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Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

Marta Romero - @romercruzm

Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

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Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

Lídia Brun - @Lilypurple311

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Héctor Cebolla - @hcebolla

Tras el éxito de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez, tras abandonar el hemiciclo recién elegido presidente/Marta Jara

Marta Romero

Como si se tratara de una serie de ficción política, comienza ahora en la política española, y cuando nos aproximamos al ecuador de la legislatura, una nueva “temporada” en la que se ha introducido un giro inesperado del guión. En apenas nueve días, el partido que gobernaba en minoría en España pasaba de dar por segura su continuidad, hasta el final de la legislatura, con la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, a verse desbancado del poder tras prosperar una moción de censura.

La sentencia judicial sobre el caso Gürtel, que se conoció tan sólo un día después de que el PP consiguiera aprobar los Presupuestos, marcaba un punto de inflexión. La Audiencia Nacional daba por acreditada la existencia de una contabilidad B en el PP. En cuestión de horas, los partidos de la oposición reajustaron sus estrategias frente al nuevo escenario, con el innegable éxito del PSOE para sacar adelante la moción de censura. Sánchez lograba el apoyo de siete partidos cuyo único denominador común era el interés por desalojar a Rajoy de La Moncloa, evitando la convocatoria inmediata de elecciones anticipadas y, con ella, la potencial arrolladora victoria de Ciudadanos.

El paso del gobierno a la oposición ha supuesto, por un lado, la confirmación del cambio de papeles entre el PP y el PSOE, pasando el primero a la oposición y el segundo al gobierno. Y, por otro, un cambio de protagonistas, con Pedro Sánchez como flamante nuevo Presidente del gobierno y un ex Presiedente, que antes de sentarse en la bancada de la oposición, ha anunciado su retirada política. Este relevo, es si cabe, más sorprendente, porque hace tan sólo quince días el dirigente socialista aparecía como un líder desdibujado. Y a la cabeza de un partido que cotizaba a la baja y se veía seriamente amenazado por el meteórico ascenso demoscópico de Ciudadanos, así como por la pujanza de Albert Rivera, quien ahora lucha por no verse convertido en “un actor secundario”.

Realmente, la política española lleva encadenando una década marcada por la “singularidad”. Primero, y tras tres años de intenso desgaste político, asistimos al derrumbe electoral del PSOE (en las elecciones autonómicas, locales y generales de 2011). Éste dio paso a una amplia mayoría absoluta del PP en el Congreso y a una extensión de su poder territorial asentado en el desplome socialista. Posteriormente emergerían nuevas fuerzas políticas y se produciría un vuelco con la entrada de nuevos actores políticos en todos los niveles de poder. En los últimos cuatro años hemos oído hablar, profusamente, de la crisis del bipartidismo y, en no pocas ocasiones, se ha vaticinado (sin que los vaticinios, de momento, se hayan cumplido) el sorpasso o adelantamiento a nivel nacional de las fuerzas emergentes respecto a los partidos tradicionales.

Entre unos y otros hitos, en estos años, hemos asistido a la eclosión del Movimiento de los Indignados, a la repetición de las elecciones, a una fragmentación parlamentaria inédita, a una crisis territorial sin precedentes y… hasta a la abdicación del Rey Juan Carlos en su hijo Felipe, como consecuencia de la erosión de la imagen de la Monarquía por la sombra de la corrupción y los comportamientos poco ejemplares.

Sin duda, hemos vivido, y seguimos viviendo, tiempos de aceleración política. Tiempos vertiginosos, donde estamos empezando a normalizar la frase “la primera vez en la democracia en que”.. se repitieron las elecciones por la incapacidad de las fuerzas políticas para formar gobierno; la primera vez en que ha triunfado una moción de censura; la primera vez en que la Presidenta del Congreso pertenece a un partido diferente a la formación que gobierna; la primera vez en que el partido que gobierna tiene menos escaños que el principal partido de la oposición; etc.

Durante este “ciclo” no se ha prestado especial atención a la crisis política que, a pesar de haberse gestado en el contexto de la crisis económica y social, tiene una entidad propia. Desde julio de 2008, y de acuerdo con los datos del CIS, se comenzó a observar un empeoramiento de los indicadores de valoración y confianza política. A partir de marzo de 2010, “la política, los partidos y los políticos” comenzaron a ser percibidos como uno de los principales problemas que tiene España. Y a principios de 2013, coincidiendo con la publicación de los “papeles de Bárcenas”, se disparó la preocupación social por la corrupción, para colocarse, prácticamente desde entonces, como segundo problema, después del paro, que más preocupa a los ciudadanos.

España sufrió una doble recesión económica (con una importante caída de la actividad económica en 2009 y otra en 2012). Pero también podemos decir que España ha sufrido una triple crisis política. El primer estallido se produjo en mayo de 2011, cuando la irrupción del 15-M reflejó una crisis de representación política que se saldó con la entrada de nuevas fuerzas políticas. El segundo estallido se produjo a finales de 2017 en forma de crisis territorial y con el desafío independentista catalán como detonante. Ahora, la crisis política ha vuelto a ser nuevamente visible con la corrupción como desencadenante, y el cambio de gobierno, a través de la moción de censura, como desenlace.

Entre los factores que explicarían el desgaste sufrido por José Luis Rodríguez Zapatero, destaca el error que cometió, primero, al negar la existencia de la crisis económica y, después, al minimizar su impacto. En el caso de Mariano Rajoy, se puede atribuir también su caída a un error de diagnóstico. El error de haber desdeñado la crisis política (en su triple vertiente: de representación política, territorial y ligada a la corrupción), bajo la (falsa) premisa de que la mejora de la situación económica conllevaría automáticamente un aumento de la satisfacción política, así como “el perdón de la corrupción”.

Ahora, la gestión de la crisis política se revela como un elemento clave del mandato de Pedro Sánchez. La credibilidad institucional, el aumento del nivel de satisfacción social con el funcionamiento de la democracia o la recuperación de la confianza en la capacidad de la política para resolver los problemas del país deben ser objetivos prioritarios para poner fin a esta crisis.

El último barómetro del CIS, realizado ente el 1 y el 10 de mayo, muestra que casi el 77% de los ciudadanos valora de forma negativa la situación política, mientras el porcentaje de los que se muestran pesimistas sobre la situación económica se reduce a un 53,8%. Desde el inicio de esta legislatura, la ciudadanía percibe de forma más negativa la situación política, que la económica.

Junto a estos indicadores, Pedro Sánchez comienza su andadura como Presidente del gobierno con un listado de preocupaciones sociales que incluyen en sus primeras 10 posiciones: el paro (considerado por el 63,6% de los ciudadanos como un problema que tiene España); la corrupción y el fraude (39,6%); la política, los partidos y los políticos (25,4%); los problemas de índole económica (20,6%); las pensiones (12,4%); la sanidad (10,1%); problemas relacionados con la calidad en el empleo (9,7%); problemas de índole social (7,7%); educación (7,4%); y la independencia de Cataluña (7,2%).

Para recuperar la confianza en la política, Sánchez parte de un nivel de popularidad bajo. O, al menos, ha terminado su etapa como líder de la oposición con una valoración baja. Siguiendo la última medición del CIS, el 85,5% de los ciudadanos tenía, en abril, poca o ninguna confianza en él. Asimismo, Sánchez obtenía una puntación media de 3,35 puntos (en una escala de 0-10), lo que le relegaba a la tercera posición en el ranking de líderes de ámbito nacional, después de Alberto Garzón (3,8) y Albert Rivera (3,79).

Es posible que la imagen de Pedro Sánchez haya mejorado (de forma inmediata) tras haberse convertido en Presidente del gobierno y tras haber recibido, tanto dento como fuera de España, más halagos que críticas en la conformación de su equipo de Ministros, lo que podremos comprobar cuando se publiquen nuevos sondeos. Y, en particular, que esa mejora se haya producido, entre los votantes socialistas, pues, en abril, un 47,1% de éstos declaraba tener poca confianza en él y un 12,6%, ninguna confianza. En este sentido, el bajo nivel de popularidad en su etapa de líder de la oposición podría ser una oportunidad ahora para, en función de cómo gestione las expectativas, ver mejorada su imagen y reforzado su liderazgo como Presidente del gobierno. También, y por comparación, puede jugar a favor de Sánchez y de su gobierno, el bajo nivel de popularidad con el que ha acabado su segundo mandato Mariano Rajoy y sus ex Ministros, con puntuaciones medias inferiores a 3,5.

Planean muchas incógnitas sobre la duración de la legislatura y la capacidad de resistencia del nuevo gobierno socialista en un entorno hostil (con un partido numéricamente débil en el Congreso y una oposición fuerte) y con muchos retos a los que hacer frente. Hasta ahora la fórmula del éxito del “método Sánchez” ha incluido unas elevadas dosis de resiliencia, audiacia -con “jugadas” que desconciertan a sus adversarios- y suerte. Veremos cuántos “episodios” y cuántas “sorpresas” nos depara esta nueva “temporada” de la política española.

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