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El reto de una España plurinacional

Alejandro de Gregorio-Rocasolano Jaumot

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Tal vez la alegría de muchos catalanes, aragoneses, vascos, andaluces, canarios, gallegos... se trate de recuperar la energía de hace 90 años. De ilusiones, y retomar la idea de vivir en un país moderno abierto y con miras al futuro orgulloso de todas sus peculiaridades. Pero igual que hace 90 años, tiene que haber la parte disonante que intenta con sus ondas de intransigencia invadir los espacios con ruido, bronca. Desafinando en el siglo XXI con ideas de nación única por la “gracia de dios”, de un dios en minúsculas que amaga intenciones violentas, intransigentes, inquisitorias.

Creo que los diferentes pueblos del Estado han convivido socialmente durante siglos, respetándose mutuamente. Reconociendo, y muchas veces compartiendo, las diferentes formas de entender la cultura. Una cultura y costumbres populares, que siempre ha caminado junto a las diferentes lenguas y “dialectos” de las mismas.

Curiosamente en España —que es un ejemplo de país multicultural en cuanto su estructura social, en un momento en que internacionalmente se debate sobre las minorías culturales nacionales y los derechos de las mismas—, tiene que re-emerger con fuerza la idea del estado nacional único. Que en sí mismo nunca ha existido más allá que los que han intentado imponer desde el poder han imaginado.

Por qué cuesta tanto explicar en España que no se trata de un pueblo único, sino de un conjunto de minorías a las que les gusta preservar sus propias características; tales como la lengua, la cultura, las costumbres o relaciones mercantiles específicas y ser respetadas.

Lo que se conoce como España no deja de ser un conglomerado de diferentes pueblos que se han complementado durante siglos, donde solo han ocurrido discordancias graves a partir del momento en que se ha intentado modificar sus estatus como nación-cultural diferente, reduciendo sus derechos y las libertades.

En un principio, después de la II Guerra Mundial, debido a la invasión irrendentista por parte de Alemania sobre Chequia y Polonia con la excusa de defender las minorías de habla alemanas, hacían poner en duda el desarrollo de los derechos de las minorías por parte de las Naciones Unidas. Un desarrollo de numerosos puntos, de conflicto bélico y social por la falta de derechos de la libertad de las minorías, tanto culturales como étnicas en busca de la protección de su supervivencia como grupo.

Esto hizo que Francesco Capotorti, como Relator Especial de la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías, definiera una minoría como “un grupo numéricamente inferior al resto de la población de un Estado, que se encuentra en una posición no dominante y cuyos miembros, que son nacionales del Estado, poseen características étnicas, religiosas o lingüísticas diferentes de las del resto de la población y manifiestan, aunque solo sea implícitamente, un sentimiento de solidaridad para preservar su cultura, sus tradiciones, su religión o su idioma”.

Evidentemente se vio que no se puede generalizar en absoluto por los hechos nazis, y por otro lado existen muchos ejemplos históricos que explican que socialmente es posible coexistir respetándose como en Suiza. Por poner un ejemplo real de estado político o múltiples territorios europeos, en los que durante siglos han convivido varias culturas, como la península Ibérica. Pero hay que recordar también que los grandes valedores de esa idea de España “una grande y libre”, fueron Franco y la Falange. Precisamente los socios de los dirigentes alemanes que realizaron las invasiones en el territorio de sus vecinos.

Actualmente la mayoría de los habitantes de la Tierra viven en estados que son multiculturales y/o multiétnicos, China, Rusia, Estados Unidos, México, Canadá, India, casi todos los países de África, América del sur y central, Suiza, Gran Bretaña, España, Bélgica, Finlandia, Turquía, el antiguo territorio de Palestina... Indudablemente otra cosa muy diferente es que solo algunos lo reconocen, pero es un hecho evidente como una realidad que está ahí.

Es verdad que los derechos colectivos no pueden estar por encima de los derechos individuales, pero también es verdad que para que un individuo se sienta con todos sus derechos tiene que poder desarrollar y participar de la cultura a la que pertenece. Para esto es necesario regular aspectos de la misma.

En el momento en que un pueblo se siente atacado, se protege. Y sin querer desarrolla toda una serie de normas internas restrictivas que pueden perjudicar los derechos individuales. Por eso es importante el reconocimiento de las minorías por parte de toda la sociedad para que de esta manera estas restricciones no puedan justificarse como medidas colaterales contra protecciones exteriores.

Si partimos de la base de que todas las lenguas son igual de importantes, pues el número de los que la utilizan es solo estadística. Su riqueza y forma la dan las personas que la utilizan como propia y es un bien colectivo. Por otra parte, es incomprensible que no se explique y se comparta toda esta riqueza en las escuelas de todo el estado. Pero en cambio sí que existe en toda una clase política, acompañada de una estructura de estado anticuada, con la intención de tejer, con toda esta magnífica diversidad, un relato de odio.

Creo que hay pocas acciones tan plenas, satisfactorias y diferentes en cuanto a su finalidad como disfrutar de una legua amando, discutiendo, comunicando, enseñando, aprendiendo, leyendo, hablando, recitando, cantando o intentado enlazar palabras sobre una cuartilla. Así pues cualquier persona está en el derecho de que se le respete disfrutar de esta libertad individual.

Si no se reconocen libertades individuales básicas, es imposible la convivencia. Creo que el gran reto del Estado español, al margen de buscar la solución de los prioritarios problemas sociales y climáticos, es el reconocer el estado como un ente multinacional y multicultural; junto con los derechos que esta aceptación acompaña a nivel individual y colectivo.

Hay que actualizar los derechos y las libertades a la realidad actual, la alternativa formaría parte del relato de la España negra, esperpéntica. Que deja pasar las oportunidades en el tiempo y que cada vez la empobrece más como sociedad, de la que solo quedaría una imagen triste y oscura sin ningún recuerdo digno.

Tal vez la alegría de muchos catalanes, aragoneses, vascos, andaluces, canarios, gallegos... se trate de recuperar la energía de hace 90 años. De ilusiones, y retomar la idea de vivir en un país moderno abierto y con miras al futuro orgulloso de todas sus peculiaridades. Pero igual que hace 90 años, tiene que haber la parte disonante que intenta con sus ondas de intransigencia invadir los espacios con ruido, bronca. Desafinando en el siglo XXI con ideas de nación única por la “gracia de dios”, de un dios en minúsculas que amaga intenciones violentas, intransigentes, inquisitorias.

Creo que los diferentes pueblos del Estado han convivido socialmente durante siglos, respetándose mutuamente. Reconociendo, y muchas veces compartiendo, las diferentes formas de entender la cultura. Una cultura y costumbres populares, que siempre ha caminado junto a las diferentes lenguas y “dialectos” de las mismas.