El aceite de palma está en todas partes: desde los alimentos que consumimos cada día hasta productos cotidianos donde menos cabría esperar. Está en los cereales del desayuno, en las galletas, en la pizza, en el jabón e incluso en el biocarburante que utilizamos para el coche. Desgraciadamente, en muchos lugares tiene un coste humano y medioambiental.
Para averiguar por qué, hace unas semanas hice una visita con un equipo de Oxfam a Indonesia, el principal productor de aceite de palma del mundo. Mis compañeros y yo queríamos hablar con personas afectadas por las grandes plantaciones de palma aceitera.
Antes del viaje, averiguamos que altos directivos de una empresa que vende aceite de palma a Cargill, proveedor de gigantes de la alimentación como Kellogg y General Mills, estaban siendo juzgados por provocar un incendio el año pasado en la provincia de Riau, en la isla de Sumatra.
Lo que la empresa quiso fue despejar el terreno para poder plantar más palma aceitera, y presuntamente contribuyó a los grandes incendios forestales que crearon una humareda enorme que afectó a mucha gente en Indonesia, Malasia y Singapur. Según mis compañeros del departamento de investigación, estos incendios liberaron a la atmósfera el CO2 equivalente a las emisiones anuales de más de 10 millones de coches, o lo que es lo mismo, las emisiones anuales de todos los coches de Los Ángeles, Nueva York y Chicago juntos. Increíble, ¿verdad?
El aceite de palma está en todas partes: desde los alimentos que consumimos cada día hasta productos cotidianos donde menos cabría esperar. Está en los cereales del desayuno, en las galletas, en la pizza, en el jabón e incluso en el biocarburante que utilizamos para el coche. Desgraciadamente, en muchos lugares tiene un coste humano y medioambiental.