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La huida de Puigdemont abre un nuevo frente judicial en los estertores del procés
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Opinión - Puigdemont y la búsqueda de culpables. Por Rosa María Artal
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Muy miserables, o más miserables todavía.

Antonio García Gómez

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Cuando llegaron a Torrox, localidad axárquica malagueña, ciudad vecina de donde yo vivo, lo he citado varias veces, pocos más de 140 migrantes adultos fueron asentados en un hotel, acogidos regularmente, traídos desde Canarias adonde habían llegado en cayucos, procedentes de Senegal y Mauritania, para intentar lograr su sueño desesperado en España, es decir en Europa, cuando simultáneamente un lenguaraz concejal del PP del mismo Torrox se apresuró, prácticamente no dejó pasar ni un día, a asegurar que “traerían tifus y delincuencia”, casi a partes iguales.

Tras más de ocho meses ni una sola de esas miserables predicciones se ha cumplido ni de lejos.

En plena década de los años sesenta del siglo pasado, en la capital del Estado segregacionista del sur de EEUU, en su capital Memphis, del Estado de Tennessee, cuando la ley antisegregacionista permitió por primera vez el acceso de estudiantes negros a la universidad de esa ciudad y resultaba que el porcentaje era el siguiente: Apenas 8 universitarios negros asistentes a clase en un campus de más de 7.000 estudiantes blancos. Y se recogen declaraciones de la época, de esos mismos universitarios “blancos”, “alertando” sobre la situación de verse rodeados, “invadidos”, por “negratas” decididos a subvertir la asistencia normalizada, “blanquita por supuesto”, a la universidad citada. La hipérbole malévola de quienes solo querían ver una realidad tan falsa como hipertrofiada no fue desenmascarada.

Ahora mismo en Canarias se encuentran acogidos unos 2.000 menores, migrantes y refugiados, y se espera que a final del verano puedan haber llegado hasta 6.000 menores, de esos mismos niños que alguna “mala gente” en nuestro país saben molestar refiriéndose a ellos como MENAS. A quienes se acusa directamente, sin mayores delicadezas, como catervas de delincuentes, violadores y demás sujetos de actos anticonvivenciales, precisamente en el seno de unas sociedades que han de tolerar a tales tipos, que o bien aluden al recurso de barcos de guerra para impedir su llegada, o bien directamente a la detención y expulsión de tales y supuestos parias, obviando que el derecho de los niños no excluye ni a los pobres, ni a los extranjeros que huyan de sus particulares infiernos.

Sentenciados, condenados, arbitrarios y miserables, contra niños/as en situación humanitaria desesperada. Hay que tener el alma muy sucia.

Y siendo como es, un asunto de esencial preocupación y ocupación de las Cancillerías europeas, resulta muy miserable, insisto en el repetido adjetivo, y muy intolerable, tener que escuchar, convivir y tolerar en paz, a tanta gente villana, cobarde y ruin, con poder y altavoz, demonizando la desigualdad que en este caso se ceba en los más débiles, en los más vulnerables, en los niños, a los que esta “gentuza” llama MENAS a boca llena y con el dedo acusatorio muy firme y muy mezquino.

Como si metiendo miedo fueran a lograr reclutar a nuestros peores conciudadanos/as. Todo puede ser, ¿o no?

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