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Europa, ¿unida ante la adversidad?

Sergio López | socio de elDiario.es

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El liderazgo como estrategia para guiar la acción colectiva, basado en el carisma e imbuido de cierto halo místico ha sufrido, en lo que va de siglo, una transformación que le ha llevado a perder la capacidad de convencer, de aglutinar a las masas por sí mismo. Desde la izquierda, durante el pasado siglo, era necesario que el lider lo fuese en función de un discurso ideológico que le servía de nexo con la militancia y de un planteamiento social que sintonizaba con el sentir de la población. El liderazgo suponia el 75% del éxito electoral.

Hoy las elecciones ya no las ganan los líderes, a la vieja usanza, sino el mensaje y es importante controlar el medio para transmitirlo y hacerlo llegar a las masas, ahí la extrema derecha está cosechando sus principales éxitos. La izquierda aún se basa en el carisma del liderazgo, en el discurso ideológico, sin embargo la derecha ha “modernizado” su estrategia y utiliza la simplicidad del mensaje como herramienta para inclinar la voluntad popular hacía sus postulados. Valga la campaña de Ayuso en las últimas elecciones a la comunidad madrileña o la más reciente de Moreno en Andalucía.

Actualmente una de las prioridades de la izquierda debe ser frenar la deriva del votante de centro y de centro izquierda hacia las filas de la extrema derecha y para ello se debe corregir la deriva neoliberal del centroizquierda. Blair en Inglaterra, Schroeder en Alemania, la reforma del Estado del bienestar en Suecia, el giro a la derecha y la consiguiente devastación de los socialistas franceses a manos de Hollande o la destrucción del PSI en Italia a manos de Renzi, unido a la fuerza tan destructiva de las economías de mercado globales, han dejado a los votantes tradicionales de centro izquierda sin opciones políticas e indefensos.

La amalgama de populistas, neofascistas y extrema derecha junto a partidos de la derecha tradicional, caso del PP, han conformado un abanico electoral sin fisuras, otra cuestión será los resultados de las alianzas poselectorales, que están consiguiendo cuotas de gobernabilidad sin precedentes en países de la UE o en países miembros de la OTAN. No conviene olvidar que Italia es la tercera economía de la zona euro y uno de los países fundadores dela UE y de la OTAN. No debemos olvidar tampoco la sintonía ideológica de los negacionistas y euroescépticos con la extrema derecha.

Nos llama la atención el fenómeno neofascista encarnado por Meloni y su alianza con la extrema derecha, que les ha llevado a su triunfo en las elecciones generales italianas del último domingo de septiembre, cuando en realidad la extrema derecha lleva gobernando en Italia lo que va del presente siglo y en el resto de Europa han dejado de ser partidos marginales y gobiernan instituciones, presiden parlamentos y gobiernan países que pertenecen a estructuras comunitarias cono Hungría, Polonia y a partir de ahora también Italia.

Podemos afirmar que el fascismo es como un árbol de hojas caducas, parece muerto pero de tanto en tanto resurge con todo su esplendor. Como afirmaba Umberto Eco en su libro “Contra el fascismo” hay un “fascismo eterno que puede disfrazarse con ropajes muy diferentes” Y lo más preocupante es que sus raíces transcienden el ámbito de lo nacional para extenderse hasta las instituciones comunitarias, cuya fortaleza democrática aún es precaria, más centrada en las políticas económicas que en el derecho y que no dispone de las herramientas de gobernanza necesarios para consolidar la estabilidad democrática que los tiempos actuales exigen. Europa necesita ser soberana para proteger al ciudadano de las políticas fascista que ensombrecieron parte del siglo XX y para ello necesita promulgar leyes que prioricen el Derecho en cuanto conjunto de normas que rigen el funcionamiento de una sociedad, sobre el Estado como forma de organización política.

Algunos analistas no dudan en clasificar las políticas de la derecha como cierta forma de protofacismo, pues subordinan la ética, social o intelectual, a la obtención de beneficios por el medio que sea. Las políticas basadas en el cobro de impuestos progresivos o la regulación del mercado encienden las alarmas no solo de la derecha sino también a quienes la sustentan en el ámbito del sistema industrial y financiero. Por eso el neofascismo ha abrazado las políticas neoliberales, porque el capital está apostando por estrategias que le permitan prescindir del Estado, en cuanto garante de los derechos individuales y sociales, de los servicios públicos o de la creciente tendencia a regular los impuestos, de modo que pague más quienes más ingresen o regular la contaminación ambiental e intelectual, caso Google, mediante sanciones. De ahí la sintonía de VOX con el Partido Popular en España. Solo cuentan los ingresos; la calidad de la vida de los ciudadanos no está marcada en su agenda. Si para conseguirlo el cauce elegido es la violencia política, tenemos el fascismo.

Marcos Roitman en un artículo publicado originalmente en La Jornada, concluye con está reflexión: “El gran capital no tiene amigos, tiene intereses. No distingue entre derecha y extrema derecha. Hoy como ayer opta por una salida totalitaria, financiando a los nuevos führer, se llamen Le Pen, Abascal, Bolsonaro, Trump, Leopoldo López, Keiko Fujimori, Mussolini o Hitler.. En España, por ejemplo, Vox ha recibido 17 millones de euros de, entre otros, Esther Koplowitz, Juan Miguel Villar Mir o Bernard Meunier. La diferencia entre derecha y extrema derecha es un eufemismo”

El liderazgo como estrategia para guiar la acción colectiva, basado en el carisma e imbuido de cierto halo místico ha sufrido, en lo que va de siglo, una transformación que le ha llevado a perder la capacidad de convencer, de aglutinar a las masas por sí mismo. Desde la izquierda, durante el pasado siglo, era necesario que el lider lo fuese en función de un discurso ideológico que le servía de nexo con la militancia y de un planteamiento social que sintonizaba con el sentir de la población. El liderazgo suponia el 75% del éxito electoral.

Hoy las elecciones ya no las ganan los líderes, a la vieja usanza, sino el mensaje y es importante controlar el medio para transmitirlo y hacerlo llegar a las masas, ahí la extrema derecha está cosechando sus principales éxitos. La izquierda aún se basa en el carisma del liderazgo, en el discurso ideológico, sin embargo la derecha ha “modernizado” su estrategia y utiliza la simplicidad del mensaje como herramienta para inclinar la voluntad popular hacía sus postulados. Valga la campaña de Ayuso en las últimas elecciones a la comunidad madrileña o la más reciente de Moreno en Andalucía.