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¿Voluntad?

Julen Goñi | socio de elDiario.es

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Hay ideas que se resisten a abandonar el espacio y el tiempo intelectual en el que habitan; otras, sin embargo, tienen una existencia limitada tanto en uno como en otro. Entre las primeras, sin lugar a dudas, las de ‘dios’ y ‘alma’ han sido de las más persistentes, y no porque reflejen una mayor realidad que otras, sino porque en ellas se fundamenta el poder, la dominación de unos seres humanos sobre otros.

Cada idea, sin embargo, tiene asociadas otras muchas cuya existencia va unida a la existencia de aquella. Es el caso del alma y de las ideas que históricamente se han asociado a la misma bajo el nombre de ‘facultades’ o ‘potencias’ como son: el entendimiento, la sensibilidad y, la más importante, como veremos, la voluntad. El uso del concepto de ‘facultad’ para referirse a estas últimas, sin embargo, ha ido desapareciendo con el paso del tiempo y, sobre todo, con el desarrollo de la psicología como ciencia empírica, lo que, a su vez, ponía en cuestión la existencia del alma que quedaba prácticamente sin funciones.

Para lograr la pervivencia del alma, ha habido un intento muy extendido por transformarla en algo menos religioso, más de acuerdo con los tiempos -como acostumbran a hacer quienes se resisten a perder espacios de influencia y poder-, incluso con la intención de acercarla al ámbito científico, pasándose a llamarla ‘mente’. Sin embargo, el cambio de nombre no ha supuesto la modificación de gran parte de su significado; es decir, y parafraseando el refrán popular: aunque el alma se vista de ciencia, alma se queda. Así, lo que antes se denominaban ‘facultades’ del alma, como es el caso de la ‘voluntad’ y del ‘entendimiento’, tal y como los ensalzados filósofos de la antigüedad, Platón y Aristóteles, afirmaron, y toda la teología cristiana (porque decir ‘filosofía cristiana’ es un contrasentido) sostuvo y sostiene, ahora lo serían de la mente. En este proceso de maquillaje, los defensores del alma/mente se han visto obligados a hacer algunas concesiones de escasa importancia para ellos, como ha sido ceder al cerebro funciones como la memoria, la sensibilidad e incluso el propio entendimiento (ahora ‘inteligencia’), pero, sin embargo, han reservado para el alma/mente lo que consideran primordial a la hora de mantener su estatus: la voluntad. Esta es clave porque a ella va unida la idea de libertad, y a esta la de ética y política.

Toda la vida social y política descansa sobre la existencia de la voluntad que, además, se nos presenta como independiente de cualquier condicionamiento externo, es decir, libre, de tal forma que, sean cuales sean las circunstancias, las respuestas que demos serán responsabilidad nuestra y solamente nuestra. El derecho penal no existiría como lo conocemos sin esa concepción de la voluntad. La falacia de la voluntad libre sirve para que las acciones de las personas se juzguen de acuerdo con la intencionalidad, que es la versión jurídica de la voluntad, cuando lo que habría que juzgar serían las circunstancias que han rodeado el desarrollo de esa voluntad; pero, entonces, con toda seguridad, encontraríamos responsabilidades políticas en la construcción de una sociedad generadora de desigualdades y de miseria que, en la mayoría de las ocasiones, son los mimbres con los que se elabora eso que llamamos voluntad y, claro, para quienes detentan el poder, no sería nada conveniente.

El trinomio voluntad-libertad-responsabilidad es la garantía última de todos los sistemas de dominación. Elegir vivir en vez de morir cuando el enemigo había vencido convertía a cualquier persona en su esclava, elegir trabajar en condiciones inhumanas en vez de morir convirtió a muchas personas en lumpenproletariado en los inicios de la industrialización; elegir trabajar por un salario de miseria en vez de malvivir las convierte, hoy en día, en objetos de usar y tirar, en habitantes de los márgenes, en marginadas. Afirmar que esas elecciones son voluntarias y, por tanto, libres es no sólo una falsedad sino, y sobre todo, una aberración moral.

Nada hace pensar que la voluntad tenga que tener un origen distinto al resto de capacidades humanas, todas ellas radicadas en lo que llamamos ‘cuerpo’, aunque no sean corpóreas. Capacidades que, dicho sea de paso, dependen de la constitución que tenga ese cuerpo, o sea, de su herencia genética, y de las experiencias que vaya acumulando. Dichas capacidades solo se descubren en la práctica, es decir, cuando se da el encuentro de la sensibilidad con aquello que es estímulo para ella. No sabemos qué es ‘ver’ hasta que aparece la luz, no sabemos qué es oír hasta que aparecen los sonidos. No sabemos qué es voluntad hasta que nos reprenden o nos castigan.

Lo que entendemos por voluntad, por tanto, no es algo innato que exista al margen de toda experiencia; por el contrario, es la experiencia la que va forjando la voluntad, de tal forma que nacer en una familia pobre con unas progenitoras que transmiten desprecio y abandono, condicionará el desarrollo de la voluntad en su descendencia. No se es libre para elegir nada de lo que hace posible que la voluntad se desarrolle. No elegimos la voluntad que tenemos. Por eso, el liberalismo, viejo y nuevo, miente cuando utiliza la libertad para justificar las desigualdades y culpabilizar a la persona de su situación en el mundo. Y miente por puro interés egoísta, porque la mentira de su doctrina cumple la doble función de garantizar la situación política y social privilegiada de sus defensores y la de tranquilizar sus conciencias.

Hay ideas que se resisten a abandonar el espacio y el tiempo intelectual en el que habitan; otras, sin embargo, tienen una existencia limitada tanto en uno como en otro. Entre las primeras, sin lugar a dudas, las de ‘dios’ y ‘alma’ han sido de las más persistentes, y no porque reflejen una mayor realidad que otras, sino porque en ellas se fundamenta el poder, la dominación de unos seres humanos sobre otros.

Cada idea, sin embargo, tiene asociadas otras muchas cuya existencia va unida a la existencia de aquella. Es el caso del alma y de las ideas que históricamente se han asociado a la misma bajo el nombre de ‘facultades’ o ‘potencias’ como son: el entendimiento, la sensibilidad y, la más importante, como veremos, la voluntad. El uso del concepto de ‘facultad’ para referirse a estas últimas, sin embargo, ha ido desapareciendo con el paso del tiempo y, sobre todo, con el desarrollo de la psicología como ciencia empírica, lo que, a su vez, ponía en cuestión la existencia del alma que quedaba prácticamente sin funciones.