿cuál es el problema si se trata de un “católico”?, es más, ¿qué pasa si se nombra director de la NASA a un “agnóstico”?