En las últimas semanas, a raíz de la tragedia de Ceuta y la lamentable gestión política de lo sucedido, la inmigración ha vuelto a ser objeto de atención en los medios y de cierto debate público; un debate por lo general muy desinformado. Una de las ideas más repetidas ha sido que la pobreza es la causa última de la emigración de África a Europa. Y por ello se ha defendido repetidamente la necesidad de aumentar la ayuda al desarrollo como forma de reducir la ingente presión migratoria que, según los informes del CNI y nuestro gobierno, nos acecha.
La plana mayor del ejecutivo ha hecho suyo este discurso. El ministro de Asuntos Exteriores, García-Margallo, a los pocos días del suceso abogaba por ‘controlar la inmigración ilegal y poner en marcha una política de cooperación europea para ayudar a los países de origen a superar sus condiciones de pobreza’. El ministro del Interior, declaraba ‘[…] es evidente que esas desigualdades injustas están en el origen del fenómeno de la inmigración que tiene que ser atacado con medidas de ayuda al desarrollo […]’. El propio Rajoy ha propuesto a sus socios que en la próxima cumbre de la Unión Europea-África se incluya en la agenda la cooperación al desarrollo y el control de los flujos migratorios, tras afirmar que ‘tenemos que hacer un esfuerzo […] para que la gente pueda vivir dignamente en sus países, para que irse de su casa no sea una obligación, sólo un deseo’. De todos modos, este convencimiento de que la pobreza y la miseria son la causa última de la inmigración que recibimos y de la consiguiente necesidad de aumentar la ayuda al desarrollo como mejor modo de combatirla, goza de amplio predicamento en todo el espectro ideológico.
Sin embargo, demógrafos, sociólogos, economistas y antropólogos, llevan años insistiendo en que la pobreza no es el motivo de la emigración sino la barrera que explica la inmovilidad de la inmensa mayoría de los habitantes de los países menos desarrollados. Dado el interés suscitado recientemente por la inmigración de origen subsahariano que protagoniza los intentos de entrada por Ceuta y Melilla, comparto aquí algunos datos sobre los flujos migratorios procedentes de Senegal, Ghana y República Democrática del Congo que recogimos entre 2008 y 2010 en el curso del proyecto MAFE (Migraciones entre África y Europa). En este proyecto realizamos encuestas biográficas que reconstruyen la vida de los individuos año a año con personas migrantes y no migrantes de estos orígenes. La comparación entre ambos nos permite calcular tanto la probabilidad de emigrar a Europa de estas personas, como el efecto que en esa probabilidad tienen factores como la educación, la diferente capacidad adquisitiva de los hogares, el desempleo, o el poseer propiedades. Es fundamental insistir en que las encuestas que se realizan solo en los países de destino entre los que ya han emigrado no nos permiten identificar y medir el peso que tiene la pobreza, o cualquier otro factor, en la probabilidad individual de emigrar.
El gráfico 1 resume el efecto de diferentes variables que miden el estatus socio-económico de una persona de origen senegalés, congoleño o ghanés, sobre su probabilidad de emigrar a Europa. Estas estimaciones están realizadas después de descontar el efecto de otras características de los individuos que también influyen en su probabilidad de emigrar: su edad, su sexo, su estado civil, número de hijos, las redes de apoyo con que cuentan en destino, etc.
Gráfico 1. Efecto sobre la probabilidad de emigrar a Europa de factores relacionados con la posesión de diferentes recursos para senegaleses, congoleños y ghaneses.
Fuente: MAFE 2008. Encuestas Individuales Biográficas Retrospectivas. Más información en: http://mafeproject.site.ined.fr/en/
Como puede observarse, la probabilidad de una persona senegalesa con algunos estudios universitarios (barra azul) de emigrar a alguno de los principales destinos de los senegaleses en Europa (Francia, Italia o España) es el doble de la de una persona senegalesa sin estudios superiores. Igualmente, si la persona en cuestión era propietaria de tierras, algún inmueble o algún negocio, su probabilidad de emigrar a Europa es 1,6 veces mayor que la de sus compatriotas que carecen de propiedades (barra morada). En el caso de los originarios de República Democrática del Congo, la educación superior multiplica por 10 la probabilidad de emigrar a Bélgica o al Reino Unido, y pertenecer a un hogar que el año anterior tenía recursos para cubrir las necesidades básicas de sus miembros casi la multiplica por tres. Por último, para los ghaneses, la educación superior es realmente el único factor determinante en la probabilidad de emigrar a Reino Unido u Holanda, sin que el resto de factores resulte determinante en su caso (las barras no están coloreadas porque el efecto no es estadísticamente significativo).
En resumen, no son los más desposeídos y vulnerables de quienes viven en África los que vienen a Europa, sino todo lo contrario. Por tanto, resulta difícil sostener que la miseria es la razón por la que tantos vienen y van a seguir viniendo. Si acaso, al revés: no vienen más porque son demasiado pobres para acceder a la información y los recursos que requiere una migración intercontinental de este tipo.
De hecho, el economista M. Clemens publicaba justo anteayer un post (cuya lectura recomiendo con vehemencia) sobre su nuevo artículo en el que avala justo este mismo argumento con datos agregados de flujos y PIB per cápita entre 1960 y 2000. La relación entre ambas variables no es lineal: para países con un PIB per cápita por debajo de los 5.000 dólares, un aumento relativo de dicha magnitud respecto a la década anterior conlleva una tasa de emigración neta mayor en la década siguiente. Solo los países por encima de ese umbral (superior a los actuales niveles de desarrollo de estos países) presentan flujos de emigración decrecientes a medida que su desarrollo económico avanza.
Dicho de otro modo, en el corto y medio plazo, un aumento de la ayuda al desarrollo a los países más pobres casi con toda probabilidad aumentará la movilidad en lugar de reducirla. Si realmente nos preocupa contribuir a la mejora del bienestar de los habitantes de estos países, parece mucho más sensato empezar por abrir vías de inmigración legal hacia Europa que reduzcan los beneficios de las mafias, las muertes en rutas cada vez más peligrosas y la desconfianza creciente en los países de origen sobre nuestro verdadero compromiso con su desarrollo.
En las últimas semanas, a raíz de la tragedia de Ceuta y la lamentable gestión política de lo sucedido, la inmigración ha vuelto a ser objeto de atención en los medios y de cierto debate público; un debate por lo general muy desinformado. Una de las ideas más repetidas ha sido que la pobreza es la causa última de la emigración de África a Europa. Y por ello se ha defendido repetidamente la necesidad de aumentar la ayuda al desarrollo como forma de reducir la ingente presión migratoria que, según los informes del CNI y nuestro gobierno, nos acecha.
La plana mayor del ejecutivo ha hecho suyo este discurso. El ministro de Asuntos Exteriores, García-Margallo, a los pocos días del suceso abogaba por ‘controlar la inmigración ilegal y poner en marcha una política de cooperación europea para ayudar a los países de origen a superar sus condiciones de pobreza’. El ministro del Interior, declaraba ‘[…] es evidente que esas desigualdades injustas están en el origen del fenómeno de la inmigración que tiene que ser atacado con medidas de ayuda al desarrollo […]’. El propio Rajoy ha propuesto a sus socios que en la próxima cumbre de la Unión Europea-África se incluya en la agenda la cooperación al desarrollo y el control de los flujos migratorios, tras afirmar que ‘tenemos que hacer un esfuerzo […] para que la gente pueda vivir dignamente en sus países, para que irse de su casa no sea una obligación, sólo un deseo’. De todos modos, este convencimiento de que la pobreza y la miseria son la causa última de la inmigración que recibimos y de la consiguiente necesidad de aumentar la ayuda al desarrollo como mejor modo de combatirla, goza de amplio predicamento en todo el espectro ideológico.