Empecemos con el guion. Pero, ¿cuál? El ideado por los dirigentes del PP que pilotan la transición interna, tras haber dado previamente por amortizado el mandato de Pablo Casado. Según ese guion, entre la (vieja) “era Casado” y la (nueva) “era Feijóo” aún distan dos semanas. Las que quedan para la celebración del congreso extraordinario del PP en Sevilla el 1 y 2 de abril en el que Alberto Núñez Feijóo, en calidad de candidato único, será oficialmente proclamado como su nuevo presidente. El cuarto que tendrá esta formación desde 1989, año de su refundación como Partido Popular.
Y entonces, lo que ocurra dentro de este partido en el interregno de la transición, ¿a quién es atribuible? Siguiendo el guion, si es negativo o puede tener costes, a la presidencia de Casado, porque la de Feijóo aún no ha empezado. Desde este planteamiento, Feijóo ha pretendido que no se le impute a él el pacto para gobernar en coalición recientemente alcanzado por el PP y Vox en Castilla y León. Para lograrlo ha tratado de que éste sea percibido como un “legado” indeseado (para él).
Es muy probable que Feijóo apremiara a Alfonso Fernández Mañueco para hacer cuanto antes efectivo ese pacto. Una vez consumado y hecho público un poco antes del mediodía del 10 de marzo, Feijóo optó por enfatizar que había sido una decisión tomada por Mañueco debido a la negativa del Partido Socialista a facilitar un gobierno en minoría del Partido Popular en esa región.
Pero, quizás, con lo que no contaba Feijóo era que, ese mismo día, el jefe de la familia popular europea, Donald Tusk, fuera a desaprobar públicamente el trato, calificándolo de “capitulación” y advirtiendo de que esperaba que fuera una excepción (“un accidente o un incidente y no una tendencia en la política española”). Un contundente reproche acorde con la noticia de que por primera vez, desde la recuperación de la democracia en España, un partido de extrema derecha va a entrar en un gobierno. Si bien, la “experiencia murciana” previa (que ahora parece muy lejana) fue ya un pequeño anticipo. Recordemos que el PP entregó en la primavera de 2021 una consejería del gobierno murciano a una diputada expulsada de Vox como recompensa por su apoyo para que no prosperara la (rocambolesca) moción de censura que presentaron Ciudadanos y el PSOE contra Fernando López Miras.
Además, la desaprobación del jefe de los populares europeos se producía pocas horas después de que Pablo Casado, a puerta cerrada y a modo de despedida en la última reunión del PP europeo en la que él iba a participar, hubiera presumido de que, bajo su liderazgo, el centro derecha español no había pactado con la extrema derecha (Vox). Ambas declaraciones, las públicas de Tusk y las publicadas de Casado, llevaron al aún Presidente de Galicia a marcar más distancia con Mañueco.
Por eso, un día después de conocerse que el PP había accedido a co- gobernar con la extrema derecha en Castilla y León, concediéndole a Vox, además de la presidencia de las Cortes, la Vicepresidencia y tres consejerías de la Junta, Feijóo cambiaba de discurso para desautorizar el pacto de forma indirecta. ¿Cómo? Dejando claro que quien había dado “manos libres” a Mañueco para negociar era la anterior dirección ejecutiva nacional, es decir, la de Casado. Y afirmando que “a veces es mejor perder el gobierno que ganarlo desde el populismo”. Una afirmación que, por otra parte, contradecía otra suya anterior sobre la inevitabilidad de ese acuerdo como la única opción (mal menor) para evitar la repetición electoral y dar estabilidad institucional en un contexto difícil (marcado por las consecuencias e incertidumbre generadas por la invasión rusa en Ucrania). Un razonamiento que está utilizando profusamente ahora Esteban González Pons, como representante de la actual dirección (provisional) del PP, para apaciguar los recelos de sus socios europeos del grupo popular.
En todo caso, y en la línea de que ese pacto no va “personalmente” con él, Feijóo también ha recurrido a la victimización como estrategia, con frases como “antes de ser ni siquiera presidente del partido ya soy culpable de todo lo que ha ocurrido en España en los últimos días” o “no he capitulado de nada, entre otras cosas, porque todavía no soy presidente de mi partido”.
Claramente Feijóo ha tratado de establecer un “cortafuegos” respecto al pacto con Vox que le permita comenzar el 2 de abril con el contador a cero en lo que a decisiones controvertidas se refiere. Y se ha preparado para neutralizar las críticas que le harán sus adversarios por este pacto cuando ya sea formalmente el líder de su partido a nivel nacional. Por ejemplo, en su previsible argumentario para responder al Partido Socialista, no faltarán mensajes como “no están ustedes para hablar de pactos de la vergüenza” o “si tan peligroso y nocivo para la democracia les parece Vox, ¿por qué no permitieron que Mañueco gobernara en minoría?”.
Otra cuestión es que Feijóo sea capaz de lograr que el pacto con la ultraderecha quede en un segundo plano y no condicione su liderazgo. Algo que dependerá, en gran medida, de cuántas portadas, titulares y tertulias acaparen las “noticias” que genere la acción del futuro gobierno de Mañueco con Vox.
En esta etapa como líder entrante y en su gira como candidato oficial (de aparente consenso) con actos de partido en las diferentes regiones, Feijóo ya ha dado algunas pistas de cuál será su hoja de ruta. Primeramente, parece que seguirá la fórmula que tan buenos resultados le ha dado en los últimos años en Galicia: apostar por su propia marca personal frente a las siglas del PP, o, al menos, hasta que estas últimas se puedan identificar con el “feijooismo”. Esto supondrá, en segundo lugar, que a diferencia de lo que hizo Casado, Feijóo optará, y sobre todo al principio, por una mayor descentralización / autonomismo dentro del partido. El PP será Mañueco en Castilla y León, Ayuso en Madrid, Moreno en Andalucía, etc. De este modo, en caso de errores que puedan comprometer su liderazgo, Feijóo podrá desligarse (más fácilmente) de ellos, haciendo responsables a otros.
Y, con un mayor nivel de autonomía interna, Feijóo podría apostar, en tercer lugar, por resaltar las diferencias con Vox. En este sentido, y al contrario también de lo que hizo Casado, Feijóo podría optar por ignorar, ningunear o por enfatizar lo que le separa de Vox, más aún si, haciendo de la necesidad virtud, aprovecha que, al no ser diputado, no ejercerá de líder de la oposición en el Congreso. Con un Ciudadanos en decadencia, Feijóo tiene ahora como rival ideológico incómodo a un Vox crecido al que hasta ahora su partido no ha sabido neutralizar política ni electoralmente, sino todo lo contrario. Una formación que, hasta ahora, también ha sido capaz de condicionar el tipo de oposición agresiva que, desde el inicio de esta legislatura, ha ejercido el PP frente al gobierno de Sánchez.
Feijóo, en su papel de candidato, ha bajado los “decibelios” que había impuesto la dirección de Casado. Pero no está claro que el futuro nuevo líder abandone por completo la línea “casadista” de oposición estridente. Con apenas diez días de diferencia, Feijóo ha pasado de decir que él no viene “a insultar a Sánchez” a calificar el gobierno de éste como “el más mediocre” de la democracia.
Está por ver si Feijóo optará por la vía de ser muy moderado un día, y otro, agresivo, o por una oposición de hierro con guante de seda, cuando oficialmente lleve las riendas del PP. Y si eso le resta credibilidad y desvía la atención del que parece ser su principal objetivo: proyectar su imagen como un gestor solvente, serio y centrista. Ello requeriría intentar llegar a La Moncloa con la estrategia de evitar guerras culturales para centrarse en la economía. Una estrategia que supondría para Feijóo recuperar la receta ya probada por el PP en otras ocasiones para ganar las elecciones generales. Y más aún teniendo en cuenta el actual contexto.
Las (aún incalculables e impredecibles) consecuencias que ha desatado a nivel internacional la invasión rusa y posterior guerra en Ucrania hacen que, en pocas semanas, se haya pasado en España de poner, en lo económico, el foco en las buenas perspectivas post-pandemia a hablar del peligro de la “estanflación” (combinación de altos precios con un crecimiento económico estancado).
De acuerdo con el último barómetro del CIS, realizado entre los días 1 y 11 de marzo, la preocupación de los ciudadanos por la situación económica ha crecido (ya) de forma considerable. Si a principios de febrero los problemas de índole económica ocupaban el segundo puesto en el ranking de problemas que, a ojos de la ciudadanía, tiene España, ahora ocupan el primer puesto con un incremento de los que lo perciben así de más de 16 puntos porcentuales (del 33,3% al 49,6%). A ello también se une un ligero aumento (de 3,5 puntos porcentuales) en la preocupación que sienten los ciudadanos por el paro (situado como segundo problema del país). Frente a la situación económica, ha descendido la preocupación por el Covid, que ha pasado de ser considerado el tercer al quinto problema del país.
De este modo, Feijóo podría orientar su línea de oposición en la economía. Algo que le permitiría también diferenciarse de Vox en lo que al contenido de su programa se refiere (obviando, claro está, su alianza en Castilla y León). Si bien es cierto que los de Abascal tratan de capitalizar la creciente preocupación de los ciudadanos por la situación económica alentando movilizaciones sociales contra el gobierno de Sánchez. Algo que puede llevar a Feijóo a competir (por imitación) con sus antiguos compañeros de partido para abanderar el descontento social si persisten los altos precios y empeora la situación económica, debido al potencial enquistamiento del conflicto bélico en Ucrania.
Pero, por el momento, y volviendo al guion con el que hemos comenzado, la “era Feijóo” aún no ha empezado. Toca esperar. Se empezarán a resolver muchas incógnitas en las próximas semanas y meses, con hitos ya marcados. Las elecciones andaluzas serán la primera prueba para el PP de Feijóo, no sólo en cuanto a resultados electorales (sobre todo en lo que se refiere a la competición PP-Vox), sino también a pactos postelectorales.
Mientras llega esa prueba electoral, Feijóo también tendrá que afrontar los hitos demoscópicos. Cada encuesta será un examen para él. Un elemento favorable con el que cuenta, como punto de partida, son los últimos registros conseguidos por su antecesor en el cargo. Casado ha acabado su mandato, según el barómetro de marzo del CIS, con una puntuación media de 3,5 (sobre 10) en el conjunto del electorado, y de un 4,6 entre los votantes del PP. Y ha dejado a este partido con un porcentaje de fidelidad de voto (electores que declaran haber votado a los populares en las últimas elecciones generales de 2019 y volverían a hacerlo ahora) del 72% (inferior al 79% de Vox y al 73% del PSOE).
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