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No cumplir lo prometido versus mentir
A Pedro Sánchez se le ha acusado, tanto desde la derecha-ultraderecha como desde los nacionalismos vasco y catalán, de mentir en sus promesas electorales, de no cumplir con los supuestos compromisos adquiridos con el pueblo y los partidos en los que se ha apoyado para gobernar.
Más allá de si la acusación tiene fundamento o es ajustada a la realidad, lo cual no es objeto de análisis en este artículo, es absolutamente lógico, en el pleno sentido de la palabra “lógica”, que, aunque la acusación tuviera fundamento, ello no sería fundamento para llamar mentiroso a Sánchez. Si nos atenemos al significado de “mentir”, que es decir lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa con deliberada intención de engañar, es obvio que hay una diferencia esencial con respecto a no cumplir lo prometido.
Mentir es algo así como afirmar o negar lo contrario a un hecho mental, siendo consciente de esa falta de correspondencia. Y mentir con la intención de conseguir un apoyo para gobernar es, más allá de ser pecado o no, como creen quienes creen en Dios, es un acto antidemocrático, por actuar contra una de las condiciones de posibilidad de la democracia, cual es la veracidad de la información para poder tomar decisiones autónomas y responsables. Mentir es presentar una imagen falsa de la realidad sobre la cual hacemos planes de conservación o transformación con intención de manipular. Así, quien miente sistemáticamente es una persona mentirosa, y si miente sistemáticamente en política, es anti demócrata.
Sin embargo, prometer es asegurar cumplir un acto en el futuro. Puede que alguien, cuando promete, esté asegurando que cumplirá lo dicho aunque íntimamente no tenga la menor intención de cumplir. En ese caso, estará mintiendo con respecto a su auténtica intención. Pero esto es muy difícil de demostrar en ese preciso momento. Tampoco se puede acusar a alguien de mentir aunque más adelante no cumpla la promesa, pues entre el momento de prometer y de cumplir ha pasado un tiempo en el que han podido surgir cambios de pensamiento, contingencias, circunstancias que no existían en el momento de la promesa y que razonablemente impidan su cumplimiento. Alguien puede prometer asistir a un cumpleaños y no acudir, y por ello no se le llama mentiroso. O puede ser que, por cumplir la promesa, resulten unas consecuencias negativas incluso para quienes estaba destinada.
Puede que Sánchez mintiera en el momento de la promesa, pero eso sólo lo sabrá él. Pero también es posible que cambiara de opinión, como dice Rajoy que le ocurrió cuando se encontró con “la realidad”. Seguramente esta hipótesis de cambio de opinión obligado por las circunstancias es falsa en ambos casos, pero, como es una posibilidad, y no hay pruebas de lo contrario, no se puede decir que sean mentira.
Supongo que políticos y políticas, en vez de prometer cumplir programas políticos, deberían ser más humildes y prometer simplemente intenciones de cumplimiento dependiendo de las posibilidades y condiciones políticas del futuro.
A Pedro Sánchez se le ha acusado, tanto desde la derecha-ultraderecha como desde los nacionalismos vasco y catalán, de mentir en sus promesas electorales, de no cumplir con los supuestos compromisos adquiridos con el pueblo y los partidos en los que se ha apoyado para gobernar.
Más allá de si la acusación tiene fundamento o es ajustada a la realidad, lo cual no es objeto de análisis en este artículo, es absolutamente lógico, en el pleno sentido de la palabra “lógica”, que, aunque la acusación tuviera fundamento, ello no sería fundamento para llamar mentiroso a Sánchez. Si nos atenemos al significado de “mentir”, que es decir lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa con deliberada intención de engañar, es obvio que hay una diferencia esencial con respecto a no cumplir lo prometido.