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Cuando la IA ciega a la inteligencia natural

Elías Fosco

3 de diciembre de 2024 20:35 h

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He leído con tanta perplejidad el artículo de Jordi Nieva Fenoll (Inteligencia artificial y docencia) que no puedo evitar el impulso nefando de despiezarlo.

Una Inteligencia Artificial sustituyéndome en el trabajo que llevo realizando siete años como profesor de español en Francia... Lo primero que me ha venido a la cabeza es que más le valdrá a la IA venir de serie con el cuerpo de Terminator cuando toque ocuparse de esa alumna que te sorprende con un ataque de epilepsia a media mañana, del de la lipotimia por no haber desayunado o del enésimo intento de Nathan de llamar la atención de Chloé con un lanzamiento de goma o incluso de compás. Pero no resulta difícil darse cuenta de que ese no es el quid, sino que el autor habla de nuestro papel en la “necesidad” (que nadie parece discutir) de mantener estabulados y controlados a nuestros menores haciendo... ¿qué?

Por lo visto, la docencia consiste en inculcar conocimientos a los alumnos (resúmenes de libros o algo así, parece, aunque no sé muy bien qué se imagina que hacemos en una clase de lengua extranjera) para que luego estos se los repitan a un ordenador y este los clasifique en aptos o no aptos como a polluelos destinados a la industria alimentaria: según calibres y capacidades ¿prácticas? En ese sentido, sí, podéis usar la IA y responderá precisamente a la tarea para la que, después de todo, parece haber sido concebida: un eslabón más de la productividad deshumanizada. E insisto en el parece, porque creo que podemos sacar mucho más de ella.

El asunto es que, aunque la tentación de clasificarnos a los profesores como luditas del siglo XXI es muy tentadora, la realidad es otra: llevamos ya tiempo trabajando con las innovaciones tecnológicas y (agárrense los machos) son incluso parte obligatoria en el programa de lenguas aquí en Francia bajo el epígrafe (atención, curvas) “mundos virtuales y ciudadanía”.

Y aquí llegamos a un punto que parece que se le escapa al autor. Lo que hacemos en clase no tiene nada que ver con formar a la fuerza de trabajo del futuro, y supongo que por eso a algunos les provocamos urticaria.

El problema, ahora y hace siglos, no ha sido el conocimiento en sí, sino los factores que permiten acceder a él y hacer uso de mismo. Tres puntos clave para aprender: tener el tiempo y las condiciones materiales para acceder al conocimiento (de esto sabemos bastante los que venimos de clases populares) y ganas de hacerlo. Es decir, la motivación. Una motivación que, con la falta de perspectiva propia de un niño o un adolescente en construcción, necesita del acompañamiento de adultos. Un acompañamiento que, por desgracia, no todos los menores tienen en sus hogares por motivos muy diversos.

Ahora vuelvan a su mundo distópico de la piruleta en el que recuas de alumnos delante de inteligencias artificiales van aprendiendo sin la guía tiránica, estulta y perezosa de sus caricaturas del profesorado e imagínense de dónde van a sacar las ganas, la motivación y la perspectiva para aprender no solo conocimientos sino, como dicen en Francia, también a ser ciudadanos.

Yo, de momento, me vuelvo a preparar mi secuencia para la semana que viene, en la que mis alumnos continuarán la realización de vídeos de prevención sobre los desafíos de los mundos virtuales (desde el groming a las adicciones pasando por los bulos mediáticos), vídeos concebidos y ejecutados por ellos mismos, y dirigidos a sus propios compañeros. Algo que, de momento, la IA artificial es incapaz de hacer, y no solo porque no pueda acompañarlos por el patio ni responder a las cuestiones, no tanto lingüísticas, sino humanas, que les suscita la actividad.

He leído con tanta perplejidad el artículo de Jordi Nieva Fenoll (Inteligencia artificial y docencia) que no puedo evitar el impulso nefando de despiezarlo.

Una Inteligencia Artificial sustituyéndome en el trabajo que llevo realizando siete años como profesor de español en Francia... Lo primero que me ha venido a la cabeza es que más le valdrá a la IA venir de serie con el cuerpo de Terminator cuando toque ocuparse de esa alumna que te sorprende con un ataque de epilepsia a media mañana, del de la lipotimia por no haber desayunado o del enésimo intento de Nathan de llamar la atención de Chloé con un lanzamiento de goma o incluso de compás. Pero no resulta difícil darse cuenta de que ese no es el quid, sino que el autor habla de nuestro papel en la “necesidad” (que nadie parece discutir) de mantener estabulados y controlados a nuestros menores haciendo... ¿qué?