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Elogio de las marujas
Hablar de elogio de las “marujas” en los tiempos que corren, de reivindicaciones feministas, de lucha contra los abusos hacia la mujer, de defensa del derecho a realizarse como persona, de independencia, es arriesgado y provocador. Pero merece la pena aprovechar todo lo positivo que conlleva.
¿Positivo? ¿Lavar, fregar, cocinar, planchar, comprar, cuidar, criar, etc. al resto de la familia? ¿No disponer, a veces, de tiempo para el cuidado personal, disfrutar del necesario descanso y permitirse momentos de placer de cualquier tipo?
Visto así es desolador, pero con el paso del tiempo empiezas a reconocer que tienes muchas más posibilidades de ser tú misma que las que tienen otros y otras que trabajan fuera de casa. Gozas de más libertad y capacidad de organización de tu propia vida. No tienes que aguantar desplantes de jefes ni compañeros, ni estrés por la competencia ni los horarios y, sobre todo, no trabajas el doble, hacer lo de casa y lo de fuera y acabar agotada la mayor parte de los días. Eso sí, ese trabajo de fuera te lo pagan aunque sea a regañadientes y haciéndote de menos frente a tus compañeros varones… Una delicia.
En casa, tú te organizas la vida, decides cuándo es mejor dedicar un rato a cocinar o a planchar o a cualquier otra tarea. Muchas veces las cosas que hacemos nos resultan pesadas, incómodas o desagradables porque las hacemos pensando a la vez en acabar cuanto antes para ponernos a hacer lo siguiente, ya sea ver la televisión o limpiar cristales. Tratar de hacer bien lo que se está haciendo, sin prisas, es muy gratificante.
Pienso que pocas profesiones son tan propicias para filosofar sobre la vida como el oficio de pastor o el de ama de casa. Infinidad de tareas no requieren gran atención, ¿quién no piensa o deja volar su imaginación mientras plancha, hace albóndigas, lía croquetas, limpia cristales, barre, recoge la ropa, etc.? Algunos pensarán que ese trabajo mecánico y repetitivo es embrutecedor ¿seguro? Depende de lo que hagas con tu mente al mismo tiempo. Y para las personas menos amantes de dedicarse a pensar, está la compañía de ese programa de radio que te gusta o esa música que te hace feliz.
Todas esas tareas nos permiten ir acumulando conocimientos. Gozamos de una especie de formación permanente en los más diversos aspectos de la vida.
Efectivamente, cuántas veces hemos hecho de puericultora, de enfermera, de cuentacuentos, de psicóloga, de consejera, de consoladora, de guardia de la porra, de jefa, de payaso incluso.
Y ¿qué decir del papel de cocinera?; ahora se dan mucho pisto los chefs en la tele, pero de toda la vida has cocinado para tu pareja, tus hijos, pensando en lo que les gusta, lo que les alimenta, lo que está a tu alcance económico. Has tenido que ingeniártelas a veces ante situaciones imprevistas de visitas, de momentos especiales con vecinos o amigos. Tu inventiva, tu ingenio, tu capacidad creativa entran en juego y consigues lo que te propones, aunque nadie te lo reconozca.
Todas estas tareas dejan mucho tiempo libre al cabo del día. Puedes dedicar esos espacios de libertad a la vida cultural, apuntarte a algún curso, visitar museos, pintar, tocar un instrumento, aprender idiomas, leer, escribir. ¿De verdad es necesario trabajar fuera de casa para realizarse?
Y aún queda el poder ¿poder?, sí, poder. Muchas veces se ha dicho ¿qué pasaría si todas las amas de casa de un país nos pusiéramos de acuerdo para hacer una huelga? Sin comida, sin provisiones, sin lavado de ropa, sin llevar a los niños al colegio, sin los cuidados de cada día. ¿Cuánto podría resistir la sociedad tal como la tenemos organizada? Es difícil poner a todas de acuerdo, por supuesto, pero la posibilidad existe y no habría que dejarla en el olvido si llegara el caso.
Otro poder más importante es la educación de los hijos. Si la enseñanza que damos a nuestros hijos hace que predomine la idea de compartir más que la de poseer, la de ayudar más que la de competir, la de disfrutar más que la de sufrir, ¿no influiría nada en la sociedad del futuro?
Sé que no todas pueden prescindir de ese trabajo exterior porque no se puede pagar un piso con un sueldo solo, debido al sistema que nos domina e impone la forma de vivir que tenemos que llevar. ¿No habría que rebelarse más por esto que por tener que hacer las tareas de casa? ¿No deberían tener las amas de casa un sueldo por serlo? ¿Cuándo se reconocerá por fin el valor de su trabajo?
Estoy segura de que hay mujeres con una verdadera vocación y unas cualidades excelentes para un trabajo determinado y toda la que quiera debería poder trabajar en lo que desee, pero que no sea por imperativo exclusivamente económico, sino para realizarse de verdad y aportar sus conocimientos y valía a la sociedad.
No quiero terminar estas reflexiones sin hacer una alusión a todas las personas que viven esta situación como una auténtica esclavitud y un suplicio. Hablo de malos tratos, físicos y psicológicos, de menosprecio, de exigencias, de control de los más mínimos detalles de la propia vida, de hacer de la convivencia, en lugar de una experiencia placentera y agradable, una vida de sufrimiento, de dolor, de rabia, de percepción de nulidad, de terror, de muerte. Por supuesto que hay que salir corriendo en cualquier dirección liberadora.
Valoremos esa libertad, esa sabiduría multidisciplinar, ese poder de que disponemos y procuremos no proclamarlo demasiado alto, no sea que pretendan normalizar, organizar, controlar y destruir ese tesoro para dirigir hasta lo más esencial de nuestras vidas.
Nota: Todo lo dicho es aplicable a los posibles “marujos”; soy mujer y escribo desde la posición femenina, pero este escrito no habla de género sino de actividad, una actividad denostada y despreciada pero que considero tan digna y loable como la de cualquier informático, ingeniero, electricista o abogado que se precie.
Hablar de elogio de las “marujas” en los tiempos que corren, de reivindicaciones feministas, de lucha contra los abusos hacia la mujer, de defensa del derecho a realizarse como persona, de independencia, es arriesgado y provocador. Pero merece la pena aprovechar todo lo positivo que conlleva.
¿Positivo? ¿Lavar, fregar, cocinar, planchar, comprar, cuidar, criar, etc. al resto de la familia? ¿No disponer, a veces, de tiempo para el cuidado personal, disfrutar del necesario descanso y permitirse momentos de placer de cualquier tipo?