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La tartamudez política
“Yo no le debo nada a ningún partido político, sindicato, ni asociación. Mi condición gay, es mía, es mi derecho y nada más, es mi libertad”. Es una de las frases que aparecen en el debate que días atrás se produjo en la cadena SER, con la presencia de analistas políticos y profesores de las universidades españolas, con motivo de debatir la presencia cada vez más extensiva y expansiva de los movimientos de extrema derecha (especialmente en los grupos de edad de 18/24 años).
Ciertamente, es necesario coincidir con los analistas en la complejidad del tema. Pero también es necesario despejar o desterrar algunas afirmaciones que pretenden dar respuestas desde las peculiaridades de España. Craso error porque con ello no sólo se aísla el fenómeno, sino que las alternativas que se pudieran sugerir, nacen viciadas. Es el caso, por ejemplo, de seguir insistiendo en que hay que poner el foco en “los errores que se cometieron durante la transición”. Periodo en el cual se pasó por alto (pedagógicamente hablando) la condena al régimen fascista y la prohibición de sus manifestaciones (como se hizo en Alemania). El argumento no se sostiene por ningún lado ya que, a pesar de la prohibición y condena del nazismo, hoy en Alemania crece de manera espectacular el partido neonazi (AfD)
Es verdad también que, desde el inicio de este siglo, la extrema derecha está triunfando en la imposición del relato, lo que le ha permitido hacerse con el poder. El ejemplo más evidente lo tenemos en Estados Unidos: El Partido Republicano, otrora, un partido de derechas, pero respetuoso con las instituciones, ya no existe. Donald Trump se ha hecho con él. Ha impuesto su relato: La democracia ya no sirve, por ello va a ser proclamado Presidente de los Estados Unidos un convicto culpable de 34 delitos por un Tribunal Popular, y no pasará nada en el país que no se cansa de dar lecciones “urbi-et-orbi” de democracia y de Derechos Humanos. Y, en este país, no ha existido ningún dictador como Francisco Franco, a quien los jóvenes tengan que “recuperar”. Pero tienen a Elon Musk quien, una vez “conquistado” el pueblo estadounidense, va a por el resto del mundo, apoyando a las extremas derechas: “Gran Bretaña, necesita a Reforma UK”…“En Alemania es necesario votar a AfD” (neonazis)…Y por supuesto apoyar a Millei, Putin, Netanyahu, Orban, Le Pen…¿Y en España?, por supuesto a PP/Vox, cuya apuesta es Isabel Díaz Ayuso.
¿Y cuál es el relato que está triunfando en España?. En el año que ha pasado (2024) se han creado más de medio millón de puestos de trabajo. España crece el triple que la media europea, el SMI y las pensiones suben por encima de la inflación y la cobertura de políticas públicas se mantienen. Son datos que cualquier gobierno desearía para sí, pero no es lo que aparece en la prensa y mundo mediático dominado en España, ni en el Congreso de Diputados, ni en las tertulias. Lo que aparece es que “España vive en la corrupción más grande de la Historia” y el nombre de la mujer del Presidente, Begoña Gómez, aparece no sólo todos los días sino, mañana, tarde y noche. Y lo destacan quienes han sido aupados del poder por ser precisamente los responsables de más 67 casos de corrupción (con Aznar y Rajoy) con exministros en la cárcel, pendientes de juicios o ya ex presidiarios. En el gobierno actual, sólo está en vía judicial el caso del ex ministro José Luis Ábalos (a quien inmediatamente se le apartó de todos sus cargos); todo lo demás es pura y llanamente Lawfare de libro. Se ha colocado el “producto” en la sociedad española, siguiendo las consignas de Steve Bannon de hace 10 años y hoy con los instrumentos de Musk a través de X.
¿Qué hacer? En el último número de la revista “Tinta Libre”, hay una conversación muy interesante entre Esther Palomera (elDiario.es) y José Miguel Contreras (Infolibre), bajo el título “La izquierda no sabe comunicar” que delata la tartamudez política del gobierno y de los que lo sustentan. Es necesario y urgente cambiar el relato, de lo contrario, pronto aparecerá quien diga que “los inmigrantes se comen a nuestros perros y a nuestros gatos” (Trump).
“Yo no le debo nada a ningún partido político, sindicato, ni asociación. Mi condición gay, es mía, es mi derecho y nada más, es mi libertad”. Es una de las frases que aparecen en el debate que días atrás se produjo en la cadena SER, con la presencia de analistas políticos y profesores de las universidades españolas, con motivo de debatir la presencia cada vez más extensiva y expansiva de los movimientos de extrema derecha (especialmente en los grupos de edad de 18/24 años).
Ciertamente, es necesario coincidir con los analistas en la complejidad del tema. Pero también es necesario despejar o desterrar algunas afirmaciones que pretenden dar respuestas desde las peculiaridades de España. Craso error porque con ello no sólo se aísla el fenómeno, sino que las alternativas que se pudieran sugerir, nacen viciadas. Es el caso, por ejemplo, de seguir insistiendo en que hay que poner el foco en “los errores que se cometieron durante la transición”. Periodo en el cual se pasó por alto (pedagógicamente hablando) la condena al régimen fascista y la prohibición de sus manifestaciones (como se hizo en Alemania). El argumento no se sostiene por ningún lado ya que, a pesar de la prohibición y condena del nazismo, hoy en Alemania crece de manera espectacular el partido neonazi (AfD)