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Una España del siglo XXI
Recordaba yo estos días, a raíz de la excitación de las “tensiones territoriales” con mi tierra (León) incorporándose al vodevil, una anécdota que nos sucedió hace pocos años viajando por Nicaragua. Ibamos en taxi por Ometepe en animada cháchara con la taxista que nos llevaba, cuando esta nos miró sorprendida.
—Ah, pero que ustedes todavía tienen reyes. ¿Y no es eso una cosa muy antigua?
Sí, reyes. Y Síndic de Greuges, y Procurador del Común, y Lehendakari... y toda una ristra de instituciones con tintes medievales y olor a naftalina. Cuando nuestros aclamados padres de la patria diseñaron en la Transición de la dictadura la organización territorial del estado, en lugar de acudir a bucear en modelos de organización de un estado moderno, decidieron acudir a la “identidad nacional” y a los fueros medievales, custodiados en los códices de los monasterios.
Y así seguimos cuarenta años después: tirándonos la identidad nacional (de nuestros antepasados medievales) a la cabeza y reivindicando sus instituciones. De aquellos polvos —la “ejemplar” transición—, estos lodos.
¿De verdad alguien piensa que a un español que hoy tenga 30 años le sirve de algo recuperar las instituciones o la identidad de pueblo de la España medieval? ¿Nos estamos volviendo todos locos dando hilo a la cometa de tamaña tontería?
Creo que urge el despertar crítico de una nueva conciencia que se asiente en el siglo XXI y que sea superadora de los forofismos pueblerinos en los que estamos enredados. Y la prensa crítica debe jugar un papel importante en esta tarea.
Recordaba yo estos días, a raíz de la excitación de las “tensiones territoriales” con mi tierra (León) incorporándose al vodevil, una anécdota que nos sucedió hace pocos años viajando por Nicaragua. Ibamos en taxi por Ometepe en animada cháchara con la taxista que nos llevaba, cuando esta nos miró sorprendida.
—Ah, pero que ustedes todavía tienen reyes. ¿Y no es eso una cosa muy antigua?