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La resaca del siglo XXI
En el mundo de la política hay un departamento promocional idéntico al de cualquier empresa comercial, con una salvedad vergüenza da tener que decirlo, en el mundo de la política las estrategias van dirigidas no a vender a toda costa, sino a convencer de la bondad de ciertas iniciativas para la vida de la ciudadanía. La política “barata”, minutos de silencio que sumados ya son años de mutismo, las enérgicas iniciativas para protestar contra los asesinatos de mujeres o menores son ya una burla, tanta mesada de barbas y cabellos ante la iniquidad de la condición humana, nadie hará que la acémila humana no cocee su decepción y rencor contra los más cercanos. Las implacables iniciativas, corruptos brindis al sol, para acabar con las prácticas corruptas que acaban en cuanto se va el último fotógrafo.
Los debates del siglo que se institucionalizan como spots publicitarios de mira yo que rebonito que soy, sin una sola iniciativa programática que esté asentada en la realidad, con voluntad de llevarla adelante por el bien común. Un bien común en el que no coinciden nuestros ilustres mastuerzos y regidores elegidos, antes que por las urnas, por los departamentos de recursos humanos de las franquicias comerciales del IBEX 35.
Un vendedor de una empresa comercial está obligado a decir, sea o no verdad que su producto es “el más mejor” del universo. Un representante de un partido hace lo mismo sin saber que no debiera. El límite de la verdad objetiva lo cruzaron hace ya tanto tiempo que las nuevas hornadas de vendedores de política, que no políticos, creen que el merengue en el que viven y del que nos quieren hacer partícipes es realmente la política. Para ello se aprenden un montón de citas y frases ocurrentes, y salen a pintarle la cara al rival porque lo importante ya no es ofrecer iniciativas legales que aseguren y amplíen los derechos colectivos de la población de manera firme e irrevocable, sino que el otro quede peor parado. Es decir que vale que lo mío no funciona pero es que lo tuyo además de no funcionar hace ruido. Lamentable dialéctica aceptada como la técnica del “ventilador”.
Lo peor es que estas nuevas generaciones están preparadas para la trampa de la política comercial. Es decir, la política que se vende bien (¡que me la quitan de las manos! ¡Oiga!). Lo malo es que en correspondencia, por el efecto pedagógico de la acción política, han generado en una parte cada vez más importante de la población acrítica, la creencia de que las argumentaciones que venden, sean o no verdad, son la política. Que la política es una suerte de pelea de gallos en la que lo esencial es que el otro salga peor parado en la riña. Para ello vale mentir, si no te pillan y a veces aunque te pillen, engañar, inventar, prometer la luna y eso sí aparecer monísimos de la muerte, que todos crean que perteneces a la casta de los máster del universo por derecho de nacimiento.
Porque hoy, si existe una verdad acreditada es que si un producto político parece bueno aunque no lo sea hay muchedumbre que hará cola para comprarlo. Y ante una realidad tan incontestable no queda sino doblegarse para sobrevivir, se justifican. Búsquense un empleo honrado se les puede recomendar. Consejo que voluntariamente ignoran, así que todos son doctores y máster y lo más de lo más, aunque la mayoría de las acreditaciones no sean más que bisutería universitaria, oropel made in Taiwán.
Hay una alternativa que a todos se nos alcanza. En lugar de buscar en el bazar de la sociedad aquello más aparente, más pretencioso, desdeñemos el modelo Hollywood donde el bueno es además el más alto, el más guapo, el querido por la chica más mona, el que tiene el mejor sastre y va mejor peinado… Busquemos quien sea capaz de rodearse del equipo más inteligente, más humano, más racional, más valiente, más imaginativo, más prudente, más culto, aunque tenga una percha que sea la desesperación de cualquier sastre y aunque sus mujeres no sean modelos de belleza sino de saber estar y de decencia.
Tenemos la “marca república” que con sus derivados y convenientemente manoseada, se convierte en producto, vitola comercial, potencial y electoralmente rentable y que se agita desde distintos frentes con voluntad de rentabilizarla. Así los nacionalistas de la derecha católica de obediencia a la teocracia misógina, autoritaria y antidemocrática del estado pontificio de El Vaticano maquillan su belfo con la R mayúscula de republicanismo como hacen los piadosos y ultra ortodoxos catalanistas seguidores de mosén Junqueras que identifica el republicanismo político con la católica bondad seráfica de las cohortes de querubines graciosa y, todo hay que decirlo, pacíficamente tocadas con su barretina.
Destacando también en estos juegos florales del uso y aprovechamiento de la “marca república”, los aguerridos en pacíficas travesuras urbanas y periurbanas, chicos de las escolanías raperas catalanistas con sus charnegos y rufianes, que para escapar al castigo del ostracismo o cuarentena a la que se somete a forasteros insulares o peninsulares, van un paso más allá de donde manda detenerse la autoridad subalterna de la enriquecida burguesía nacional católica local, y sienten más los colores que “Manolo el del Bombo”, tanto, que incluso dan visibilidad al trapo rojo, gualda y morado para sintonizar con el republicanismo español de hoy , que no se sabe lo que pueda ser, y menos lo que éstos crean que es, y sea como sea,equipararse al republicanismo tricolor.
La derecha nacional católica cimarrona, que se quiere liberada de la santurronería de la ideología Cáritas y sus pobres, sus inmigrantes, sus marginales también reclama su república nacional católica. En su distintiva versión republicana.
La república, lo republicano pasa a ser estropajo de todos los “fregaos” en las excluyentes manos de ateos y católicos. Y con el suficiente tiempo, de mahometanos, de cristianos, de judaicos y de otras peculiaridades de la religiosa fantasía pía.
Tal es así, que al modo de las compañías petroleras y los nichos de mercado de las energías renovables, todos los grupos de presión tienen por si acaso, un pie en la otra orilla. Republicana, ¡oh! casualidad.
No se hará la República sin ciudadanía republicana, y ésta no lo será hasta que no sea culta. Luego, va para largo.
Entretanto sigue girando la ruleta y un rato uno, otro rato el otro, los irreconciliables contrarios continuarán impidiendo eficazmente con su ruido que se proteja el valor de las pensiones encadenándolo a la subida o bajada del IPC y otras necesidades vitales improrrogables para el pueblo.
Hoy y desgraciadamente parece que por mucho tiempo la “marca república” continuará siendo un embeleco en manos desaprensivas, que agitarán la muleta como parte de una estrategia comercial que explotarán políticamente hasta las heces la izquierda y la derecha nacional católicas de servidumbre teocrática y extranjera. De las izquierdas y derechas laicas se sabe que están todavía en ese mágico momento del encantamiento secundario a haberse conocido, ensueño del que no se espera que despierten próximamente. Tendrá que haber mujeres y hombres, esperemos, que más temprano que tarde, saquen la perspicacia de su mirar de la hipnótica plazuela umbilical y la proyecten sobre asuntos quizá menos estéticos, pero sin duda, de mucha mayor trascendencia y enjundia para unos y para otros.
En el mundo de la política hay un departamento promocional idéntico al de cualquier empresa comercial, con una salvedad vergüenza da tener que decirlo, en el mundo de la política las estrategias van dirigidas no a vender a toda costa, sino a convencer de la bondad de ciertas iniciativas para la vida de la ciudadanía. La política “barata”, minutos de silencio que sumados ya son años de mutismo, las enérgicas iniciativas para protestar contra los asesinatos de mujeres o menores son ya una burla, tanta mesada de barbas y cabellos ante la iniquidad de la condición humana, nadie hará que la acémila humana no cocee su decepción y rencor contra los más cercanos. Las implacables iniciativas, corruptos brindis al sol, para acabar con las prácticas corruptas que acaban en cuanto se va el último fotógrafo.
Los debates del siglo que se institucionalizan como spots publicitarios de mira yo que rebonito que soy, sin una sola iniciativa programática que esté asentada en la realidad, con voluntad de llevarla adelante por el bien común. Un bien común en el que no coinciden nuestros ilustres mastuerzos y regidores elegidos, antes que por las urnas, por los departamentos de recursos humanos de las franquicias comerciales del IBEX 35.