Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
El interés mediático que suscita cada mes la publicación de los barómetros del CIS es tan intenso como efímero. Su protagonismo en la cabecera de turno no suele pasar de un día, que es lo que dura el morbo de la estimación de voto de los partidos o la valoración de los líderes. El avance de resultados del último barómetro se publicó hace 48 horas y ya ha quedado anticuado: nada nuevo bajo el sol del descalabro del bipartidismo y el hundimiento de la valoración de los políticos. El paso que ha tenido la encuesta por los medios es un buen ejemplo del fast-food de la información política. Para cuando dentro de unos meses los datos se publiquen por completo, nadie, excepto algunos académicos, tendrá interés en explotarlos.
El trato que los medios ha dado a los datos confina el análisis de la situación política y social a una simple radiografía electoral. Sin embargo, parte de la información que contiene el barómetro y que ha sido ignorada en los resúmenes de prensa tiene implicaciones más interesantes que las que se derivan del baile de porcentajes en la intención de voto de los partidos. En las siguientes líneas me referiré a dos. Primero, a la posibilidad de que en el futuro las valoraciones económicas se recuperen sin que lo hagan las valoraciones de la política. Segundo, al desigual reparto de las cargas de la crisis y su reflejo en el grado de optimismo de las clases sociales y en sus diferencias respecto a cuáles son los principales problemas del país.
Desde de los inicios de la crisis (2008) la valoración ciudadana de la situación económica y política se ha deteriorado profundamente. No obstante, a principios de 2013 comenzó a producirse un ligero cambio de tendencia, aunque la mejora ha sido menor en las valoraciones de la política que en el caso de la economía. Es resultado de este desajuste entre la evolución de la economía y la política es lo que confirma el barómetro de abril y se viene produciendo desde septiembre de 2013: las expectativas de los ciudadanos sobre la situación política son ya peores que sus expectativas económicas (ver Gráfico 1).
Gráfico 1. Expectativas sobre la situación política y económica dentro de un año
Fuente: barómetro del CIS abril 2014
El despegue de las expectativas económicas y el estancamiento de la valoración de la política plantean un posible escenario futuro en el que los indicadores macroeconómicos del país mejoran mientras se enquista la crisis política. Dicho escenario resulta más plausible cuanto más se alargue la impotencia de los ciudadanos para conseguir cambiar el reparto de los costes que se derivan de las soluciones que vienen impuestas desde Europa. Las próximas elecciones generales serán un buen momento para determinar el grado de incapacidad de los votantes para cambiar el rumbo de la política económica.
En segundo lugar, el barómetro de abril también refleja el desigual impacto de la crisis entre las distintas clases sociales. Como algunos estudios muestran, quienes más se han empobrecido con la recesión ha sido la clase obrera, especialmente los trabajadores no cualificados. En cambio, los profesionales liberales, los directivos y los empresarios han sido los menos perjudicados, tanto en relación con el paro como respecto a la pérdida de ingresos. Los datos del CIS de abril reflejan el impacto de estas desigualdades sobre la opinión pública. Las expectativas económicas son más positivas entre las clases sociales menos perjudicadas: un 27% de las viejas clases medias (empresarios, autónomos y agricultores) y de las clases altas (profesionales y técnicos, directivos y cuadros medios) piensan que el futuro económico será mejor dentro de un año, mientras que entre los trabajadores obreros no cualificados el porcentaje es de un 17%. Estas diferencias entre clases eran más pequeñas hace un año, por lo que todo indica que si las expectativas mejoran, solo lo hacen para unos pocos.
Finalmente, el desigual reparto de los costes de la crisis también se manifiesta en las distintas valoraciones que tienen las clases sociales sobre los principales problemas del país. El barómetro de abril muestra que todos ellos consideran el paro, la corrupción y el fraude, y la clase política (en este orden) como principales problemas del país. Pero las intensidades son distintas. Las clases altas y las viejas clases medias son más sensibles ante la corrupción y el fraude. A los integrantes de la clase obrera no cualificada, por contra, les parece preocupar menos la corrupción y la clase política pero, en cambio, señalan como problema importante la sanidad.
En definitiva, las diferencias entre clases sociales en las percepciones sobre los principales problemas del país sugieren cierta divergencia sobre qué esperan los ciudadanos de esta democracia. Las clases más afectadas por la crisis serán más exigentes respecto a los resultados del sistema, reflejados esencialmente en la mejora de su situación económica. Las cuestiones más procedimentales (ausencia de fraude y corrupción, cumplimiento de las reglas), quedarán esencialmente para quienes antes recogen los frutos del crecimiento económico. Es posible que esta división entre los ciudadanos respecto a qué esperan de la democracia se haga más evidente a medida que ciertos sectores de la población queden excluidos del futuro crecimiento económico.
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